Tribunas

La dignidad del matrimonio

 

 

Juan José Corazón Corazón
Sacerdote, Doctor en Derecho Canónico, Doctor en Derecho


 

 

 

 

Cuenta el relato bíblico de la creación del ser humano que vio Dios que no era bueno que el hombre estuviera solo.

Esto lo entendemos bien, porque cuando alguien se siente solo, en una soledad no deseada, se siente infeliz.

Dios nos ha creado para ser felices y por este motivo nos ha hecho seres sociables.

Pero es tan grande el enriquecimiento personal, tanto para el varón como para la mujer, de todo lo que conlleva compartir la vida con esa complementariedad de lo femenino y lo masculino, que, a continuación, nos dice el libro del Génesis que Dios sumió en un profundo letargo a Adán, de modo tal que, al despertarle de su sueño, encontrara ante él a Eva. Y, entonces, lleno de alegría, al contemplar a la mujer, exclamó: ¡ésta sí que es carne de mi carne y huesos de mis huesos!

Esta exclamación de Adán, al saberse acompañado de Eva, evoca, obviamente, la verdad fundamental, siempre firmemente afirmada por la Iglesia de Jesucristo y, hoy, gracias a Dios, reconocida en casi todo el mundo, de la mismísima igualdad entre la dignidad del varón y de la mujer.

Pero vamos al sueño de Adán. Cualquiera entiende que Dios, para crear en su diversidad sexual al ser humano, no necesita dormirle para nada. Se trata de un lenguaje figurado y, por lo demás muy bello, utilizado para que todos los hombres de todas las épocas y culturas comprendamos que Dios, para satisfacer los anhelos más profundos de felicidad del varón, creó a la mujer de sus sueños y que, para satisfacer los anhelos más profundos de felicidad de la mujer, creó al hombre de sus sueños.

Jesucristo, luego, elevó esta maravillosa institución natural del matrimonio a la grandiosa dignidad de sacramento.

 

Juan José Corazón Corazón