Fe y Obras

 

A 20 días de la Cuaresma

 

 

 

07.02.2020 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

No podemos negar que hay tiempos litúrgicos que son importantes. Bueno, en realidad, todos lo son pero los hay que los denominamos “fuertes”. Y será por algo y no por ponerles una etiqueta que los diferencie de los demás.

Pronto, muy pronto, en apenas 20 días, empieza uno de ellos. Es el tiempo previo a la Semana Santa y empieza un miércoles, llamado “De Ceniza” porque en tal día se nos recuerda que debemos tener una conversión continua y que debemos creer en el Evangelio. Y para ello se nos hace una cruz con una materia que nos recuerda, exactamente, en qué va a terminar nuestro cuerpo que no nuestra alma.

Ahora, por tanto, aún no estamos en Cuaresma. Sin embargo, delimitar un tiempo así, tales días hasta el Domingo de Ramos, a un espacio temporal determinado y olvidar lo que el mismo significa, por fuerza ha de quitar importancia, en general, a la fe que decimos tener y seguir.

Arriba decimos eso de la ceniza y recordamos, por tanto, en qué va a acabar una parte de nosotros. Y, entonces, nos viene a la mente y al corazón algo que nunca debemos olvidar pero que en Cuaresma se nos recuerda muy especialmente: conversión, confesión de fe, podemos decir.

Sí, nos corresponde a nosotros dejar de ser, muchas veces, como somos. Y para eso, en este tiempo, días 20 más o menos, que faltan para la imposición de la citada ceniza, podemos ir preparando, con efectividad, lo que supone nuestra conversión.

Alguien podría pensar que basta con convertir nuestro corazón en tal tiempo. Y no es la cosa así. Es decir, sí lo es entonces pero siempre debemos tener en cuenta que cambiar el corazón de piedra por uno de carne no es cosa que se pueda encerrar en unas semanas previas a la que consideramos Santa. No. Es tiempo, siempre lo es, de darnos cuenta de que así, no cambiando el corazón, no vamos a ninguna parte. Bueno, vamos y seguimos en el mundo pero donde queremos ir, al definitivo Reino de Dios llamado Cielo no, ahí no vamos. Eso no se nos debería olvidar nunca.

Este tiempo, previo a la Cuaresma, es uno que lo es de oro. Y lo es, oro espiritual queremos decir o diamante por pulir, también, porque podemos ir adelantando para lo que luego se nos va a pedir. Y es que sí, se nos piden cosas del alma en tiempo de Cuaresma.

Que se nos pide algo, en materia espiritual, como que la cosa no es material… en fin, como que nos puede resbalar un poco, no darle importancia y, al final de tal tiempo, no haber preparado bien (más bien mal) el tiempo de Pascua, la Semana Santa y todo el tiempo que sigue a la misma hasta Pentecostés que, no olvidemos, no son pocos días sino unos días más que cruciales para nuestra fe católica. Y, a lo mejor, tampoco el previo en el que ahora estamos.

Este tiempo, por tanto, el que falta hasta que el Miércoles de Ceniza se nos imponga una materia tan suave pero, ¡Ahí!, tan de obligación para nosotros, no podemos dejarlo pasar como si fuesen unos días como otros, así, como quien ve llover. No. Nosotros tenemos la oportunidad, primero, de darnos cuenta de en qué estamos fallando (¿O no?) y, luego, poner remedio a una enfermedad tan grave, tan grave, que por ser del alma puede llevarnos a la perdición total de la misma y, con ella, de nuestra vida eterna cuando no, a lo mejor, al mismo Infierno del que tan poco se habla en la acomodada sociedad espiritual en la que estamos viviendo.

De todas formas, esto no es novedad alguna porque la cosa viene siendo así casi 2.000 años. Y, al parecer, no acabamos de aprender del todo...

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net