2013 nos ha dejado, una vez más, una interesante cosecha de películas de gran interés artístico y humano. Alfa y Omega, con sus Premios anuales, ha separado el trigo de la cizaña y nos señala lo más granado de los estrenos, en vísperas de la fiesta del cine americano, la entrega de los Oscars. Este año, varias de las películas premiadas nos hablan de seres humanos, que, llevados al límite de sus capacidades, acaban dirigiendo sus ojos a lo alto, bien como súplica: John Miller en Las flores de la guerra, bien como acción de gracias, cuando el desenlace ha sido feliz: la doctora Ryan en Gravity. Los casos más elocuentes son los mártires claretianos de Un Dios prohibido, que ya sólo viven de la fe, o el niño José Sánchez del Río, Beato, ante su martirio, en Cristiada. En otras películas se pone de manifiesto que el ser humano no sólo vive de pan, y que su corazón está hecho para cosas más grandes. Esta visión no materialista de la vida se refleja en October baby, un canto a la vida como don; en 7 cajas, una reivindicación de la inocencia; en Amor y letras, una mirada responsable a la belleza del mundo; en Lincoln, que testimonia la fecundidad para la historia de una concepción religiosa de la vida; en Hannah Arendt, un ejercicio de realismo conmovedor… En fin, un abanico de interesantes propuestas que mantiene viva la esperanza en un cine a la altura de lo humano
Gravity
Mejor banda sonora (Steven Price)
Al margen del excelente guión, coescrito con su hijo Jonás, hay que reconocer la belleza de las imágenes de esta película. El disfrutar de la vista de nuestro planeta desde esas alturas, envuelta en un silencio sobrecogedor, es un espectáculo que merece verse, engrandecido además por un excelente 3D estereoscópico. La armonía de los planos recuerda la mística de la creación de El árbol de la vida, de Malick. Ciertamente, esa belleza se ve ensombrecida por la presencia violenta y letal de la chatarra espacial, que las agencias internacionales han ido colgando de nuestro cielo en los últimos cincuenta años. Cuarón, de esta forma, ofrece también una crítica de corte ecológico que, aunque lejos de caer en los tópicos apocalípticos del moderno ecologismo cinematográfico, indudablemente sí da que pensar.
Pero lo más importante de la película es su drama antropológico, como no podía ser de otra manera viniendo de Cuarón. Por un lado, se perfila con claridad esa visión del hombre tan hollywoodiense, por la que la voluntad firme y la confianza en uno mismo se presentan como garantía del triunfo y la gloria final. Esta visión tan americana, de sabor protestante, aunque inexacta e incompleta -amén de ingenua- responde sin duda a una concepción noble y positiva de la condición humana. Es la fisionomía propia del héroe, que se sobrepone a sus debilidades y desafía al destino con un coraje algo autosuficiente. Pero Cuarón, de educación mejicana -o sea, católica-, sabe que eso no basta, y subraya en el personaje que encarna Sandra Bullock, la dimensión religiosa de quien sabe que necesita rezar, o que recen por ella. Ryan se lamenta de que no la hayan enseñado a orar, y los iconos religiosos que Cuarón coloca en las diversas bases espaciales enfatizan la creciente conciencia religiosa de este personaje. Ryan está herida por la vida, y la muerte prematura de su pequeña hija mantiene vivo su profundo anhelo de un más alláredentor. El personaje de Clooney es aparentemente más cínico, más sobrado de autoestima; es un hombre que ya no ama ni es amado, pero que, como el buen ladrón del Evangelio, ve cómo su vida se llena de sentido en su último gesto, en su decisión final.
Es fundamental el ¡Gracias! de Ryan antes de mirar al cielo en el desenlace final. Basta ese plano para dotar a todo el drama del film de un sentido nuevo y más profundo. El éxito no es sólo fruto de nuestra aguerrida voluntad, sino que hay una Providencia que vela por nuestro destino.
Las flores de la guerra
Mejor película de tema histórico
Ciertamente, es una película muy dura, con situaciones muy fuertes, sin que ello signifique que Yimou pierda la elegancia que le caracteriza. Las flores de la guerra es fundamentalmente una historia de redención. John se ve obligado a convertirse en padre, no sólo porque empiece a vestir sotana, sino porque las circunstancias le llevan a asumir un rol de paternidad: tiene que cuidar, proteger, dar esperanza, atender necesidades…, y salvar a esas personas, incluso poniendo en peligro la propia vida. Además, muchos personajes tienen una historia dolorosa con su padre biológico: o le han perdido, o tuvieron con él una relación traumática. Esa paternidad sobrevenida le hace a John encontrar un sentido a su errática existencia, y le lleva incluso a recurrir al Padre con mayúsculas, con el que no tenía ninguna relación desde pequeño. Y la paternidad tiene otro referente en el personaje del colaboracionista señor Meng, un padre incomprendido por su hija pero que sólo piensa en salvarla.
También es una película sobre el sacrificio. Las prostitutas y John van comprendiendo que hay una posibilidad de redención en sus vidas, y que ésta pasa por el sacrificio, un sacrificio que sirva para salvaguardar la poca inocencia que aún queda en aquel infierno. La simbología visual del film, muy profusa como siempre en Yimou, tiene un referente privilegiado: todas las vidrieras, especialmente la del rosetón, que es como el ojo luminoso de Dios que lo ve todo, y que une el mundo de la luz de la salvación, con el tenebroso ámbito de la muerte y el horror. Los personajes que viven en la catedral son los únicos que pueden verse bañados por esa Luz alegre que viene de lo alto. De hecho, el plano final desde la vidriera polícroma del rosetón puede verse como una esperanzada metáfora de la entrada al Paraíso, el lugar de la Luz donde las cosas vuelven a ser bellas después de haber vencido a la muerte.
Un Dios prohibido
La cinta está realizada por encargo de la congregación claretiana, y su objetivo es la recreación de esas semanas que precedieron, en agosto de 1936, al martirio de un grupo de 51 seminaristas y sacerdotes claretianos de Barbastro, martirio precedido por las torturas y asesinato del obispo de la diócesis, el Beato Florentino Asensio. Y aquí estriba el reto principal que, tanto el guionista Juanjo Díaz Polo como el director, han resuelto notablemente: contar una historia de odio sin odio, y mostrar unos hechos brutales sin morbo. La ausencia en Un Dios prohibidode maniqueísmos, revanchismos, simplismos…, y tantos ismos que lastran la mayoría de nuestras películas sobre la contienda nacional, es sin duda su mejor baza. No existe un único protagonista en Un Dios prohibido. La película es eminentemente coral. Muchos actores y muy bien dirigidos. Son protagonistas los religiosos y son protagonistas las milicias populares. Y en cada grupo hay individualidades más desarrolladas desde el punto de vista dramático, enriquecidas con matices y complejidades, como es el caso de Esteban (Javier Suárez), un seminarista que quiere ser seducido y salvado por Trini, una miliciana (Elena Furiase); o el líder de la CNT, Eugenio Sopena (interpretado por Jacobo Muñoz, director del casting), que trató de imponer la moderación a las hordas anarquistas, o el Hermano Vall, cocinero del Seminario (Juan Lombardero), testigo sufriente de toda aquella barbarie. Y no podemos olvidar al Beato de etnia gitana Ceferino Giménez, el Pelé, bellamente retratado en el film.
La película, ante todo, es el testimonio de fe, amor a Dios y perdón de unos jovencísimos seminaristas a quienes ofrecen la libertad a cambio de colgar la sotana. No están interesados en hacer política, ni buscan polemizar con los republicanos. Sólo quieren ser fieles a su vocación y obedientes a la voluntad de Dios. No se sienten llamados al heroísmo, pero no pueden negar a Cristo. Así de sencillo.
October baby
Los hermanos Erwin han cambiado mucho la historia al llevarla al film, pero han conservado los aspectos nucleares, se han inspirado en las propias declaraciones de Gianna e incluso han incluido una canción suya en la banda sonora. En realidad, los directores y la guionista, Theresa Preston, entrevistaron a muchas mujeres que habían vivido experiencias relacionadas con el aborto, y de ahí sacaron ideas que están incluidas en el film. La cinta arranca cuando Hanna (Rachel Hendrix, que ya había trabajado para los hermanos Erwin) tiene 19 años y se entera de que sus padres son adoptivos. Inicia un recorrido de descubrimiento e investigación de su propia vida, que la van a llevar hasta su madre biológica, algo que también sucedió en la vida real de Gianna. En todo ello contará con la ayuda de Jason, su amigo de toda la vida.
La producción y planificación es muy de tvmovie, pero la película está resuelta con buen oficio, en base a un buen guión, y unos excelentes actores, casi todos desconocidos, pero que ya habían trabajado con el equipo de Arwin y Stokes. Lo más interesante es la forma muy afinada y correcta en que desarrollan los procesos de perdón y reelaboración de la propia identidad. Más que una película sobre el aborto, trata de la necesidad del perdón y de vínculos para poder caminar en la vida.
7 cajas
La película, hablada en castellano y quechua, está rodada casi íntegramente en el Mercado, un auténtico laberinto humano de caos, trapicheos y profesionales de la supervivencia. El tono combina el crudo realismo social sucio, de estilo mejicano, con un tono amable, que encarnan los personajes más inocentes, más humanos. Pero también el cóctel incluye escenas de acción, otras surrealistas -casi cómicas-, momentos románticos, e incluso secuencias de violencia de aderezos gore, de ecos coreanos. El resultado, sorprendentemente, funciona, engancha al espectador y nos ofrece una película notable. El retrato antropológico es de mínimos, con un Víctor que sólo sueña con salir en la tele, el policía que sólo aspira a hacerse con un móvil, o Liz que daría todo por un beso de Víctor. Pero el conjunto es amable, y se agradece la religiosidad católica natural de los personajes y su sentido espontáneo de la solidaridad.
Ernest & Celestine
Amor y letras
Aunque arranca como clásica comedia romántica, supuestamente previsible, va llevando por caminos distintos a los esperados, y se convierte en hermosa reflexión sobre lo que significa vivir el presente, rechazando la tentación de ser un eterno adolescente. El proceso de envejecer es el centro de atención de una cinta contracorriente, que valora la sabiduría de la madurez sobre una idílica concepción de la juventud. Al margen de esto, Amor y letras es un homenaje a la profesión docente, una reivindicación de la buena literatura (sorprendente el ataque -matizado- que hace de la saga Crepúsculo) y una exaltación de la belleza de la música clásica. Toda la cinta está atravesada de una experiencia positiva de la vida, e incluso con sutiles gestos de religiosidad.
Capitán Phillips
Con este film de pulso medido, Greengrass confirma su dominio de la puesta en escena, y el pulso narrativo y dramático, exprimiendo al máximo un guion lleno de matices. Además, arranca unas interpretaciones excelentes a Tom Hanks -esa memorable secuencia final…- y al debutante Barkhad Abdi, que está siempre a su altura. Todo ello, sin perder un veraz tono hiperrealista -casi documental, a menudo cámara en mano-, una claridad narrativa sorprendente y una gran hondura dramática y moral en su descripción de los diversos conflictos interiores de los asaltados, los asaltantes y los rescatadores.
Lincoln
Con muchos paralelismos con La conspiración, de Robert Redford, esta de Steven Spielberg es una gran película histórica, con momentos de thriller político, leves apuntes intimistas sobre la familia y algunas breves pero intensas escapadas a los campos de batalla de la Guerra de Secesión. El guión perfila a la perfección todos los personajes, hasta los más pequeños, facilitando así el lucimiento de los actores, sobresaliendo un extraordinario Daniel Day-Lewis acompañado de Tommy Lee Jones -que da vida al líder republicano radical Thaddeus Stevens-, o David Strathairn, en la piel del Secretario de Estado William H. Seward. Menos rotundos, aunque notables, son los trabajos de la veterana Sally Field -que da vida a Mary Todd, la esposa de Lincoln- y del joven Joseph Gordon-Levitt, que encarna a Robert Lincoln, el hijo del Presidente.
Otro acierto del guión es que muestra los entresijos de la política de Lincoln de un modo bastante neutral, sin caer en la hagiografía ni en el cinismo, remarcando la gran talla moral y política del Presidente -firme y generoso a la vez con los confederados-, pero mostrando también sus maniobras fuera de la ley para comprar los votos demócratas que necesitaba. Además, el filme subraya con acierto las hondas motivaciones cristianas de los defensores de la abolición de la esclavitud y su invocación al derecho natural, frente al frío positivismo y la confusa religiosidad de sus oponentes.
Cristiada
La película abarca desde la promulgación de la ley anticatólica del Presidente revolucionario Plutarco Calles, hasta el acuerdo entre Méjico y Roma, que propició Estados Unidos, y que acabó con la revuelta cristera. Aquella ley supuso el asesinato de sacerdotes y católicos, la destrucción de iglesias, y la persecución a muerte de cualquier síntoma de religiosidad. Gran parte del pueblo creyente, y algunos sacerdotes, decidieron parar esa barbarie a toda costa, y acabaron cogiendo las armas contra el Gobierno. Comenzó así la guerra cristera que dejó miles y miles de muertos en ambos bandos.
La película deja muy claro que la posición del mártir es la más fiel a la vocación cristiana, frente a la opción de la violencia. En la película hay tres mártires, que son el punto más luminoso de toda la enorme galería de personajes: el niño José Sánchez del Río -uno de los grandes protagonistas e interpretado magistralmente por Mauricio Kuri-, su maestro, el padre Christopher -encarnado por el ya desaparecido Peter O´Toole-, y Anacleto González Flores, un abogado interpretado por Eduardo Verástegui. Aunque en los tres tiene luz propia la fuerza de su fe, es el caso del niño José el más impactante por su evolución, su radicalidad y también, sin duda, su dureza. José tiene muchas oportunidades de salvar la vida: sólo tiene que negar a Cristo. Ni la tortura ni el dolor de sus padres podrán disuadirle de gritar ¡Viva Cristo Rey! hasta el final.
Hanna Arendt
La película Hannah Arendt, de Margaret von Trotta -su anterior largometraje, Visión, estaba también dedicado a una singular mujer, la religiosa mística Hildegarda von Bingen-, arranca en ese preciso momento, y cuenta las reacciones que se produjeron entre los judíos cuando el New Yorker comenzó a publicar sus artículos, recopilados finalmente en un libro editado en 1963 en Nueva York: Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. En ellos, Arendt definía a Eichmann como un burócrata, que obedecía automáticamente las órdenes de sus superiores sin cuestionarse nada, sin que su humanidad ni su conciencia se pusieran en juego. A esa situación indolente, que los filósofos antitotalitarios del movimiento Carta 77 llamarían posteriormente escatología de la impersonalidad, Arendt la denominó la banalidad del mal. Esta reflexión fue criticada por pensadores judíos, pero lo que realmente la enemistó con gran parte de la comunidad judía, y con sus colegas hebreos de la Universidad, fueron los párrafos que dedicó a los conocidos Consejos Judíos, a los que acusó de cierto colaboracionismo con el Tercer Reich. Intentaron echarle de la universidad, y gran parte de sus amigos le retiraron el saludo. Especialmente doloroso para Arendt fue su ruptura con Hans Jonas (Ulrich Noethen), amigo del alma que se negó a volver a hablarle. Él la acusó de antisionista, y como tantos viejos amigos, decidieron que Hannah no estaba involucrada en el destino de su pueblo. Ella se sintió incomprendida, sola e injustamente tratada. Este revés en la vida de Hannah es precisamente de lo que trata el film. Éste consigue introducirnos en el sufrimiento de Arendt, en su coherencia moral, en sus conflictos íntimos, en su carácter audaz. Por supuesto que esto no hubiera sido posible sin la magistral interpretación de la actriz alemana Barbara Sukowa, que hizo de Hildegarda von Bingen en la antedichaVisión. En definitiva, una película muy instructiva e interesante, que debieran verla no sólo los amantes de la Historia, sino los estudiantes de filosofía, de Derecho y de ciencias políticas.
Una canción para Marion
Se trata de una emotiva comedia dramática que nos habla del verdadero amor, de la superación del dolor, de la reconciliación y del valor de la vida… y de la muerte. Destacan las interpretaciones del dúo protagonista, Vanessa Redgrave y Terence Stamp.
Anna Karenina
El argumento es muy fiel a la Historia: en la Rusia de fines del siglo XIX, la aristócrata Anna Karenina sucumbe a una pasión adúltera que la lleva a la autodestrucción. Sin embargo, frente a lecturas más feministas de la obra, el guión de Tom Stoppard subraya el delirio irracional de esta mujer, y la injusticia infringida a su marido. También lo religioso aparece con más personalidad que en otras versiones. Keira Knightley es una actriz excelente, aunque no llega a alcanzar la intangibilidad de la divina en la versión sonora de 1935. Alekséi Karenin adquiere más ternura de la mano de Jude Law, y la madre del Conde Vronsky está convincentemente interpretada por la brillante Olivia Williams. Lo más interesante es, sin duda, el aspecto visual del film: puesta en escena, curiosas coreografías, dirección artística y su premiada fotografía.