Fe y Obras

 

El Orden Natural y la Ley Natural de la Humanidad

 

 

 

05.08.2021 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

En un momento determinado de la Epístola a los Romanos, el Apóstol llamado de los gentiles, dice esto que sigue:

En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos, aún sin tener ley, son para sí mismos ley. Esos tales muestran que tienen escrita en sus corazones la exigencia de la ley; contando con el testimonio de la conciencia y con sus razonamientos internos contrapuestos unas veces de condena y otras de alabanza, ...”

 

Esto lo escribe en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 de la citada Epístola y es, nada más y nada menos, que la plasmación más directa y efectiva de lo que es el Derecho Natural, la Ley Natural de Dios puesta en los corazones de las criaturas que fueron creadas a su imagen y semejanza.

Vayamos, por tanto, poco a poco como conviene a un análisis meditado y pormenorizado que pueda llevarnos a conclusiones que puedan sernos útiles por válidas.

En primer lugar, aquí aparece muchas veces una palabra: ley. Y es que hasta en 5 ocasiones la cita San Pablo pues en ella reside el meollo de todo esto. Y es que no se refiere a una norma que el ser humano haya podido elaborar a lo largo del tiempo, ni a algo que, por costumbre, se tenga por bueno sino que es directamente, y a eso se refiere, la Ley (escribimos con mayúscula porque lo merece) de Dios y tiene que ver, por tanto, con nuestra naturaleza de seres humanos hijos del Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!) y Creador nuestro.

En realidad, cuando aquel hombre, que había perseguido a los discípulos de Cristo y había asistido, impertérrito, al apedreamiento de Esteban, escribe esto que escribe es porque, a lo mejor, él, en el fondo, se había sentido como un tal gentil cuando comprendió que no cumplía la Ley de Dios como tanto tiempo había creído que sí cumplía. De todas formas, no es a esto a lo que nos queremos referir sino a otra cosa, a la extensión al ahora de lo que es la Ley Natural y el Derecho que la ampara y, en fin, desarrolla.

Digamos, antes de nada, que hemos titulado este artículo refiriéndonos al “Orden Natural” porque creemos que en todo esto, en la existencia del hombre y en el devenir de la Humanidad y del Universo hay, eso, un Orden que es el establecido por Dios y a él nos debemos referir y tiene, con relación al ser humano, unas características propias que no deben ser ni olvidadas ni tiradas a la basura como si se tratase de algo inservible.

Vemos, por tanto, que no se trata de cosas o realidades diferentes sino que uno, el Orden y otro, la Ley, están relacionados de tal forma que podemos decir que el primero de ellos se fundamenta en la segunda que es expresión, por decirlo pronto, de la santísima Voluntad de Dios y no se puede entender el uno si la otra pues cuando eso pasa sucede que no hay ni orden ni ley sino, en todo caso, trasunto de voluntad exclusivamente humana.

Pues bien, como aquí decimos, las palabras de San Pablo (que son tenidas por buenas a un lado y a otro del cristianismo, para que nos podamos entender) no dejan nada al olvido y todo lo sustentan en la Ley, de Dios, de la que se derivan, como decimos, una serie de derechos que son inalienables e innegociables pues ni los podemos perder (ni nos los pueden hacer perder) ni podemos, siquiera nosotros, actuar sobre ellos como si de cosa fungible se tratase.

Digamos que aquí, en las palabras de San Pablo, subyace algo que es fundamental. Nos referimos a que Dios no ha dejado, por así decirlo, corazón humano libre o liberado de su Ley sino que, al contrario, toda criatura creada por Dios a su imagen y semejanza tiene su norma, divina, inscrita en su corazón. Y por eso no deja de extrañarnos la fuerza contraria que han de hacer todos aquellos que no creen en Dios para tratar de evitar unos principios, valores y normas que, aunque no quieran, llevan inscritos en su propia alma pues, al haber sido imbuida por Dios todo lo que la misma lleva consigo… pues lo lleva y no se puede hacer como si la cosa no fuera con nosotros…

El caso es que hay quien no sabiendo que tiene la Ley en su corazón la pone en práctica y hay quien, sabiendo que la tiene no tiene la más mínima intención de hacer lo propio. Y es que en eso Dios da libertad al hombre para que haga lo que crea oportuno no sin, por eso, dejar de saber que no es lo mismo no saber y hacer que saber y no hacer, si nos sabemos explicar…

Es cierto, sobre esto, que hay mucha ceguera en el mundo y hay quien, don erre que erre, se empeña en seguir un camino contrario a la Ley de Dios con el pretexto de no tener a Dios por Creador y hacer como si el mundo estuviese ahí puesto por casualidad y el hombre… pues también.

De todas formas, como decimos, hay una Ley Natural y un Derecho, pues, que se deben aplicar según tal Ley de Dios. Y no es poco el contenido de la misma pues es mucho lo establecido por el Todopoderoso a tal respecto y todo esto no tiene que ver con la actividad normativa del ser humano pues todo esto está muy por encima de su propio ser y es cosa propia de Quien lo ha creado.

La misma, podemos decir según lo aquí apenas apuntado, tiene carácter universal y es inmutable al haber sido establecida por Dios y, entones, lo es para todos los hombres y por ser tal su Legislador no puede ser cambiada y, mucho menos, olvidada.

Nosotros, a vuela pluma, debemos decir que la Ley Natural:

1. Tiene como exponente la conciencia del hombre,

2. Es fundamento de toda norma propia del ser humano,

3. Hace que las leyes humanas sean válidas si concuerdan con ella y no si no lo hacen.

 

Con esto queremos decir que, por ejemplo, un principio tan elemental como “hacer el bien sin buscar el mal” que, creemos, todo ser humano lleva inscrito en su corazón, podría ser tenido por la Ley Natural en su expresión más clara y diáfana. Por tanto, cuando alguien actúa de forma que esté violentando un principio tan sencillo de entender como es el de no buscar el mal lo más razonable es pensar que está actuando contra la Ley Natural pues Dios no puede querer otra cosa que no sea que sus criaturas actúen buscando el bien.

Bien sabemos, a este respecto, que hay quien manipula las palabras y, luego, sus acciones, para hacer ver que lo es Mal, en realidad es Bien y que se salvaguardan, así, supuestos derechos humanos. Así, podemos pensar en el aborto cuando se dice que se preserva el derecho de la mujer… y así con muchas otras leyes que son, en sí mismas, aberrantes pues tienen, en sí, una clara desviación hacia ninguna parte…

Lo más sorprendente de esto es que sea defendible, por parte de quien eso haga, que la ley del hombre puede ser contraria a la Ley de Dios, a su Derecho Natural, cuando es evidente que la autoridad de la primera viene de la segunda (ya se lo dijo Cristo a Pilatos) y, por tanto, todo lo que se haga contra la Natural es, desde el mismo momento en que se haga, ilegítimo e ilegal, hablando de Dios y su Ley.

Todo el que tiene uso de razón, por tanto, conoce la Ley Natural pues es, como su nombre mismo indica, la inicial, de la que viene todo. Y es cierto que, como decimos, puede llegar a obviarse su existencia pero no por eso va a dejar de existir y exigir su aplicación a como dé lugar.

En general, tenemos un instrumento, digamos, “legal” de Dios que nos viene la mar de bien para explicar, sencilla y rápidamente, qué es la Ley Natural: los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés cuando su pueblo estaba a punto de traicionar a su Creador otra vez. Y es en tales normas (digamos que concretadas, en mucho, en las Bienaventuranzas) en las que debemos fijarnos para comprobar si una norma humana acuerda con la de Dios o, al contrario, va por otro camino no adecuado a la Voluntad del Padre Eterno.

Ciertamente, es posible que hay quien crea que basta decir que no se cree en Dios para sostener todo lo contrario a Su Ley. Sin embargo, como la realidad es tozuda, bien pronto han de darse cuenta (seguro se han dado cuenta hace tiempo) de que en sus corazones hay principios de los cuales no se pueden olvidar: no matarás, no robarás, etc.

Y es que Dios, que es Sabio y más que Sabio, no deja nada suelto a la imaginación del hombre tan dado, en cuanto puede, a olvidarse de lo que verdaderamente le importa.

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán
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