Consejos para laicos sobre cómo hacer apologética

 

Desde hace algún tiempo tenía la intención de escribir sobre el tema, aunque desde ya digo que esto son sólo consejos basados en mi opinión personal.

Caridad 

Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto.”  (1 Pedro 3,15)

El punto más importante y en el que más solemos fallar los que nos dedicamos a la apologética (yo incluido). Muchos se engañan y se auto-justifican diciendo que a veces para defender la fe hace falta palabras fuertes. Otros evocan cómo en otros tiempos algunos padres de la Iglesia trataron duramente a los herejes de antaño y pretenden ellos hacer lo mismo hoy en día. Me consta (porque he cometido el mismo error) que eso sólo genera resentimiento en aquellos con los que se debate y hace que nuestro adversario dialéctico se cierre a cualquier posibilidad que hubiese existido de razonar. ¿Queremos aplastarlos o moverlos a la conversión? ¿Humillarlos o hacerlos pensar? ¿Buscamos ganar almas o alimentar nuestro ego? ¿Servir a Dios o pecar?

Cruzado

Hoy en día es un hecho que la jerarquía católica sufre una gran desidia por la apologética, y para suplir la deficiencia muchos laicos hemos tenido que tomar sobre nuestros hombros la tarea de la defensa de la fe (está escrito que “si hii tacuerint lapides clamabunt”), pero el riesgo de que no contemos con una preparación adecuada nos expone a terminar disfrazados como cruzados con seudónimos como “martillo de herejes”, pensando que la apologética es una especie de deporte donde lo importante es vencer el enemigo. Nos olvidamos así que el enemigo es más bien nuestro hermano, y que en vez de ser derribado necesita ser ayudado. Aunque su comportamiento llegue a ser en ocasiones sumamente irritante y difícil de tolerar, debemos tratar de entender que es una víctima de un círculo vicioso que lo ha capturado y lo ha convertido en replicador de personas que piensan como él. Si nos ponemos en sus zapatos (la empatía es muy importante para el apologeta) entenderemos que gran parte de ellos están genuinamente convencidos de que la Iglesia Católica es todo lo malo que les han contado y que sirven a Dios sacando personas de ella. ¿Sabes cuantos llegaron a ser católicos fieles y devotos que antes fueron furibundos protestantes, pero se convirtieron cuando alguien se tomó en serio la tarea de explicarles pacientemente las verdades de la fe católica?

Evidentemente muchas veces nos encontraremos con hermanos separados que probablemente estarán tan prejuiciados que la probabilidad de cualquier diálogo fructífero será casi nula. Si esa es la situación pienso que lo mejor es no invertir más tiempo en él, con la excepción de que sea un diálogo público en donde otros necesiten ser reforzados en la fe. En esos casos hay que asegurarse de dejar suficientemente clara la doctrina católica -pero siempre con respeto-, para que aunque nuestro adversario no de su brazo a torcer, la verdad católica brille ante el resto de los observadores.

Es por eso que enseña la Iglesia que debemos hacer “todos los intentos por eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por tanto, puedan hacer más difíciles nuestras mutuas relaciones”  (Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 4). Pero también nos exige  que debemos “exponer claramente la doctrina, pues nada es tan ajeno al ecumenismo como un falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido” (Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 11)

Ortodoxia 

Para poder hacer bien apologética hay que estar doctrinalmente bien formado, y para eso no hay otro camino que estudiar y nutrirse de fuentes ortodoxas de doctrina. Somos laicos y no contamos con la formación teológica de un sacerdote por lo que debemos asegurarnos de estar muy bien documentados en cada tema. Yo acostumbro estudiar que enseña al respecto el Catecismo oficial de la Iglesia Católica, y luego acudo a varios manuales de teología dogmática con aprobación eclesiástica (porque hacen un buen resumen de cada doctrina). También suelo recurrir a los distintos libros especializados (además de eso nunca está demás consultar a aquellos que saben más que nosotros. Un sacerdote o algún obispo de probada ortodoxia).

No hay que olvidar que queremos transmitir la doctrina católica, no otra, por tanto asegúrate de estar transmitiéndola íntegramente. En el debate de si Dios castiga, vimos como incluso conocidos apologetas católicos erraron terriblemente. Errores que pudiesen haber evitado si se hubiesen documentado en las fuentes anteriores, o inclusive en la enseñanza del Magisterio. No dejes que te suceda a tí lo mismo.

Humildad 

Muchas veces somos como aquel “neófito, o recién bautizado” que “hinchado de soberbia” caemos en el mismo error que causó “la condenación del diablo cuando cayó del cielo” (1 Timoteo 3,5) y cuando nos equivocamos no queremos dar el brazo a torcer. Si ganamos prestigio reconocer un error se hará cada vez más difícil porque nuestro orgullo envanecido se resistirá, pero siempre tenemos que tener presente que primero está la verdad, y que flaco servicio hacemos a Dios, al prójimo y a nosotros mismos si nos obstinamos en el error. Ten presente que todos tenemos puntos ciegos, por lo tanto está siempre dispuesto a reflexionar sinceramente cuando puedes estar equivocado, y tener la valentía de reconocerlo y rectificar.

Santidad

Importantísimo para cualquiera que se dedique a la apologética es no descuidar su salud espiritual. El Señor nos pide ser santos y nos concede la gracia para ello. Muchas veces fallamos en los puntos anteriores precisamente porque fallamos aquí. Si no estamos llenos del amor de Dios tenderemos a ser agresivos  e intolerantes con los demás incluyendo los hermanos separados. La apologética no es por tanto sólo un trabajo que hay que hacer, sino que hay que acompañarla con la oración (Ora et labora).

Por lo tanto, procura vivir en gracia de Dios, recibir asiduamente los sacramentos y mantenerte continuamente en oración.