Fe y Obras

Tres días que cambiaron el mundo

 

 

24.03.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


A lo largo del año litúrgico hay momentos que son, por decirlo sin querer menospreciar nada, más importantes que otros. Así, por ejemplo, sabemos que en Adviento esperamos la llegada, el nacimiento, del Hijo de Dios y, así, nos disponemos espiritualmente: para recibirlo.

Tales momentos son muy especiales porque representan mucho para el ser humano, en general, pero, en particular, para el ser humano creyente católico.

Ahora, precisamente ahora, nos encontramos en uno que es crucial (nunca mejor dicho) para todo aquel que confiesa que Cristo es el Señor. Pero es que, además, los tres días a los que nos referimos cambiaron el mundo y lo que, desde entonces, ha venido sucediendo.

Resulta de todo punto admirable que en tan sólo tres días (jueves, viernes y sábado) tantas cosas cambiaran en la faz de la tierra. Y es que aunque pudiera parecer que nada vino a ser otra cosa bien es cierto que, espiritualmente hablando, nada fue igual a cómo era antes.

Así, por ejemplo, el jueves, llamado santo porque lo era de una semana tal, sirvió para que se instituyera, nada más y nada menos, que la Santa Misa y el Sacramento del Orden Sacerdotal. Además, entonces se descubrió (al menos el discípulo Juan sí lo supo por boca de Jesús) quién iba a ser el traidor que entregara al Maestro de Nazaret.

Además, por si eso no fuera ya suficiente, el Hijo de Dios acudió al Huerto de los Olivos a pedir una merced a su Padre teniendo en cuenta que debía prevalecer la voluntad del Todopoderoso.

¡Qué decir del viernes, llamado santo!

En aquel día se consumó la historia de la salvación con la muerte de Jesucristo, Enviado de Dios e Hijo suyo. El Emmanuel se inmoló voluntariamente para que toda la humanidad que creyese en Él se salvase. Recordémoslo para que nadie se lleve a engaño: “para que quien creyese en Él y confesase que es Hijo de Dios, se salvase”.

El caso es que la sangre que Cristo derramó nos consiguió algo tan importante como es la vida eterna. Hasta entonces las almas justas habitaban el denominado Limbo de Abrahám y sólo cuando Jesús murió y descendió a los infiernos fueron liberadas por el Hijo de Dios.

Y, por último, un día de silencio y meditación. La Iglesia católica espera la Resurrección de Jesucristo. Y espera sabiendo que volverá de entre los muertos y que lo hará para dar muestras del poder  pero, sobre todo, del Amor misericordioso del Padre. Tal es el Sábado santo.

Vemos, por tanto, que en tan sólo tres días la humanidad pasó de estar hundida en la fosa más profunda a poder subir al definitivo Reino de Dios porque Cristo abrió las puertas del Cielo con su muerte.

Y luego hay quien dice que no entiende la Semana Santa siendo tan fácil de entender: muerte de Cristo y salvación eterna.

¿Puede ser algo más fácil de comprender?

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net