Fe y Obras

San José y la santidad de la vida ordinaria

 

 

30.04.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


San Josemaría, en “Es Cristo que pasa” (50), escribe lo siguiente:

 “Para comportarse así, para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural. Quiero recordar ahora, por contraste, lo que cuenta uno de esos antiguos relatos de los evangelios apócrifos: El padre de Jesús, que era carpintero, hacía arados y yugos. Una vez —continúa la narración— le fue encargado un lecho, por cierta persona de buena posición. Pero resultó que uno de los varales era más corto que el otro, por lo que José no sabía qué hacerse. Entonces el Niño Jesús dijo a su padre: pon en tierra los dos palos e iguálalos por un extremo. Así lo hizo José. Jesús se puso a la otra parte, tomó el varal más corto y lo estiró, dejándolo tan largo como el otro. José, su padre, se llenó de admiración al ver el prodigio, y colmó al Niño de abrazos y de besos, diciendo: dichoso de mí, porque Dios me ha dado este Niño.

José no daría gracias a Dios por estos motivos; su trabajo no podía ser de ese modo. San José no es el hombre de las soluciones fáciles y milagreras, sino el hombre de la perseverancia, del esfuerzo y —cuando hace falta— del ingenio. El cristiano sabe que Dios hace milagros: que los realizó hace siglos, que los continuó haciendo después y que los sigue haciendo ahora, porque non est abbreviata manus Domini, no ha disminuido el poder de Dios.

Pero los milagros son una manifestación de la omnipotencia salvadora de Dios, y no un expediente para resolver las consecuencias de la ineptitud o para facilitar nuestra comodidad. El milagro que os pide el Señor es la perseverancia en vuestra vocación cristiana y divina, la santificación del trabajo de cada día: el milagro de convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico, por el amor que ponéis en vuestra ocupación habitual. Ahí os espera Dios, de tal manera que seáis almas con sentido de responsabilidad, con afán apostólico, con competencia profesional.

Por eso, como lema para vuestro trabajo, os puedo indicar éste: para servir, servir. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas. No creo en la rectitud de intención de quien no se esfuerza en lograr la competencia necesaria, con el fin de cumplir debidamente las tareas que tiene encomendadas. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección”

En realidad, San José, aquel judío que Dios escogió para padre adoptivo de Jesús y fiel esposo, pese a sus iniciales dudas, de María, la Madre de Dios, es el prototipo de santo que, en lo ordinario y común de su vida, manifiesta una acrisolada santidad.

De aquel hombre justo, además, se sabe poco. En las Sagradas Escrituras no se nos dice mucho de su persona sino que, en todo caso, se comportó como Dios quería que se comportara. Por eso llevó una vida de trabajador de la madera y tal oficio enseñó a Jesús.

En cuanto a lo ordinario que tiene la vida de San José y a que no debe extrañarnos que así sea porque la santidad no requiere, de por sí, de hechos extraordinarios, sino de un comportar acorde a la voluntad de Dios y de un someterse a la misma, San Josemaría, en la misma obra citada arriba pero, ahora, en el número 40, nos dice que

“José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo (Cfr. Mt I, 19.). Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina (Cfr. Gen VII, 1; XVIII, 23–32; Ez XVIII, 5 ss; Prv XII, 10.); otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo (Cfr. Tob VII, 5; IX, 9.). En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres.”

Por eso, ser perseverante, ser bueno y tener en cuenta las necesidades de los demás es manifestar un comportamiento que, quizá, pueda parecer vulgar pero, en verdad, es expresión de naturaleza completamente cercana a Dios. En todo caso, San José cumplió con creces todo esto y mucho más y eso debería más que suficiente para no olvidar nunca que, muchas veces, lo que Dios quiere de nosotros es lo que somos sin florituras o añadidos que sólo perturban nuestra común tendencia a la santidad.

San José Obrero, ruega por nosotros.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
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