27.10.13

Biblia

Lc 18, 9-14

“9 Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: 10 ‘Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. 12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.’13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’ 14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.’”

COMENTARIO

Soberbia y humildad

Jesús conocía el proceder de aquellos que constituían el pueblo elegido por Dios. Muchos de los poderosos, económica o teológicamente, miraban para otro lado cuando se trataba de cumplir la voluntad de Dios. Eso no era, precisamente, del agrado del Creador.

Jesús, que sabe que eso no puede ser aceptado por el Todopoderoso ha de procurar que sus discípulos actúen de otra forma pues, además, Dios ve en lo secreto del corazón y nada se le oculta.

Aquellas dos personas que asistían al templo y que son las protagonistas de la parábola que Jesús decía eran, ambas, miembros del pueblo judío; ambas, pues, elegidas por Dios. Pero, al parecer, cada una de ellas tenía un concepto de sí misma y, también, un diferente concepto de Dios.

El fariseo se creía bueno. Cumplía con las normas establecidas por los hombres aplicando, se supone, la Ley de Dios, y eso les contentaba y hacía pasar por bueno ante los demás. Sin embargo no actuaba, en contra de lo que él decía, muy a favor de la Ley de Dios porque nos e reconocía como, en verdad, era. Él se creía justo, no rapaz, no adúltero. Pero es que, además, señala al publicano que se situaba al final del templo como persona mala y a no tener en cuenta porque les quitaba su dinero en impuestos que entregada al dominador romano.

La otra persona, que era pecadora y lo sabía (no como el fariseo que era pecador y parecía ignorarlo) pide a Dios perdón porque sabe que s pecador. Se reconoce como pecador y eso lo dignifica ante el Creador que también sabe que, en efecto, aquel hombre (como todos) lo es.

Existen, por tanto, dos actitudes de estas personas ante Dios.

Por una parte, el publicado debe creer que el Creador no conoce lo que pasa por su corazón. Y es extraño que lo piense así porque sabe más que de sobre (tiene estudios y conocimiento para ello) que el Todopoderoso es, eso, Todopoderoso y nada se le escapa. Trata, por lo tanto, de burlar a Dios ignorando que eso no es posible ni puede ser, además, aceptado por Quien todo lo puede.

Y, por otra parte, el publicano sabe perfectamente que Dios lo ve, lo está viendo en tal momento, y que nada puede ocultar. Por eso dice lo que tiene que decir sin pretender ocultar nada.

No extrañe, por lo tanto, que el fariseo no volviera a su casa justificado (era soberbio) y el publicano, sí (era humilde). Y es que Dios, además de bueno es justo y el segundo se humilló, quedando ensalzado; el primero se ensalzó y quedó humillado.

Así es Dios y así, claro, somos los hombres.

PRECES

Por todos que no comprenden la importancia de ser humildes.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no se dan cuenta que no son nada ante Dios.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a ser humildes.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán