El Papa Francisco presidía ayer jueves, en la
Sala Bolonia del Palacio Apostólico, la reunión de la
Congregación para los Obispos, cuyo prefecto es el
cardenal Marc Ouellet, y ha dirigido a los
presentes un discurso acerca de la misión de esa congregación, de
los criterios que deben presidir la elección de un obispo, así
como de las características que éstos deben reunir y de su tarea
con los fieles que les han sido confiando, exhortando al final a
todos a recorrer con más frecuencia “los campos” en búsqueda de
pastores aptos para ese ministerio, con la seguridad de que Cristo
no abandona nunca a su Iglesia.
Ofrecemos, a continuación, amplios extractos del discurso.
Lo esencial en la misión de la Congregación
“En la celebración de la ordenación de un obispo la Iglesia
reunida, después de invocar al Espíritu Santo pide que sea
ordenado el candidato presentado. El que preside pregunta
entonces: “¿Tenéis el mandato?”…Esta congregación existe para
ayudar a escribir ese mandato que después resonará en tantas
Iglesias y llevará alegría y esperanza al Pueblo Santo de Dios.
Esta congregación existe para asegurarse de que el nombre del
elegido haya sido, ante todo, pronunciado por el Señor…El Pueblo
santo de Dios sigue exclamando:… necesitamos alguien que nos mire
con la amplitud de corazón de Dios; no necesitamos un manager, un
administrador delegado de una empresa …Nos hace falta alguien que
sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios para conducirnos
hacia El…No tenemos que perder nunca de vista las necesidades de
las Iglesias particulares a las que tenemos que atender… Nuestro
reto es entrar en la perspectiva de Cristo teniendo en cuenta la
singularidad de las Iglesias particulares”.
El horizonte de Dios determina la misión de la
congregación
“Para elegir a esos ministros todos necesitamos elevarnos, subir
también nosotros al ‘piso superior’… Tenemos que elevarnos por
encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías,
pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte
de Dios…No hombres condicionados por el miedo de lo bajo, sino
Pastores dotados de parresia, capaces de asegurar que en el mundo
hay un sacramento de unidad y por lo tanto la humanidad no está
destinada al abandono y al desamparo… A la hora de firmar el
nombramiento de cada obispo me gustaría sentir la autoridad de
vuestro discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura
vuestro consejo. Por eso el espíritu que preside vuestros
trabajos… no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y
laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las
alturas. Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos
apartamos de este trinomio abandonamos la grandeza a la que
estamos llamados”.
La Iglesia apostólica como fuente
“La altura de la Iglesia se encuentra siempre en los abismos de
sus fundamentos…El mañana de la Iglesia vive siempre en sus
orígenes…Sabemos que el Colegio Episcopal, en el cual mediante el
Sacramento se insertarán los obispos, sucede al Colegio
Apostólico. El mundo necesita saber que esta sucesión no se ha
interrumpido…Las personas ya pasan con sufrimiento por la
experiencia de tantas roturas: necesitan encontrar en la Iglesia
ese permanecer indeleble de la gracia del principio”.
El obispo como testigo del Resucitado
“Analicemos … el momento en que la Iglesia Apostólica debe
recomponer el Colegio de los Doce tras la traición de Judas. Sin
los Doce la plenitud del Espíritu no puede descender. Hay que
buscar al sucesor entre los que han seguido desde el principio el
recorrido de Jesús y ahora puede convertirse ‘junto con los Doce’
en un ‘testigo de la resurrección’. Hay que seleccionar entre los
seguidores de Jesús a los testigos del Resucitado… También para
nosotros ese es el criterio unificador: el obispo es aquel que
sabe hacer actual todo lo que acaeció a Jesús y sobre todo sabe,
junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección… No un
testigo aislado sino junto con la Iglesia..Quiero subrayar que la
renuncia y el sacrificio son inherentes a la misión episcopal. .El
episcopado no es para uno mismo, sino para la Iglesia… para los
demás, sobre todo para aquellos que según el mundo se deben
descartar. Por lo tanto, para individuar a un obispo no hace falta
contabilizar sus dotes humanas, intelectuales, culturales y ni
siquiera pastorales…Es cierto que necesitamos a alguien que
sobresalga: su integridad humana asegura la capacidad de
relaciones sanas… para que no proyecte sobre los demás sus
carencias y se convierta en factor de inestabilidad…su preparación
cultural le permite dialogar con los hombres y sus culturas…su
ortodoxia y fidelidad a la Verdad completa custodiada por la
Iglesia hace de él un pilar y un punto de referencia…su
transparencia y su desapego a la hora de administrar los bienes de
la comunidad le otorgan autoridad y encuentran la estima de todos.
Todas esas dotes imprescindibles deben ser, sin embargo, una
declinación del testimonio central del Resucitado, subordinadas a
este compromiso prioritario”.
La soberanía de Dios, autor de la elección.
“Volvamos al texto apostólico. Después del fatigoso
discernimiento, los apóstoles rezan…No podemos alejarnos de aquel
‘Enseñanos tú, Señor’. Las decisiones no pueden estar
condicionadas por nuestras pretensiones, por eventuales grupos,
camarillas o hegemonías. Para garantizar esa soberanía existen dos
actitudes fundamentales: la propia conciencia ante Dios y la
colegialidad… No el arbitrio sino el discernimiento conjunto.
Ninguno puede tener todo en mano, cada uno aporta con humildad y
honradez la tesela propia al mosaico que pertenece a Dios.
Obispos “kerigmáticos”
“Dado que la fe procede del anuncio necesitamos obispos
kerigmáticos…Hombres custodios de la doctrina, no para medir
cuanto viva distante el mundo de la verdad contenida en ella, sino
para fascinar al mundo… con la belleza del amor… con la oferta de
la libertad que da el Evangelio. La Iglesia no necesita
apologistas de las propias causas ni cruzados de las propias
batallas, sino sembradores humildes y confiados de la verdad que
saben que cada vez les es nuevamente confiada y que se fían de su
potencia…Hombres pacientes porque saben que la cizaña no será
nunca tanta como para llenar el campo”.
Obispos orantes
“He hablado de los obispos kerigmáticos; ahora señalo el otro
trazo de la identidad del obispo: hombre de oración. La misma
parresia que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tener en
la oración, tratando con Dios, nuestro Señor el bien de su pueblo,
la salvación de su pueblo…Un hombre que no tiene valor de discutir
con Dios en favor de su pueblo no puede ser obispo y tampoco el
que no es capaz de asumir la misión de llevar al Pueblo de Dios
hasta el lugar que El le indica…Y esto vale también para la
paciencia apostólica…El obispo debe ser capaz de ‘entrar con
paciencia’ ante Dios… buscando y dejándose encontrar”.
Obispos pastores
“Sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, sean
humildes, pacientes y misericordiosos; amen la pobreza, interna
como libertad y también externa como sencillez y austeridad de
vida,.. no tengan una filosofía de príncipes…que no sean
ambiciosos y que no busquen el episcopado, que sean esposos de una
Iglesia, sin estar a la búsqueda constante de otra; esto se llama
adulterio. Sean capaces de ‘vigilar’ al rebaño que les será
confiado, es decir, de preocuparse por todo lo que lo mantiene
unido…Reafirmo que la Iglesia necesita Pastores
auténticos…Observemos el testamento del apóstol Pablo…Nos habla…El
confía los Pastores de la Iglesia a la ‘Palabra de la gracia que
tiene el poder de edificar y conceder la herencia’. Por lo tanto,
no padrones de la Palabra, sino entregados a ella, siervos de la
Palabra. Solo así es posible edificar y obtener la herencia de los
santos. A cuantos se atormentaban con la pregunta sobre su
herencia:’¿Cual es la herencia de un obispo, el oro o la plata’?
Pablo responde: La santidad. La Iglesia permanece cuando se dilata
la santidad de Dios en sus miembros…El Concilio Vaticano II afirma
que a los obispos ‘se les confía plenamente el oficio pastoral, o
sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas’…En nuestra
época lo habitual y lo cotidiano se asocian a menudo a la rutina y
al aburrimiento. Por eso, con frecuencia, se intenta escapar hacia
un permanente “otro lugar”. Desgraciadamente tampoco en la Iglesia
estamos exentes de este peligro..Pienso que en este tiempo de
encuentros y congresos es muy actual el decreto de residencia del
Concilio de Trento y estaría bien que la Congregación de los
Obispos escribiera algo al respecto. El rebaño necesita encontrar
sitio en el corazón del Pastor. Si éste no está sólidamente
anclado en si mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará
continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones
efímeras y no ofrecerá al rebaño ningún refugio”.
Conclusión
“Al final de estas palabras, me pregunto: ¿Dónde podemos encontrar
hombres así?…No es fácil…Pienso en el profeta Samuel en búsqueda
del sucesor de Saul que ,,,al saber que el pequeño David había
llevado las ovejas a pastar al campo ordena: ‘Di que lo traigan’.
También nosotros no podemos por menos que escrutar los campos de
la Iglesia intentando presentar al Señor para que diga: ‘Ungelo:
es el”. Estoy seguro de que los hay porque el Señor no abandona a
su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante a los
campos para buscarlos. Quizás nos hace falta la advertencia de
Samuel : “No nos sentaremos a la mesa antes de que él venga”. Con
esa santa inquietud quisiera que viviera esta congregación”.