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De la brevedad de la vida

 

¿Podemos dilapidar nuestra vida que es el mayor bien que se nos ha concedido?

 

 

 

Francisco Rodríguez Barragán | 14.06.2018


 

Aunque  había leído muchas veces el salmo 89, cuando lo volví a leer el otro día quedé tocado. Afirma este salmo: “Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan”. Sentí el vértigo de esta verdad, sin duda porque ya pasé de los ochenta y lo que me quede por vivir será algo menos de un soplo.

Rumiando el salmo recordé haber leído, hace quizás 40 años, la obrita de Séneca “De la brevedad de la vida”, la encontré entre mis libros y me puse a releerla, vi que subrayé muchas frases que estaban dormidas en mi memoria. Seguramente no me impactaron tanto porque la vejez era algo todavía lejano.

Empieza Séneca diciendo que la mayoría de los mortales piensa que la naturaleza nos hace vivir poco tiempo, que necesitaríamos más para disfrutarla, lo cual no es cierto. No tenemos poco tiempo pero lo perdemos mucho, observación que habrían de tener en cuenta todos los jóvenes y examinar si el tiempo que vivimos lo ganamos o lo perdemos, pues según Séneca la vida es bastante larga para el que sabe emplearla, teniendo en cuenta que la parte más pequeña de nuestra vida es la que vivimos y no la que hemos vivido ni la incierta que nos queda por vivir.

Podemos ser avaros de riquezas o de placeres pero rara vez somos avaros de nuestro tiempo que estamos dispuestos a perder por cualquier tontería pues lo que nos resulta más difícil es permanecer cada cual consigo mismo para revisar si nuestra vida tiene sentido o es un mero transcurrir inútil.

Nos dice Séneca que tratemos de recordar las veces que hemos sido constantes en nuestras resoluciones y los beneficios que hemos sacado de nosotros mismos o si nuestro tiempo, el que vivimos, ha sido saqueado por locas alegrías, ávida codicia, interminables chácharas, sin percatarse de que el tiempo, el valioso tiempo que vivimos estamos gastándolo con prodigalidad y sin provecho.

Nos advierte que para aprender a vivir hace falta toda la vida y toda la vida también se necesita para aprender a morir. Muchas personas cuando llega la muerte se desesperan porque no han vivido sino solamente han durado. La vida se divide en tres épocas: el veloz presente, el incierto futuro y el pasado que utilizamos bien o mal pero es irrecuperable.

Las ideas del pagano Séneca no están lejos de las que predicaba Pablo, quizás por el mismo tiempo a los romanos. Los cristianos debíamos ser las personas que mejor utilizaran los talentos que Dios puso en nuestras manos, sobre todo el tiempo, y de los que nos pedirá cuentas. La parábola de Jesús es clara: lo que hayamos recibido de Dios hay que hacerlo fructificar.

No sé si habré negociado bien mi vida aunque, dada mi edad, pronto saldré de dudas. Espero no presentarme ante el Señor con las manos vacías, pero habré de redoblar mi esfuerzo contando siempre con la ayuda de Dios y la intercesión de María y todos los santos, pues el mayor error que podemos cometer es pensar que nuestra vida es nuestra y podemos hacer con  ella lo que se nos antoje porque después de la muerte no hay nada. ¿Es razonable pensar que Dios, que lo ha hecho todo con sabiduría, nos gaste la broma de enviarnos a la nada?

 

Francisco Rodríguez Barragán