Fe y Obras

Lo que están haciendo algunos tiene mucho que ver con la dictadura

 

 

29.10.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Desde que se celebraron en España las elecciones autonómicas y locales del pasado mes de mayo hay muchos a los que se les han puesto los dientes largos y el sentido de la libertad ha desaparecido de su vocabulario.

Muchos de esos se echan la Constitución española de 1978, la vigente hoy día, a la boca para decir eso de que el Estado es aconfesional y todo eso. Y eso es verdad.

Sin embargo, como suelen hacer los malos de verdad olvidan la mitad de la verdad. Y tal forma de actuar está, de lleno, inmersa en el sentido dictatorial que muchos tienen de la política.

Veamos esto (Constitución citada arriba):

1. Artículo  16, apartado 3:

“Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.”

¿Lo ven ustedes?

Está bien claro: ninguna confesión puede tener carácter estatal o, lo que es lo mismo, el Estado (como organización) no puede profesar confesión alguna.

Pero llega Mateo con la rebaja y dice lo otro que nunca quieren escuchar y que también es constitucional: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española”. Es decir, las personas sí confiesan su fe y sí tienen fe que defender. Y la defienden porque es la suya.

Esto, digamos, quiere decir algo: las creencias muy, pero que muy, mayoritarias, de los españoles, son las católicas.

Para los defensores del laicismo más real (que es el que hay hoy día en los aparatos de muchos ayuntamientos y Comunidades Autónomas) eso no quiere decir nada. Por eso llevan unos meses haciendo lo que les gusta: prohibiendo asistir (¡prohibiendo!) a procesiones o a actos religiosos católicos a concejales y demás representantes como tales, quitando crucifijos de los pocos lugares donde aún estaban colocados, eliminando celebraciones eucarísticas donde siempre se habían celebrado (por ejemplo, el Ayuntamiento de Valencia ha “cambiado” el lugar donde se llevaba a cabo la Santa Misa de difuntos a un lugar donde apenas caben 25 personas cuando son muchas más las que, de ordinario, asisten a la misma…; el mismo Ayuntamiento ha quitado una imagen de la Virgen de los Desamparados del tanatorio municipal) y, en fin, dando rienda suelta al hambre laicista que llevaban escondida en la memoria (tan selectiva ella).

Estos individuos demuestran, con actitudes como las que apenas hemos traído aquí (la lista sería muy, pero que muy extensa) que tienen de la libertad un sentido algo estrecho. Es más, que les gusta el principio que dice que del embudo la parte más ancha es para ellos y la estrecha para los demás. Y si los demás somos los católicos… entonces no duden ustedes que no pararán hasta que alguien diga “¡basta!, hasta aquí hemos llegado.“

De todas formas, saben que están jugando con una sociedad domesticada. La misma apenas piensa más allá de lo que le dan bien adobado y rebozado con el batiburrillo de la ley, de la Constitución y de las normas que ellos mismos se saltan cuando les conviene a la espera de que la ley se adecue (que se adecuará), de una vez por todas, a lo que sus malas cabezas tienen por bueno y mejor que es, como podemos imaginar, un infierno en la tierra y que ellos, acostumbrados como están a compadrear con el Padre de la mentira, están encantados de promocionar.

En fin. Lo malo de todo esto es que sólo acabamos de empezar. Y aunque el que esto escribe no sea profeta ni hijo de profeta puede sostener, y sostiene, que llegarán tiempos peores para los creyentes católicos. Al menos para los que somos conscientes de que lo somos porque a los otros, los tibios, les importará todo esto, exactamente, un bledo.

Ni más ni menos.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net