Para ahuyentar el pesimismo creciente

 

 

Miguel del Río | 17.11.2019


 

 

El momento que atraviesa España (me podría consolar con decir que también el resto del mundo, pero no) da escalofríos. El país se ha convertido en un auténtico coñazo. Ya no se dialoga, solo se discute. Se nos debería caer la cara de vergüenza por hablar de construir un futuro para los jóvenes, mientras les ofrecemos semejante presente, tan repleto de inseguridades, radicalismo y pesimismo.

 

La política, la economía, la inseguridad, el porvenir de uno y de los descendientes de uno, el declive del medio ambiente o la educación, mayormente por falta de cultura y de sensibilidad social, están entre las cuestiones que más pesimismo generan entre el personal. La última gran crisis económica supuso un hachazo para lo que hasta entonces era una tranquila existencia de los medios de comunicación y lo que contaban, pero la etapa actual amenaza seriamente con matar de aburrimiento a los ciudadanos, siempre leyendo, oyendo por radio y viendo en televisión el mismo guión.

En el mundo solo existe el Twitter de Trump o señalar al ruso Putin como presunto instigador de no pocas conspiraciones. En Europa no vemos el momento en que Gran Bretaña se vaya de la Unión y se borre así de nuestra memoria este endemoniado Brexit. Y en España estamos hasta la coronilla de todo lo que pasa en Cataluña, y la permisividad oficial, allí y también en Madrid, con los CDR, los Tsunami Democrátic, los cortes de carreteras, y la actitud de dirigentes insensatos que no merecen ostentar cargos tan importantes, porque anteponen la radicalidad de sus ideas a una paz social que parece ya más cosa de la España de los primeros presidentes y gobiernos de la democracia.

 

“Estamos hasta la coronilla de lo que pasa en Cataluña, y la permisividad allí y en Madrid con los CDR, los Tsunami y los cortes de carreteras”

 

La gente está cansada y sobre todo pesimista (mucho), ante lo que pueda venir y la falta de consensos mínimos, no solo políticos sino también sociales, que sirvan para arreglar las cosas y no para echar más leña a las hogueras, esas mismas que prenden casi a diario en Barcelona. Empieza a ser habitual escuchar que es mejor no leer periódicos, oír radios, y no digamos los informativos y programas sensacionalistas de las televisiones (no solo TV3), porque la actualidad en España aburre. Así es: nunca antes hasta ahora habíamos sido un país tan coñazo.

Si la política interior resulta calamitosa, y el horizonte económico se nos presenta incierto, no es de extrañar ese pesimismo creciente, frente al que planteo soluciones concretas, aunque no sé muy bien por dónde empezar. Desde luego, lo que no es de recibo es preocupar hasta el extremo a pensionistas, trabajadores, estudiantes y jóvenes en busca de su oportunidad. La culpa hay que buscarla en que en España solo se habla ahora de enfrentamientos por todo. Mejor resumirlo así que empezar a enumerar cada una de las discusiones que nos separan.

Resultamos despreciables cuando incidimos hipócritamente en que hay que construir un futuro para nuestros jóvenes, y les presentamos este presente que es para llorar. Creemos que con manipular la realidad y los hechos estamos a salvo de las críticas directas, que es una forma muy fina de plantearlo para no tener que escribir que nos toman por tontos. El pesimismo nunca ha construido nada, al revés, ha oscurecido a los pueblos y su riqueza, esencialmente la cultural. Nos quieren hurtar lo realmente importante, como el bienestar, la educación, y el protagonismo ciudadano, por populismos, nacionalismos, independentismos, y, me temo también, que vuelta a los recortes. El pesimismo cunde cuando nadie se pone de acuerdo en nada y el contagio es general. España sufre una pandemia de intolerancia, que se observa principalmente en que ya no se dialoga, solo se discute. No es como para augurar nada bueno al sistema, mientras la pretensión única sea tirar solo de la cuerda hasta que algo esencial se rompa. Pero la obligación de cada uno de nosotros es ahuyentar el pesimismo con el ejemplo de lo que hacemos, y hacerlo con compromiso, esfuerzo, honradez y ética. Todo ello se lo deberían aplicar aquellos que no paran de hacer el canelo, porque llevan a cabo cada una de sus decisiones o actuaciones pensando en ellos y solo en ellos. De ahí nuestros escalofríos, de día y de noche.

 

“La actualidad en España aburre, nunca antes hasta ahora habíamos sido un país tan coñazo”

 

 

Miguel del Río