Fe y Obras

Termina el Adviento, otra bienvenida a Dios

 

 

20.12.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Cuando llega el último domingo de este tiempo llamado “fuerte”, algo nuevo sabemos que está a punto de suceder. Por eso, es lógico que el que da paso, digamos, al nacimiento del Hijo de Dios tenga un sabor espiritual tan especial y tan gozoso.

El evangelista san Mateo, en el texto del que la liturgia hace uso tal día, y que corresponde a los versículos 18 al 24 del capítulo 1 de su Evangelio, refiere la generación de Jesucristo. Es decir, nos muestra qué pasó con José, que ya se había desposado con María y sólo esperaba el momento de celebrar las bodas.

Pues bien, a aquel hombre, fiel y piadoso como lo era la misma María, no cabe de gozo sabiendo que va a contraer matrimonio con una joven virtuosa y llena del Amor de Dios. Él, que seguramente se había consagrado a Dios al igual que lo habría hecho María y que, por lo tanto, no esperaba tener hijos, digamos, por vía natural, se encuentra con el hecho, incontrovertible porque es real y cierto, de que su María está embarazada. Así se lo dice el Ángel.

José, podemos imaginar su situación, que ama a María, no quiere hacer lo que otro hombre hubiera hecho y que es denunciar en público tal situación. Sabe que, de hacerlo así, María sería lapidada y moriría poco después.

Pero el Ángel sabe que el corazón de José es tierno y acepta la voluntad de Dios. Por eso le hace partícipe de la voluntad de Dios, del que será hijo adoptivo suyo al que pondrá por nombre Jesús y todo lo que sucederá luego. No le dice lo que “puede” suceder sino lo que sucederá.

Y José queda convencido. Dice, por eso, el apóstol que fuera recaudador de impuestos, que “tomó consigo a su mujer”. Ya nadie podría dudar de que el hijo que María llevaba en sus entrañas fuera suyo pues las apariencias siempre han contado mucho.

Pero ellos sabían que las cosas no iban, precisamente, por ese camino sino que era Dios quien había dictado lo que debía pasar y, en efecto, así estaba pasando.

José era, como hemos dicho, hombre de fe. Pues con la misma fe nosotros debemos esperar, desde este mismo domingo cuando termina el Adviento, que el Niño-Dios nazca en nuestros corazones.

Es bien cierto que se dice, porque ha de ser así verdad, que Aquel que trajo la salvación al mundo no debe nacer “sólo” este día (además puesto en tal momento por diversas circunstancias y no importando que fuera tal día sino que, precisamente, fuera y sucediera lo que sucedió) sino que siempre, en cada día, en cada momento de nuestra existencia, debemos dar la bienvenida a Dios, que Dios, que aquel niño que era el Creador hecho hombre, nazca en nuestros corazones y sea, desde tal momento, ejemplo de cómo debemos actuar y a qué debemos atenernos.

Por tanto, cuando recordemos que Jesús nos vuelve a nacer no deberíamos más que confirmar que nos ha nacido cada día y que no es más que un recuerdo, importante, de lo que Dios quiere para nosotros: que lo tengamos siempre presente y que seamos, así, hijos que agradecen al Padre que enviara a su Hijo para facilitar, en mucho o, mejor, en todo, la salvación de la humanidad caída, pecadora, muerta para la vida eterna.

Termina, pues, el Adviento, y con él un tiempo de preparación que lo es especial porque tras él nace Cristo y con el Emmanuel todas nuestras esperanzas se renuevan, vuelven a ser sin haber dejado de ser, iluminadoras.

¡Feliz Nochebuena y mejor Navidad!

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net