Fe y Obras

 

Cuando Juan Diego

 

 

 

11.12.2019 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

Aquel joven mexicano no sabía lo que iba a pasar aquel día en el que se le apareció la Madre Dios, Virgen María de Guadalupe. Era un 12 de diciembre, seguramente de madrugada.

El caso es que la Guadalupana quería comunicar a su hijito que no debía tener miedo porque ella era su Madre y estaba allí.

Cuando Juan Diego se dio cuenta de aquello no dudó ni por un instante que su visión no era producto de alguna ensoñación o efecto, digamos, del alcohol. No. María,

Madre de Dios, nuestra y, por tanto, de Juan Diego, hoy santo de la Iglesia católica, quería que viese aquel joven que nunca sería abandonado y que podía apoyarse en la Madre, en su Madre.

 

EXCURSUS

Nos dice el P. Loring (que Dios lo tenga en su gloria) que, en realidad, no dijo aquel joven que había visto a la Virgen llamada de Guadalupe sino que, en su lengua, había querido decir que era la mujer que pisa la serpiente (algo así como “coatlaxopeuh” pronunciado como “quatlasupe”en su lengua náhualt). Y no andaba equivocado porque en aquel cerro de nombre Tepeyac, había erigido un templo al dios serpiente y, en realidad, aquella joven, María, la Madre de Dios, había pisado a la serpiente como quedó dicho en el Génesis cuando el Creador castiga, entre otros, a aquel bicho inmundo que había engañado a Eva y, luego, a través de ella, a Adán. Sin embargo, algún español que había por allí escuchando aquello dijo que, en realidad, se refería a la Virgen de Guadalupe. Y así quedó la cosa.

FIN DEL EXCURSUS

 

Bueno. El caso es que aquel joven, de nombre Juan Diego, se encontró con la Virgen María, cuando se encontró con María supo que muchos de sus males habían terminado. Y confió tanto en ella que transmitió su voluntad al obispo y, aunque en un principio Monseñor Zumarraga no las tenía todas consigo, terminó creyendo en las apariciones y, en fin, hasta hoy mismo…

En realidad, la Virgen María quería que aquel continente, que se había descubierto recientemente, tuviese como Madre a la que era Madre de la humanidad entera y toda. Y, por eso quiso aparecerse a uno de los hombres más humildes y sencillos y, por eso, seguramente por eso, de aquellos a los que se refiere Jesucristo en la Sagrada Escritura cuando se dirige a su Padre, Dios Todopoderoso, para agradecer que las cosas importantes no las haya revelado a los considerados, oficialmente, “sabios” sino a los considerados socialmente humildes pero, al parecer, entonces y ahora mismo, más preparados para recibir en su corazón la Verdad de Dios.

Juan Diego, ya San Juan Digo, supo interpretar muy bien aquellas señales que le hacía la Virgen María. Y las mismas apuntaban a un lugar exacto donde quería que se edificase un templo. Y no era por vanidad ni nada por el estilo sino porque sabía que aquel nuevo continente iba a necesitar de la mediación de la Madre de Dios como, en realidad, fue y es.

Cuando Juan Diego, por fin, se encontró a la Virgen María, aquella mujer que, para él, había pisado la serpiente y, por tanto, se había impuesto al diosecillo al que se le había elevado un templo allí mismo, supo que, desde entonces, nada iba a poder con su fe.

En realidad, aquel Juan Diego quisiéramos haber sido cualquiera de nosotros pero, para eso, a lo mejor nos sobra mucha soberbia y nos falta mucha sencillez.

Y quien tenga ojos para ver, que vea y oídos para oír...

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net