Oído Cocina

 

¿RECUPERACIÓN CON MILES DE ERES?

 

 

Miguel del Río | 19.02.2019


 

 

La auténtica recuperación económica es un espejismo, porque se apuesta como nunca antes por favorecer a los ricos. El ejemplo más descarado son los miles de trabajadores prejubilados y enviados a casa, mientras se crea para los jóvenes un empleo barato y sin futuro. Lo más lamentable es que los poderes establecidos opten por el capital antes que por las personas.

Paul Krugman, el economista más mediático por eso de ser también Premio Nobel, predijo al comienzo de esta última crisis que la recuperación iba a ser muy dolorosa. También salió de su cabeza repleta de números que las cosas iban a ir a peor para la mayoría, aunque para mis entendederas se quedó corto y debería haber alertado de que se ha dado una gran vuelta de tuerca a la sociedad en beneficio de los ricos y en detrimento de los trabajadores (quien tenga un trabajo estable).

Una de las grandes contradicciones de esta supuesta recuperación, por no denominarla directamente mentira, es que se habla de ella, mientras las grandes empresas, precisamente las que tienen más beneficios, no paran de presentar Expedientes de Regulación de Empleo, conocidos en su abreviatura, y también en la calle, como los ERE. Estamos creando una sociedad de profesionales extremadamente preparados, apeados de sus respectivos trabajos mediante prejubilaciones, enviados a casa para ser sustituidos en el mejor de los casos por jóvenes sin experiencia alguna que ganan pírricos sueldos. ¿Esta era la soñada salida a la última crisis económica? Ahora veo que cuando Krugman vinculaba con lógica la crisis al dolor, se le olvidó añadir que la dolencia se iba a convertir en crónica, y que nada ni nadie iba a poner medidas sensatas para recuperar unos tiempos de bienestar, auspiciados especialmente por unos sueldos dignos.

Hablar en la actualidad de enfrentamientos políticos, de populismos, de levantar muros, con una Europa que solo se mira al ombligo, es el bosque que no nos deja ver los árboles. La situación real es que las sociedades se individualizan, lo que supone en sí mismo una innecesaria radicalidad. Hoy muchas elecciones se ganan bajo el mismo eslogan: “América para los americanos”, “Inglaterra para los ingleses” o “Italia para los italianos”. Pronto lo veremos también en España. Es un panorama desolador y aborrecible, aunque hay ocasiones en que siento una tremenda soledad al ver que las tendencias mayoritarias van en la misma dirección. Si por algo se ha caracterizado nuestra raza, es en tropezar demasiadas veces en la misma piedra y en cambiar de opinión, según sople el viento.

El tropiezo lo quiero explicar en lo que ocurre en Europa. Nos empeñamos en mirar atrás, hablando de economía, alianzas o migración, queriendo imitar lo que se hacía en los años negros de los gobiernos europeos más intransigentes. Esto lleva al mismo tiempo a una recuperación de viejas ideas, que afectan a cuestiones fundamentales, que creíamos superadas, pero resulta que no es así. La desigualdad laboral, también la social, el acceso al bienestar, el machismo, racismo o la homofobia recuperan inesperadamente un protagonismo que para nada deben tener. La cuestión económica tiene mucho que ver con estas y otras cosas que están sucediendo. Al igual que el comportamiento de las empresas, que se han convertido en más corporativas y menos sociales, fruto de esta nueva economía que lo reduce todo a números, sin pensar ya en las personas.

Los diseñadores ocultos de las crisis, los ERES, las reformas laborales y las supuestas recuperaciones, se han salido con la suya por generar un nuevo espacio de convivencia donde se percibe mucho más la desigualdad. El empleo juvenil, los beneficios de los trabajadores, el ahorro, el alto coste de la vida, el acceso a la vivienda… Todo ha sido puesto en cuestión, solo al alcance de unos pocos privilegiados, frente a una mayoría (aún silenciosa) que afronta la vida como buenamente puede. No hace falta ser un economista, ni mucho menos de la talla de los Keynes, Krugman o Piketty para percatarse de que este nuevo siglo está sirviendo también para un vuelco tremendo en lo que a concentración de capital se refiere. Lastimosamente, muchos Gobiernos no lo ven así, de ahí que no lo afronten con las necesarias medidas sociales. Pero, en honor a la verdad, hay que concluir que, si algo no ha cambiado en este mundo, es la estrecha vinculación entre el poder político y el poder económico.

 

 

 

Miguel del Río