Fe y Obras

 

Dies Natalis del Beato Manuel Lozano Garrido, "Lolo"

 

 

 

02.11.2018 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

El 3 de noviembre de 1971, un hombre de Linares (Jaén, España) fue llamado a la Casa del Padre Dios. Con el paso del tiempo ha venido a ser considerado Beato de la Iglesia Católica y, desde tal momento (12 junio de 2010) recordamos su presencia en el mundo, precisamente, tal día, el 3 de noviembre. Y nos referimos a Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo.

Curiosamente subió al Cielo el mismo día que otro hermano nuestro en la fe llamado Martín, y conocido como San Martín de Porres. Y decimos que es curiosa, seguro que no por casualidad, tal circunstancia porque ambos creyentes católicos dieron su vida en beneficio del prójimo desde un espacio tan reducido como era, en el caso de Manuel, en un sillón de Ruedas y en el de Martín, en el espacio que le permitía una escoba (lo cual, como es sabido, le acarreó el sobrenombre, cariñoso y voluntariamente ganado, de Fray Escoba)

El caso es que Dios, que es Padre Bueno y Justo, tiene tales cosas porque, en realidad, quiere que comprendamos que la vida de determinados hermanos, hijos suyos, tiene mucho que ver y quiere que aprendamos de los mismos.

Nosotros, de todas formas, nos vamos a ocupar del Beato Manuel Lozano Garrido.

A tal respecto, conocemos, por nuestra fe, que cuando uno de nuestros hermanos muere y tiene ganada una buena fama de santidad, es más que probable que acabe subiendo a los altares. Es decir, que según lo visto a lo largo de una vida tal hermano nuestro ha merecido y, así ganado, le sean abiertas las puertas del Cielo.

Podemos, según lo hasta aquí dicho, entender que el Beato Manuel Lozano Garrido tenía bien ganada su entrada en la Vida Eterna. Y, así, el día que murió, un 3 de noviembre de 1971, fue su verdadero Dies natalis, nació en tal día para la Bienaventuranza.

Pues bien, nuestro Beato hace decir a Dios, en sus “Reportajes desde la cumbre”, lo siguiente:

 

“Si dispusierais tan sólo de un minuto, Yo lo utilizaría para preguntaros: ¿’creéis, de verdad, que la vida entera se encierra tan sólo en unos kilómetros alrededor vuestro? ¿No tiene también vuestro corazón una antena de largo alcance para las grandes aspiraciones'?

¡Oh!, no temáis, que no vengo a regañaros. Mi queja tiene más de ternura y de esperanza en vosotros que de reproche, pero registro con la mirada y acuso sueños de utilitarios y veraneos, mas no figura. Sé que, en ocasiones, mi nombre queda hueco en vuestros labios por la urgencia del producto que representáis o la voz del jefe que manda. Pero me escuece que la hora definitiva os venga a abrir un día el corazón, para sólo encontrar fichas, saldos y proyectos industriales.

Más que dolerme, sufro en vuestro vacío y me crucifico en ese algo peor que es un hueco que se rebota de incredulidad o la soledad que se crispa por la blasfemia.”

 

Y es aquel creyente que, desde su ventana, cuando aún veía, era consciente del transcurrir de la vida y se daba cuenta de que no le era necesario andar por ella como lo hacía cualquiera, era un verdadero apóstol quieto que, sin poder (al final de su vida) siquiera ver, fecundó el corazón de muchos de los que lo conocían y, a través de sus libros y escritos, de muchos otros que, a lo largo del tiempo, hemos llenado nuestro corazón con palabras tan santas y con sílabas tan bien puestas en orden a la salvación particular y personal.

Lolo murió para nacer. Por eso, nació entonces, aquel 3 de noviembre, como quien se ha pasado la vida atendiendo el espíritu ajeno para colmarlo de dicha. Y era como si al dar un paso, nada más que un paso, entre la vida y la otra vida, la eterna, todo hubiese cambiado para que sus merecimientos cobraran efectividad de cara a su propia salvación y, de paso, colaborara con aquellos que, desde entonces, pudieran dirigirse a tan esclarecido fiel católico.

Ciertamente, Manuel Lozano Garrido, aquel que supo encarar una enfermedad con una dignidad espiritual propia de los grandes en la fe católica, al morir perpetuó (hizo perpetua queremos decir) una pasión ya mostrada a lo largo de su vida: el amor a Dios y a su santa Iglesia católica. Y es que, tanto una realidad como otra fueron los pilares sobre los que construyó una existencia ejemplar y digna de ser llamada propia de un hijo de Dios que sabe lo que eso significa.

Hoy recordamos, pues, el día en el que el Beato Lolo fue llamado por Dios para habitar alguna de las mansiones que Cristo está preparando para sus hermanos los hombres. Y es que, con toda seguridad, el Creador quería tener muy cerca a quien nunca se había arredrado ante lo que le pasaba y había puesto muy buena cara y mejor corazón a tantas asechanzas físicas. A cambio de eso supo tener una fuerza de espíritu que ya querríamos muchos más dados a la tibieza en tal sentido.

Gracias, Lolo, por haber sido como fuiste; gracias, sobre todo, Dios nuestro, por haber hecho que lo fuera.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net