Fe y Obras

¡Viva Cristo Rey!

 

 

22.11.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


La expresión con la que titulamos este artículo significa mucho cuando es dicha por boca de creyentes que están a punto de dar su vida por Jesucristo. Los mártires, muchos de ellos, han pasado y pasan a la otra vida diciendo tales palabras que representan no poco para ellos y, por supuesto, para todo hijo de Dios y discípulo de Cristo.

A ellos, a los mártires, debemos mucho porque, como dijo Tertuliano, su sangre sirve para que nuevos cristianos surjan por doquier siendo, así, semilla de los mismos.

Pero además de esto, o mejor, esto surge por algo y tal algo tiene mucho que ver con nuestra fe y, por supuesto, con lo que supone que Jesucristo sea, en efecto es, Rey del Universo.

Por eso, el Papa Pío XI, en su Carta Encíclica “Quas primas” (11 de diciembre de 1925)  y, en concreto, en el punto 6 de la misma, dejó dicho, sobre la citada realeza de Jesucristo, que

“Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie entre todos los nacidos ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.”

Con este documento papal quedó instituida la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, y con ella el recuerdo, perenne, de que todo se hizo por y para el Hijo de Dios y que el Padre, Creador y Todopoderoso, lo dejó todo en manos de su Ungido. Es, el domingo en el que se celebra la misma, el último del llamado Tiempo Ordinario y abre las puertas a otro tiempo maravilloso y esperanzador como es el Adviento, pues Quien tiene que venir está a las puertas de nuestro corazón y nuestra vida: Jesucristo Rey, Jesucristo viene aún estando entre nosotros como prometió. Y eso es lo que san Josemaría, en el número 1004 de “Forja” nos da a entender cuando escribe

“¡Luego tú eres rey"... —Sí, Cristo es el Rey, que no sólo te concede audiencia cuando lo deseas, sino que, en delirio de Amor, hasta abandona —¡ya me entiendes!— el magnífico palacio del Cielo, al que tú aún no puedes llegar, y te espera en el Sagrario.

—¿No te parece absurdo no acudir presuroso y con más constancia a hablar con Él?”

Y es que, en verdad, que Cristo sea Rey del Universo quiere decir, antes que nada, que lo es nuestro, de nuestro corazón y de nuestra alma y que, además, quiere serlo y no quiere que le neguemos ante nadie y ante ninguna situación por la que estemos pasando.

Cristo es Rey del Universo y, por eso mismo, tiene toda la potestad y toda la legitimidad de querer que no lo olvidemos nunca. Al fin y al cabo tiene las llaves de la eternidad y, como nos ama más que a ninguna otra realidad creada, nos quiere con Él (es Dios hecho hombre y Padre) y nos entrega su realeza, la entregó en una cruz para que Dios nos perdonara… otra vez.

Por eso, y por todo lo que no hemos sido capaces de plasmar aquí mismo y por agradecer lo que es de agradecer,  no podemos, ni queremos, terminar de otra forma que no sea con una oración dirigida, precisamente, a Cristo Rey. Dice esto:

“¡Oh Cristo Jesús! Os reconozco por Rey universal. Todo lo que ha sido hecho, ha sido creado para Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.

Renuevo mis promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano. Y muy en particular me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia.

¡Divino Corazón de Jesús! Os ofrezco mis pobres acciones para que todos los corazones reconozcan vuestra Sagrada Realeza, y que así el reinado de vuestra paz se establezca en el Universo entero. Amén.”

Y sea así por siempre, siempre, siempre.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net