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      03 
      de abril de 2005 
     
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Santa Sede 
Unas 130.000 personas participan en la misa de sufragio por 
Juan Pablo II
Último mensaje del Papa: que la humanidad comprenda la Divina 
Misericordia
Comienza la exposición privada de los restos del Papa; en la 
tarde del lunes, la pública
Los periodistas ven el rostro del Papa «sereno» y marcado por 
el sufrimiento
¿A quién se confía el gobierno de la Iglesia cuando muere el 
Papa? 
Algunas decisiones que tomarán las congregaciones de los 
cardenales
Nueve días de exequias en sufragio por el alma del Papa
El Papa murió de septicemia y de colapso cardiopulmonar 
irreversible
Entrevista 
Juan Pablo II, el apóstol de la Divina Misericordia
Documentación 
Cardenal Sodano: «Juan Pablo II el Grande», «heraldo de la 
civilización del amor»
Mensaje póstumo de Juan Pablo II para el Regina Coeli del 
Domingo de la Divina Misericordia
 
 
Santa Sede
Unas 130.000 personas participan en la 
misa de sufragio por Juan Pablo II
El cardenal Sodano asegura que falleció «una actitud de profunda serenidad» 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Unas 130.000 personas se congregaron en la mañana de este domingo en la plaza de 
San Pedro del Vaticano y en la Vía de la Conciliación para participar en la misa 
de sufragio por Juan Pablo II presidida por el cardenal Angelo Sodano. 
«En la vigilia del Domingo de la Divina Misericordia pasó el Ángel del Señor por 
el Palacio Apostólico Vaticano y le dijo a su siervo bueno y fiel: "entra en el 
gozo de tu Señor"», aseguró el purpurado italiano durante la homilía. 
El cardenal dejó por momentos a un lado los papeles para tranquilizar a los 
presentes, informando que en su lecho de muerte el Papa vivió sus últimas horas 
en «una actitud de profunda serenidad». 
Grandes pantallas permitieron seguir la celebración, arrancando aplausos de los 
fieles cuando proyectaban imágenes de Juan Pablo II. 
La celebración tuvo lugar en un clima de profundo recogimiento y conmoción, con 
participación de personas de los cinco continentes, aunque la mayoría de los 
presentes eran habitantes de la ciudad de Roma. 
«Durante más de 26 años», Juan Pablo II «ha llevado a todas las plazas del mundo 
el Evangelio de la esperanza cristiana, enseñando a todos que nuestra muerte no 
es más que un paso hacia la patria del cielo», aseguró el cardenal Sodano. 
«Juan Pablo II, o más bien, Juan Pablo II el Grande, se convierte así en el 
heraldo de la civilización del amor. Concibiendo este término como una de las 
definiciones más bellas de la "civilización cristiana"», reconoció el antiguo 
secretario de Estado. 
«Sí, la civilización cristiana es civilización del amor, diferenciándose 
radicalmente de esas civilizaciones del odio que fueron propuestas por el 
nacimos y el comunismo», constató. 
ZS05040306
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Último mensaje del Papa: que la 
humanidad comprenda la Divina Misericordia
Leído en el «Regina Caeli» por el arzobispo Sandri 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Ante la sorpresa de las 130.000 personas que había participado en la misa de 
sufragio por Juan Pablo II, el arzobispo Leonardo Sandri leyó un mensaje que 
Juan Pablo II había pedido expresamente leer en este Domingo de la Divina 
Misericordia. 
El prelado argentino, sustituto de la Secretaría de Estado, leyó el texto «con 
mucho honor y mucha nostalgia», «por explícita indicación» del Santo Padre, como 
él mismo confesó al comenzar la lectura. 
«A la humanidad, que en ocasiones parece como perdida y dominada por el poder 
del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor 
que perdona, reconcilia y vuelve abril el espíritu a la esperanza», afirmaba el 
Papa en su mensaje póstumo. 
«El amor convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo 
de comprender y acoger la Divina Misericordia!», añadía Juan Pablo II en su 
mensaje. 
El Papa Karol Wojtyla proclamó la fiesta de la Divina Misericordia para la 
Iglesia universal al canonizar a la religiosa y mística polaca Faustina Kowalska 
(1905-1938), el 30 de abril de 2000. 
«Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros 
creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten 
misericordia de nosotros y del mundo entero», imploraba el pontífice antes de 
morir en el texto escrito para ser leído en el marco de la oración mariana 
pascual del «Regina Caeli». 
ZS05040307
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Comienza la exposición privada de los 
restos del Papa; en la tarde del lunes, la pública
Comunicado de Joaquín Navarro-Valls, portavoz vaticano 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Publicamos el comunicado que ha distribuido en la mañana de este domingo Joaquín 
Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede. 
 
* * *
Se están desarrollando en el Vaticano los procedimientos previstos por la 
Constitución Apostólica
«Universi Dominici Gregis» de Juan Pablo II con motivo de la muerte de un 
Sumo Pontífice. 
Constatación de la muerte. Esta mañana, a las 9,30 horas, se celebró el 
rito de la constatación de la muerte de Juan Pablo II («Universi Dominici Gregis», 
17). Su eminencia el cardenal Eduardo Martínez Somalo, cardenal camarlengo; el 
arzobispo Paolo Sardi, vice-camarlengo, el arzobispo Piero Marini, maestro de 
las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, y los prelados clérigos de la Cámara 
Apostólica, se dirigieron al apartamento del difunto pontífice con el doctor 
Renato Buzzonetti, médico personal del Papa, para proceder a la constatación de 
la muerte, siguiendo el rito del «Ordo Exsequiarum Romani Pontifici». 
El canciller secretario de la Cámara Apostólica, el abogado Enrico Serafín, 
redactó a continuación el acta de defunción, con el certificado médico anexo del 
doctor Renato Buzzonetti. 
Exposición de los restos en el Palacio Apostólico. A las 12,30 horas, el 
cardenal camarlengo presidirá una celebración para comenzar con las visitas a 
los restos de Juan Pablo II, expuestos en la Sala Clementina para el homenaje y 
la oración de los miembros de la Curia Romana, de las autoridades del Cuerpo 
Diplomático. Las visitas terminarán a las 16,00. 
Traslación de los restos a la Basílica Vaticana para el homenaje de todos los 
fieles. La hora de la traslación será decidida por la primera Congregación 
de los Cardenales, que tendrá lugar mañana, 4 de abril, a las 10,30 en la Sala 
Bolonia. Se prevé, como ya se anticipó, que la traslación tenga lugar en torno a 
las 17.00. 
[Traducción del original italiano realizada por Zenit] 
ZS05040301
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Los periodistas ven el rostro del Papa 
«sereno» y marcado por el sufrimiento
Empieza la primera estación de las exequias 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Las personas más cercanas a Juan Pablo II así como un reducido grupo de 
periodistas acudieron en la mañana del domingo al rito de la primera estación de 
las exequias que tuvo lugar en la Sala Clementina a cargo del cardenal 
camarlengo, Eduardo Martínez Somalo. 
El rito inició con oraciones y salmos pronunciados por el cardenal Somalo, que 
encendió el cirio pascual, situado al lado del catafalco en el que está situado 
el Papa, y acto seguido bendijo tres veces al Papa y le esparció agua bendita. 
Al final se entonó el Padrenuestro, también en latín. 
El corresponsal en Roma de la Agencia de noticias Reuters, Phil Pullela, observó 
que el Papa lleva en las manos un rosario blanco y el báculo de plata que 
siempre le acompañaba. 
«Tenia el rostro de quien ha sufrido mucho ya ya ha pasado a mejor vida», reveló 
a Zenit Juan Lara, corresponsal en el Vaticano de la Agencia Efe admitido en el 
«pool» de periodistas en la Sala Clementina. 
«El rostro del Papa estaba sereno y las manos cruzadas», constató John Thavis 
del Catholic News Service (CNS). Para el periodista Pulella, en cambio , «era el 
rostro de alguien que ha sufrido muchísimo». 
Otro cronista, Salvatore Izzo, de la Agencia italiana AGI, destacó que «el 
rostro del Papa estaba muy sufrido». 
«Me impresionaron mucho sus manos, blanquísimas», dijo Lara, que definió el 
ambiente de la Sala como «solemne». 
Juan Pablo II vestía los hábitos pontificales: sotana blanca y casulla roja, 
sobre la que le fue colocado el «palio», la estola de lana blanca con cruces 
negras signo litúrgico de honor y jurisdicción. Sobre la cabeza, la mitra y 
apoyado a su cuerpo, el báculo. 
El cronista de Reuters comentó que «entre las primeras personas a despedirse del 
Papa estava el arzobispo Emmanuel Milingo». 
La disposición de las personas que se unen en oración ante el Papa estaba 
dividida en dos zonas. A la derecha del cuerpo del Papa había un espacio para la 
Familia Pontificia, desde las religiosas polacas hasta su secretario particular, 
el arzobispo Stanislaw Dziwisz. 
A la izquierda se recogían en oración los cardenales, entre ellos Joseph 
Ratzinger, decano del Colegio cardenalicio, quien estaba sentado y «se agachaba 
hacia delante poniéndose las manos a la cabeza» , y el cardenal Edmund Casimir 
Szoka, «muy conmovido», según Pullela. 
El secretario particular, monseñor Dziwisz, «recurrió en varias ocasiones al 
pañuelo y lloró cuando le abrazó el presidente de Italia, Carlo Azeglio Ciampi», 
revelaron los cronistas presentes en la Sala en la que descansa el cuerpo del 
Papa. 
ZS05040305
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¿A quién se confía el gobierno de la 
Iglesia cuando muere el Papa? 
Responde la constitución apostólica que Juan Pablo II escribió para la Sede 
vacante 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
¿A quién se confía el gobierno de la Iglesia cuando muere el Papa? A esta 
pregunta que ha surgido con el fallecimiento de Juan Pablo II responde la 
constitución apostólica que el dejó para el momento en que la Sede de Pedro 
queda vacante 
«Universi Dominici Gregis» (UDG) responde que el gobierno se confía «al 
Colegio de los Cardenales», pero «solamente para el despacho de los asuntos 
ordinarios o de los inaplazables». 
Los purpurados pueden decidir sobre asuntos de gobierno cuando se presente un 
problema que a juicio de la mayor parte de los Cardenales reunidos no puede ser 
postergado --«el Colegio de los Cardenales debe disponer según el parecer de la 
mayoría»-- (UDG 6), «y para la preparación de todo lo necesario para la elección 
del nuevo Pontífice» (UDG 2). 
Esta tarea del Colegio de los Cardenales «debe llevarse a cabo con los modos y 
los límites» previstos en «Universi Dominici Gregis»: por eso deben quedar 
absolutamente excluidos los asuntos, que sea por ley como por praxis, o son 
potestad únicamente del Romano Pontífice mismo, o se refieren a las normas para 
la elección del nuevo Pontífice según las disposiciones» de la citada 
Constitución. 
Juan Pablo II estableció igualmente «que el Colegio Cardenalicio no pueda 
disponer nada sobre los derechos de la Sede Apostólica y de la Iglesia Romana, y 
tanto menos permitir que algunos de ellos vengan menguados, directa o 
indirectamente, aunque fuera con el fin de solucionar divergencias o de 
perseguir acciones perpetradas contra los mismos derechos después de la muerte o 
la renuncia válida del Pontífice» (UDG 3). 
«Durante la vacante de la Sede Apostólica, las leyes emanadas por los Romanos 
Pontífices no pueden de ningún modo ser corregidas o modificadas, ni se puede 
añadir, quitar nada o dispensar de una parte de las mismas, especialmente en lo 
que se refiere al ordenamiento de la elección del Sumo Pontífice» afirma el 
número 4. 
«Es más --concluía Juan Pablo II--, si sucediera eventualmente que se hiciera o 
intentara algo contra esta disposición, con mi suprema autoridad lo declaro nulo 
e inválido». 
Asimismo, el número 20, establece que «durante la vacante de la Sede Apostólica, 
el sustituto de la Secretaría de Estado [actualmente el arzobispo Leonardo 
Sandri] así como el secretario para las Relaciones con los Estados [el arzobispo 
Giovanni Lajolo] y los Secretarios de los Dicasterios de la Curia Romana 
conservan la dirección de la respectiva oficina y responden de ello ante el 
Colegio de los Cardenales». 
ZS05040309
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Algunas decisiones que tomarán las 
congregaciones de los cardenales
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Este lunes por la mañana tendrá lugar la primera congregación de los cardenales 
en la que se decidirá cuándo y cómo «el cadáver del difunto Pontífice será 
trasladado a la Basílica Vaticana, para ser expuesto a la veneración de los 
fieles». 
Normalmente, la exposición según ha adelantado Joaquín Navarro-Valls, portavoz 
de la Santa Sede, debería tener lugar a partir de la tarde de este lunes, aunque 
la decisión sólo será oficial tras esta reunión. 
Juan Pablo II, en la constitución apostólica
«Universi Dominici Gregis», en el número 13, dio estos otros encargos para 
una de las primeras congregaciones generales. Son los siguientes: 
--«Disponer todo lo necesario para las exequias del difunto Pontífice» y «fijar 
el inicio de las mismas». 
--Pedir a la Comisión --«compuesta por el Cardenal Camarlengo y por los 
Cardenales que desempeñan respectivamente el cargo de Secretario de Estado y de 
Presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano»-- 
la preparación del alojamiento de los Cardenales electores y de las personas 
vinculadas a la elección del Papa en los locales de la Domus Sanctae Marthae 
(los cardenales deberán asignar por sorteo las habitaciones a los electores) y, 
al mismo tiempo, la preparación de la Capilla Sixtina –donde se celebrará la 
elección--, «a fin de que las operaciones relativas a la elección puedan 
desarrollarse de manera ágil, ordenada y con la máxima reserva, según lo 
previsto y establecido en esta Constitución». 
--«Confiar a dos eclesiásticos de clara doctrina, sabiduría y autoridad moral, 
el encargo de predicar a los mismos Cardenales dos ponderadas meditaciones sobre 
los problemas de la Iglesia en aquel momento y la elección iluminada del nuevo 
Pontífice»; también debe fijar cuándo «debe serles dirigida la primera de dichas 
meditaciones». 
Normalmente estos predicadores serán religiosos o monjes. La primera meditación 
tendrá lugar en el tiempo que precede la entrada en Cónclave. La segunda será el 
mismo día del ingreso en Cónclave, después de que los Cardenales electores hayan 
prestado juramento en la Capilla Sixtina, y justo antes del inicio de las 
operaciones de elección. 
--«Aprobar bajo propuesta de la Administración de la Sede Apostólica o, en la 
parte que le corresponde, del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano, los 
gastos necesarios desde la muerte del Pontífice hasta la elección del sucesor».
--«Leer, si los hubiere, los documentos dejados por el Pontífice difunto al 
Colegio de Cardenales». 
--«Cuidar que sean anulados el Anillo del Pescador y el Sello de plomo, con los 
cuales son enviadas las Cartas Apostólicas». 
El anillo del pescador se utiliza en los breves pontificios, así como en otros 
actos como cédulas y sentencias consistoriales. Actualmente las cartas 
apostólicas o bulas se expiden «sub plumbo» haciendo uso del sello de plomo por 
parte de la sección primera –Asuntos Generales de la Secretaría de Estado--, que 
custodia el sello plúmbeo y el anillo del pescador. 
--«fijar el día y la hora del comienzo de las operaciones de voto». 
ZS05040310
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Nueve días de exequias en sufragio por 
el alma del Papa
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
La Iglesia católica celebra exequias del difunto Pontífice durante nueve días 
consecutivos», se trata de los así llamados «novendiali». El día del 
fallecimiento cuenta como el primero de este período. 
La Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» establece que, «después de 
la muerte del Romano Pontífice, los Cardenales celebrarán las exequias en 
sufragio de su alma durante estos días. 
Ya en el Concilio de Lyón de 1274 Gregorio X estableció que, tras la muerte del 
Pontífice, fueran celebradas por los Cardenales presentes en la ciudad donde 
muriera las ceremonias fúnebres en sufragio por el difunto. 
Pío IV --en la Constitución Apostólica «In eligendis»-- y Gregorio XV --en el «Caeremoniale 
Romano Pontifice»-- regulan el orden de estas exequias. Están previstos turnos 
--los primeros tres días celebra el Capítulo de la Basílica Vaticana y los 
últimos tres el Colegio de los Cardenales-- que actualmente han sufrido en la 
práctica modificaciones por diversas exigencias. 
Si uno de los «novendiali» coincide con una solemnidad según el Calendario 
Litúrgico, las celebraciones en ese día no tendrían lugar. Y así sucederá el 
próximo lunes, 4 de abril, que en este año se celebra la solemnidad de la 
Anunciación. 
ZS05040311
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El Papa murió de septicemia y de 
colapso cardiopulmonar irreversible
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Juan Pablo II murió de septicemia y de colapso cardiopulmonar irreversible, 
según se ha podido saber este domingo por el certificado oficial de defunción 
distribuido por la Santa Sede. 
El documento está firmado por el doctor Renato Buzzonetti, medico personal de 
Juan Pablo II y director de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del 
Vaticano. 
«Certifico que Su Santidad Juan Pablo II (Karol Wojtyla), nacido en Wadowice 
(Polonia) el 18 de mayo de 1920, residente en la Ciudad del Vaticano, ciudadano 
vaticano, ha fallecido a las 21.37 horas del día 2 de abril de 2005 en su 
apartamento del Palacio Apostólico Vaticano». 
El certificado constata que el Papa padecía del mal de Parkinson, episodios de 
insuficiencia respiratoria aguda y consecuente traqueotomía, además de 
hipetrofia prostática benigna complicada por infección en las vías urinarias (urosepsis), 
además de cardiopatía hipertensiva e isquémica. 
La confirmación de la muerte se hizo a través de una máquina de seguimiento de 
la actividad cardíaca. 
«Declaro que las causas de la muerte, de acuerdo a mi ciencia y a mi conciencia, 
son las indicadas», concluye el doctor Buzzonetti. 
ZS05040308
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Entrevista
Juan Pablo II, el apóstol de la Divina 
Misericordia
Entrevista con el obispo Renato Boccardo, secretario general del Estado de la 
Ciudad del Vaticano 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Juan Pablo II falleció al concluir la misa del Domingo de la Divina 
Misericordia, la fiesta que él mismo había instituido cinco años antes para que 
el mundo comprendiera mejor la grandeza del perdón de Dios. 
El obispo Renato Boccardo, recientemente nombrado secretario general del Estado 
de la Ciudad del Vaticano, quien dirigió la oración de los fieles congregados en 
la Plaza de San Pedro tras el anuncio de la muerte del Santo Padre, considera 
que este Papa ha sido «el apóstol de la Misericordia». 
El prelado italiano dedicará precisamente a este tema su intervención en un 
retiro sin precedentes para sacerdotes de todo el mundo ( 
http://www.missionariesofmercy.org) que celebrará en Cracovia, del 20 al 24 
de julio para descubrir la actualidad e importancia de la Divina Misericordia.
En esta entrevista concedida a Zenit monseñor Boccardo, hasta hace poco 
secretario del Consejo Pontificio para las comunicaciones Sociales, ilustra la 
trascendencia del mensaje transmitido por Cristo a la humanidad a través de la 
religiosa y mística polaca sor Faustina Kowalska (1905-1938). 
--Usted hablará a sacerdotes de todo el mundo, en Cracovia, de Juan Pablo II 
como apóstol de la Misericordia. ¿Qué les dirá? 
--Monseñor Boccardo: Creo que en estos casi 27 años de pontificado el Papa ha 
sido apóstol de la misericordia de dos maneras. Ante todo con su enseñanza, en 
particular, con su encíclica «Dives in misericordia». Pero también con sus 
gestos. Hay gestos que han quedado en la memoria, en la conciencia de la 
Iglesia, más allá de sus palabras. 
Pienso al perdón ofrecido a quien atentó contra su vida y la visita que le hizo 
en la cárcel. Pienso en la cercanía que en varias ocasiones manifestó a todos 
los que de manera particular tenían necesidad de la Divina Misericordia: el 
encuentro del Papa con los enfermos de sida o, en general, con las personas 
ancianas abandonadas. Pienso en el Papa que el Viernes Santo, en la Basílica de 
San Pedro del Vaticano, acogía en años pasados a los peregrinos para dispensar 
el sacramento de la Reconciliación, medio altísimo de la Misericordia de Dios.
Me parece que el Papa Juan Pablo II unió las palabras y los gestos de la 
misericordia. Una misericordia que se manifestaba también a través de una 
caricia, de la escucha, a través de su mirada intensa hacia las personas que 
sufren. 
Pienso en otro ejemplo de misericordia, el de la petición de perdón durante el 
Gran Jubileo del año 2000. Con su persona y enseñanza, el Papa ha recordado a la 
Iglesia esta dimensión fundamental de la vida cristiana. 
--Juan Pablo II afirmaba que «la Misericordia es la única esperanza para el 
mundo». ¿Por qué daba una importancia tan grande a la Divina Misericordia para 
el futuro del mundo? 
--Monseñor Boccardo: Nuestro mundo moderno o posmoderno parece querer 
experimentar todas las posibilidades para mejorar su vida, para promover el 
progreso, la ciencia, la técnica, y sin embargo sigue experimentando una gran 
pobreza. 
Recordemos las palabras del Evangelio: ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el 
mundo si después pierde su alma? Nuestro mundo tan moderno, tan rico de ciencia, 
de técnica y de descubrimientos, al final no es capaz de dar un sentido a la 
propia existencia. Se encuentra dividido en su interior, movido por el odio, por 
la guerra y la muerte, y tiene que volver a encontrar la fuerza y las razones 
para poder vivir y esperar. 
Y los cristianos creemos y afirmamos que estas razones y esta fuerza sólo se 
encuentran en el corazón de Dios. Por tanto, el mundo posmoderno que experimenta 
su propia pobreza tiene necesidad más que nunca de un anuncio de gracia y de 
misericordia que procede del exterior, pues en su interior este mundo no 
encuentra respuesta a sus preguntas. Al acoger un misterio más grande se 
comprende gratuitamente --con la misericordia-- que el mundo puede encontrar el 
sentido a sus afanes. 
--¿Qué impacto ha tenido la fiesta de la Divina Misericordia en la vida de la 
Iglesia? 
--Monseñor Boccardo: Ante todo, creo que la fiesta de la Divina Misericordia es 
un don que Juan Pablo II hizo a la Iglesia. Un don que responde probablemente 
también a una expectativa de nuestro mundo, que experimenta más que nunca esta 
necesidad de misericordia y de bondad. 
Y sabemos que el manantial de la misericordia y de la bondad está en el corazón 
de Dios. Es importante que la Iglesia se convierta cada vez más, como ha 
repetido con frecuencia el Papa, en ministra de esta misericordia y de esta 
bondad de Dios. 
Dedicar una jornada a la celebración y proclamación de la Misericordia de Dios, 
que a través del sacrificio de Cristo llega a todos los hombres, se convierte en 
una obra de evangelización. Por tanto, como decía, es un don precioso para la 
Iglesia universal y a través de la Iglesia a toda la humanidad. 
--¿Por qué dos cardenales (Christoph Schönborn y Philippe Barbarin) y dos 
obispos (Albert-Mariede Monleon e Renato Boccardo) han decidido proponer un 
retiro para los sacerdotes del mundo? 
--Monseñor Boccardo: Yo estaba junto al Papa en la celebración de la dedicación 
del santuario de Lagiewniki (Cracovia). Y me impresionó lo que dijo el Papa 
durante la celebración: «Quién podía pensar que aquel joven con zuecos en los 
pies, que al regresar del trabajo, todas las tardes se detenía aquí, ante la 
capilla, para rezar a la Divina Misericordia, regresaría un día como Papa para 
consagrar este santuario». Es decir, la Divina Providencia escribe una historia 
misteriosa en la vida de los hombres. Momentos muy intensos y de gran emoción.
Sabemos que de aquel lugar, de aquel santuario, se irradió por todo el mundo la 
devoción a la Divina Misericordia. Una riqueza de gracia y de bendición. Por 
tanto, espero y creo que también este retiro internacional será una efusión de 
gracia, de bendición para quien participe y a través de ellos para la Iglesia.
[Para más información sobre el retiro:
http://www.missionariesofmercy.org]
ZS05040312
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Documentación
Cardenal Sodano: «Juan Pablo II el 
Grande», «heraldo de la civilización del amor»
Homilía en la misa de sufragio por Juan Pablo II en la plaza de San Pedro 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Publicamos la homilía que pronunció el cardenal Angelo Sodano en la misa de 
sufragio por Juan Pablo II que presidió en la plaza de San Pedro del Vaticano, 
en la mañana de este Domingo de la Divina Misericordia. 
 
* * *
Venerados concelebrantes, 
distinguidas autoridades, 
hermanos y hermanas en el Señor. 
El canto del Aleluya resuena hoy más solemnemente que nunca. 
Es el segundo domingo de Pascua. Es el domingo «in albis», la fiesta de los 
vestidos blancos de nuestro bautismo. Es el domingo de la Divina Misericordia, 
como cantamos en el Salmo 117: «Cantad al Señor porque es bueno, porque es 
eterna su misericordia…». 
Es verdad. Nuestro espíritu está sacudido por un hecho doloroso: nuestro padre y 
pastor, Juan Pablo II, nos ha dejado. Sin embargo, durante más de veinte años 
siempre nos invitó a mirar a Cristo, única razón de nuestra esperanza. 
Durante más de 26 años, ha llevado a todas las plazas del mundo el Evangelio de 
la esperanza cristiana, enseñando a todos que nuestra muerte no es más que un 
paso hacia la patria del cielo. 
Allí está nuestro destino eterno, donde nos espera Dios, nuestro Padre. 
El dolor del cristiano se transforma inmediatamente en una actitud de profunda 
serenidad. Ésta nos viene de la fe en Aquél que dijo: «Yo soy la resurrección El 
que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá 
jamás» (Cf. Juan 11,25-26). 
Ciertamente el afecto por las personas queridas nos lleva a derramar lágrimas de 
dolor, en el momento de la separación, pero sigue siendo actual el llamamiento 
que ya dirigía el apóstol Pablo a los cristianos de Tesalónica, cuando les 
invitaba a no entristecerse «como quienes no tienen esperanza», 
«sicut coeteri, qui spem non habent» (1 Tesalonicenses 4, 13). 
Hermanos, la fe nos invita a alzar la cabeza y a mirar lejos, ¡a mirar hacia lo 
alto! De este modo, mientras hoy lloramos el hecho de que el Papa nos ha dejado, 
abramos el corazón a la visión de nuestro destino eterno. 
En las misas por los difuntos, hay una bella frase del prefacio: «no se nos 
quita la vida, se transforma», «vita mutatur, non tollitur». Y, ¡al destruirse 
la morada terrena, se construye otra en el cielo! 
Se explica así la alegría del cristiano en todo momento de la propia vida. Sabe 
que, por más pecador que sea, a su lado siempre está la misericordia de Dios 
Padre que le espera. Este es el sentido de la fiesta de la Divina Misericordia 
de este día, instituida precisamente por el difunto Papa Juan Pablo II para 
subrayar este aspecto tan consolador del misterio cristiano. 
En este Domingo sería conmovedor releer una de sus encíclica más bellas, la «Dives 
in misericordia», que nos ofreció ya en 1980, en el tercer año de su 
pontificado. Entonces el Papa nos invitaba a contemplar al «Padre de las 
misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación» 
(Cf. 2 Corintios 1,3-4). 
En la misma encíclica, Juan Pablo II nos invitaba a mirar a María, la Madre de 
la Misericordia, que durante la visita a Isabel, alababa al Señor exclamando: 
«su misericordia se extiende de generación en generación» (Cf. Lucas 1, 50). 
Nuestro querido Papa también hizo un llamamiento después a la Iglesia a ser casa 
de la misericordia para acoger a todos aquellos que tienen necesidad de ayuda, 
de perdón y de amor. Cuántas veces repitió el Papa en estos 26 años que las 
relaciones mutuas entre los hombres y los pueblos no se pueden basar sólo en la 
justicia, sino que tienen que ser perfeccionadas por el amor misericordioso, que 
es típico del mensaje cristiano. 
Juan Pablo II, o más bien, Juan Pablo II el Grande, se convierte así en el 
heraldo de la civilización del amor, viendo en este término una de las 
definiciones más bellas de la «civilización cristiana». Sí, la civilización 
cristiana es civilización del amor, diferenciándose radicalmente de esas 
civilizaciones del odio que fueron propuestas por el nacimos y el comunismo. 
En la vigilia del Domingo de la Divina Misericordia pasó el Ángel del Señor por 
el Palacio Apostólico Vaticano y le dijo a su siervo bueno y fiel: «entra en el 
gozo de tu Señor» (Cf. Mateo 25, 21). 
Que desde el cielo vele siempre por nosotros y nos ayude a «cruzar el umbral de 
la esperanza» del que tanto nos había hablado. 
Que este mensaje suyo permanezca siempre grabado en el corazón de los hombres de 
hoy. A todos, Juan Pablo II les repite una vez más las palabras de Cristo: «El 
Hijo del Hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se 
salve por él» (Cf. Juan 3, 17). 
Juan Pablo II difundió en el mundo este Evangelio de salvación, invitando a toda 
la Iglesia a agacharse ante el hombre de hoy para abrazarle y levantarle con 
amor redentor. ¡Recojamos el mensaje de quien nos ha dejado y fructifiquémoslo 
para la salvación del mundo! 
Y a nuestro inolvidable padre, nosotros le decimos con las palabras de la 
Liturgia: «¡Que los ángeles te lleven al paraíso!», «In Paradisum deducant te 
Angeli»! 
Que un coro festivo te acoja y te conduzca a la Ciudad Santa, la Jerusalén 
celestial, para que tengas un descanso eterno. 
¡Amén! 
[Traducción del original italiano realizada por Zenit] 
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Mensaje póstumo de Juan Pablo II para 
el Regina Coeli del Domingo de la Divina Misericordia
Leído tras la misa en sufragio del Santo Padre en la plaza de San Pedro del 
Vaticano 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 abril 2005 (ZENIT.org).- 
Publicamos el mensaje que Juan Pablo II había preparado para que fuera leído con 
motivo de la oración mariana del «Regina Caeli» en este Domingo de la 
Misericordia. 
Fue leído «con tanto honor y tanta nostalgia», «por explícita indicación» del 
Santo Padre, como él mismo dijo, por el arzobispo Leonardo Sandri, sustituto de 
la Secretaría de Estado, tras la celebración eucarística en sufragio por Juan 
Pablo II presidida por el cardenal Angelo Sodano. 
 
* * *
¡Queridos hermanos y hermanas! 
1. Resuena también hoy el gozoso Aleluya de Pascua. La pagina del Evangelio de 
hoy de Juan subraya que el Resucitado, la noche de ese día, se apareció a los 
apóstoles y «les mostró las manos y el costado» (Juan 20, 20), es decir, los 
signos de la dolorosa pasión impresos de manera indeleble en su cuerpo también 
después de la resurrección. Aquellas llagas gloriosas, que ocho días después 
hizo tocar al incrédulo Tomás, revelan la misericordia de Dios que «tanto amó 
Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16). 
Este misterio de amor está en el corazón de la liturgia de hoy, domingo «in 
Albis», dedicado al culto de la Divina Misericordia. 
2. A la humanidad, que en ocasiones parece como perdida y dominada por el poder 
del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor 
que perdona, reconcilia y vuelve abril el espíritu a la esperanza. El amor 
convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de 
comprender y acoger la Divina Misericordia! 
Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros 
creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten 
misericordia de nosotros y del mundo entero. 
3. La solemnidad litúrgica de la Anunciación, que celebraremos mañana, nos lleva 
a contemplar con los ojos de María el inmenso misterio de este amor 
misericordioso que surge del Corazón de Cristo. Con su ayuda, podemos comprender 
el auténtico sentido de la alegría pascual, que se funda en esta certeza: Aquel 
a quien la Virgen llevó en su seno, que sufrió y murió por nosotros, ha 
resucitado verdaderamente. ¡Aleluya! 
[Traducción del original italiano realizada por Zenit] 
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