Es un libro de fácil y agradable lectura, un libro para meditarlo y
para hacer oración mientras lo leemos despacio. A lo largo de sus
breves páginas, se cuestionan una serie de preguntas acerca del
dolor, del sufrimiento, de la enfermedad y de la Muerte, y también
de la fe y del sentido de Dios en un mundo que a menudo prescinde y
desconfía de Él.
La lectura de este libro, no deja indiferente a
nadie, y remite constantemente a citas y referencias a varios
autores de reconocido prestigio y valía en estas cuestiones. En este
libro, se encuentran razones para agradecer el don de la vida y
también para preparar con paz y serenidad el acto importante de
nuestra Muerte, acto que los creyentes lo tenemos que vivir como una
auténtica y verdadera Resurrección.
- Miguel Ángel, en tu libro, hablas de cómo asumir el sufrimiento
con realismo, la palabra ”sufrimiento” deriva del término latino
”suferre” y significa soportar: El sufridor es el que soporta
cargas. El dolor, aunque es de naturaleza principalmente física,
está íntimamente ligado al sufrimiento, que es algo más que dolor
del cuerpo. ¿Crees que la experiencia de dolor y sufrimiento afecta
a toda la persona, a su cuerpo y a su alma, es decir, a su espíritu
encarnado? ¿Cómo? ¿Por qué?
- Efectivamente. Incluso un simple dolor físico (un dolor de
muelas o de cabeza) afecta a toda la persona; cuánto más otros
dolores. El dolor y la muerte forman parte del vivir humano; nadie
escapa a su visita. La persona prudente -sea creyente o no- debería
asumir esas realidades, misteriosas sí, pero inevitables. Tarde o
temprano todos nos interrogamos sobre su existencia, su sentido, y
no conviene dejar las respuestas para el final…
- El dolor y la muerte, ¿forman parte de la vida humana o, por el
contrario, son obstáculos para ella?
- ¡Claro que forman parte de la vida! Son compañeros inseparables
en nuestro caminar, aunque a veces el dolor tarde en aparecer. En
ocasiones, me he encontrado con alguien que me ha dicho: “tengo 70
años y nunca he estado enfermo”. Es usted un afortunado, le he
comentado. Porque lo normal es lo contrario. Es más, casi todos los
expertos en estas materias suelen comentar que una persona que no ha
sufrido, tampoco ha madurado…
- El sufrimiento es realmente misterioso. ¿Cómo relacionar el
sufrimiento con un Dios todo bondad y omnipotente? ¿Es justo Dios al
permitir el dolor?
- Esta es la gran pregunta que ha ocasionado muchas rebeldías.
¿Por qué Dios permite el dolor, pudiendo evitarlo? Elie Wiesel,
judío, premio Nobel de la Paz en 1986 y superviviente del campo de
exterminio de Auschwitz, narra lo siguiente: “Las SS nazis colgaron
a dos hombres mayores y a un joven delante de todos los internados
en el campo de concentración. Los mayores murieron rápidamente, la
agonía del joven duró media hora. Detrás de mí, un hombre preguntó:
¿Dónde está Dios, dónde? Cuando, después de un largo rato, el joven
continuaba sufriendo, colgado del lazo, oí al hombre decir otra vez:
¿Dónde está Dios ahora? Y oí una voz que contestaba dentro de mí:
Aquí…, aquí está, ahorcado en este patíbulo”. Podría decirse que la
respuesta que el judío Wiesel oyó dentro de sí es la misma que nos
da el Evangelio: en Jesús, el Inocente crucificado, Dios ha hecho
suya la muerte de los inocentes de todos los tiempos. Si Dios no
evitó la Cruz a su propio Hijo, parece lógico que también cuente con
ella para nosotros, no como castigo, sino como prueba de nuestro
amor
- Según explicas en tu libro, el sufrimiento puede ayudar a
madurar: ¿Significa eso que el dolor tiene algún valor positivo para
una vida humana?
- Es un tema complicado. El dolor en sí mismo es malo y, como
decía san Josemaría Escrivá, “si se puede, hay que quitarlo; y si no
se puede, hay que ofrecerlo a Dios”. El dolor físico, en muchos
casos, se puede quitar con los medicamentos adecuados; pero el dolor
que producen las desgracias personales y familiares son sufrimientos
a los que hay que darle sentido: no puedo evitarlo pero sí que puedo
reorientarlo. A los enfermos les va muy bien tener una imagen de
Cristo en la habitación, enfrente de la cama, no detrás (que no la
verían). Porque así, desde la cama, pueden ver su sufrimiento en la
Cruz, y eso ayuda mucho. Y el enfermo puede ofrecer ese sufrimiento
por las personas que quiere, por la Iglesia, etc. Y eso, además,
purifica, enrecia, quizá madura. Ciertamente el sufrimiento ayuda a
madurar. Hay multitud de testimonios, incluso de gente ajena a
planteamientos trascendentes, que corroboran esta afirmación. El
filósofo Heidegger afirmaba que el hombre es un ser inacabado y que
con el sufrimiento puede lograr ese acabamiento, la plenitud.
- Si la muerte es inevitable, y el dolor es una “escuela de
vida”, ¿qué sentido tienen los esfuerzos de la investigación
científica para mitigar el dolor y para alejar lo más posible el
momento de la muerte?
- Aunque la batalla contra la muerte la tenemos perdida (todos
morimos), también hay una batalla por la vida y la salud, que
tenemos que combatir. Hace 70 años la gente moría a los 50 años
(todavía sucede en países atrasados), y ahora se suele llegar a los
80 o más. Aunque eso tiene un límite: la ciencia deberá procurar dar
calidad y hacer digna la ancianidad, pero sería estúpido que se
empeñara en alejar y alejar el momento de la muerte. Biológicamente,
estamos programados para morir. Por ello, hacer amable la vejez
forma parte del progreso de la medicina. Lo mismo pasa con el dolor,
que es inevitable, pero hay que poner todos los medios posibles para
hacerlo llevadero. De hecho, hoy casi no se da lo de morir entre
inmensos e insufribles dolores…
- Tratas en tu obra, de la conveniencia de hablar de la muerte
con los enfermos: ¿Es natural el miedo a morir? ¿Es natural el miedo
al modo de morir?
- Todos tenemos miedo a la muerte, porque pensamos poco en ella.
En nuestro mundo supercivilizado, la muerte se ha convertido en un
tema tabú. Aunque sorprende la cantidad de libros que aparecen
dedicados al tema de la muerte.
En este contexto, me parece importante recordar que cuando uno va
a morir, o se está muriendo, tenga el derecho a una información
adecuada. No tendría mucho sentido querer ocultar al enfermo ese
hecho. De ese modo, podrá resolver sus asuntos pendientes (con Dios
y los demás), tomar decisiones, cumplir promesas, se podrá despedir
de los seres queridos. Es un momento de la vida tan trascendente que
no se puede convertir en algo banal.
- Hoy, se habla mucho de morir con dignidad, y este supuesto
morir con dignidad, puede convertirse en ocasiones en una puerta
abierta a la práctica de la eutanasia. A pesar de todo, hay quienes
creen que una muerte dolorosa o un cuerpo muy degradado serían más
indignos que una muerte rápida y “dulce”, producida cuando cada uno
dispusiera. ¿Crees, que el dolor y la muerte son dignos si son
aceptados y vividos por la persona; pero no lo son si alguien los
instrumentaliza para atentar contra esa persona? ¿No es muy sutil la
línea divisoria entre la eutanasia y la cesación de unos cuidados ya
inútiles?
- Cualquier profesional de la salud tiene la experiencia de que
la muerte suele ser en sí misma desagradable. También para el
creyente, que espera el encuentro con Dios en la otra vida, la
cercanía de la muerte se muestra como una realidad ingrata, poco
amable. No hay dignidad en el mismo proceso de la muerte, sino sólo
en el modo en que la afrontamos. Un sacerdote navarro, bromista y
socarrón, decía poco antes de morir: “Debe ser duro eso de morir;
pero no me preocupa en exceso. El mismo Dios que me iluminó en
tantos momentos difíciles de mi vida, estará también presente en ese
momento decisivo de la vida que es la muerte”.
Por mucho que se enfatice con expresiones como “derecho a una
muerte digna”, “morir con dignidad”, etc., la muerte no suele venir
revestida de dignidad. La Real Academia de la Lengua define la
dignidad como “decoro de las personas en la manera de comportarse”.
Por tanto morir dignamente sería aceptar con decoro el propio final,
sin gritos ni aspavientos. La dignidad viene dada por el modo en que
el enfermo se encara con la muerte, por la grandeza de alma de quien
la afronta y no por la ausencia de complicaciones externas
(complicaciones finales, y, a veces, los efectos adversos de la
medicación) que no suelen faltar.
De todos modos, a nadie se le puede exigir morir “con decoro”. La
muerte es algo que nos supera, que se nos escapa de las manos, y no
cabe esperar que en ese momento todos reaccionemos con dignidad.
- El derecho a no sufrir inútilmente y el derecho a decidir sobre
sí mismo amparan y legitiman la decisión de renunciar a los remedios
excepcionales en la fase terminal, siempre que tras ellos no se
oculte una voluntad suicida. Miguel Ángel, crees que estos derechos
¿pueden legitimar alguna forma de eutanasia “pasiva” (por omisión)?
- Estos derechos son muy razonables y los suscribo todos. Otra
cosa es que alguien se aproveche de ellos para legitimar, por
ejemplo, la eutanasia, exagerando la llamada autonomía del paciente
para decidir sobre el fin de su vida. Es lo que procuran los
partidarios de la eutanasia que no son muchos, pero sí muy activos.
- ¿En qué consiste el argumento de la “muerte digna” a que se
refieren los partidarios de la eutanasia para intentar justificarla?
- Ahora los abogados de la “muerte digna” no dicen que la
eutanasia sea el remedio de los dolores insoportables o del coma
permanente: dicen que uno tiene derecho a eliminar, con la
eutanasia, el sufrimiento existencia, el sentirse solo, desgraciado,
harto de vivir, dependiente de los otros. Que uno es dueño de su
vida y de decidir si quiere seguir viviendo en unas condiciones que
ya no le satisfacen.
- Hay ocasiones en que la vida de algunos enfermos es casi
vegetativa. ¿No deberían considerarse estas situaciones con otro
criterio?
- Son situaciones dramáticas, pero en las que hay que mantener el
mismo criterio ético. En el año 2004 se celebró en Roma un Congreso
sobre el tema y Juan Pablo II afirmó: “Un hombre, aunque esté
gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de sus
funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se
convertirá en un vegetal o en un animal. Por eso, también en esas
circunstancias siguen siendo personas necesitadas de una asistencia
sanitaria básica”.
- ¿Cuál es la doctrina de la Iglesia sobre el dolor y la muerte?
- Desde el punto de vista de la praxis cristiana, la respuesta
está en Cristo clavado en la Cruz. “La fe no suprime el sufrimiento,
pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve apto
para la eternidad”, decía el Beato Juan Pablo II. Si se quiere
conocer la doctrina sobre estos temas, hay multitud de libros, pero
yo recomendaría sobre todo la Exhortación Apostólica Salvifici
doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, de Juan
Pablo II y la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica.
- Cuál debe ser la actitud de un cristiano ante la eutanasia,
ante el sufrimiento y la muerte propios o ajenos?
- Pienso que se responde en las preguntas anteriores.