Perdón

 

En la cárcel, Dios es el hilo conductor entre la sanción y el perdón

 

¿Cómo despertar la conciencia del bien y del mal en los presos marcados por la desorientación moral? Testimonio del padre Bernard du Puy-Montbrun, capellán de prisiones de Muret (Alto Garona).

 

 

 

10 ene 2022, 23:00 | Evelyne Montigny, La Croix


 

 

 

 

 

Entrevista con el P. Bernard du Puy-Montbrun, diplomado en ciencias criminales, Maestro de conferencias en el Instituto Católico de Toulouse, capellán titular del centro de detención de Muret (31), autor de 44 ans en prison. Entretiens avec Véronique Dufief.

 

 

¿Cómo se llega a ser capellán de prisiones?

No se decide ser capellán de prisiones, se es propuesto por el obispo. Para la Iglesia católica, el capellán es un sacerdote. Sin embargo, el obispo también puede nombrar a un laico bautizado y confirmado, que recibe una formación en colaboración con la capellanía nacional de prisiones. En mi caso, el arzobispo de Toulouse me propuso como capellán al centro de detención de Muret en 1992. A diferencia del visitador de prisiones, la relación con el detenido tiene una perspectiva esencialmente espiritual. El capellán escucha lo que el preso quiere decir, sugiere respuestas sin cuestionarle, con la finalidad de guardar una justa distancia. Arrojar luz con los presos sobre su culpa es imposible sin dar primero esperanza a cada uno. Es necesario que, por nuestra mirada, y manera de orar el domingo con ellos, puedan darse cuenta de que valen más de lo que han hecho. Con la gracia de Dios, el capellán da esta esperanza, siendo siempre alguien que ayuda al detenido a afrontar la realidad de su transgresión.

 

¿Los presos no tienen conciencia de haber hecho algo transgresivo?

Escuchándoles, enseguida uno se da cuenta del desfase que existe entre la condena y la conciencia de lo que vive el condenado. También hay que decir que la cárcel pone al detenido en una situación paradójica: todo le recuerda que es culpable ?sobre todo los otros presos, cuando se trata de violadores o asesinos de niños? y sin embargo, todos los programas implementados pueden llevarle a posponer el momento de cuestionarse. El proyecto de cumplimiento de penas (PEP sus siglas en francés) instituido por el ministro de Justicia trabaja para «dar más sentido a la pena de privación de libertad implicando más al detenido en la evolución de esta durante toda la duración de su detención».

 

¿Por qué es difícil que surja esta toma de conciencia?

La miseria es una realidad que aplasta. A menudo, los detenidos se han encontrado en un engranaje difícil desde la infancia: nunca ha sido amados o han sido muy mal amados. No se les han dado referencias educativas, ni palabras para expresarse. De hecho, nunca han aprendido verdaderamente a discernir el bien del mal. Muchos detenidos se encuentran marcados por esta desorientación moral, por una seria inmadurez o por la perversidad, lo que les impide tomar plena conciencia de las consecuencias de sus acciones. Son como prisioneros de ellos mismos a veces perturbados mentalmente. Nosotros estamos ahí para echar luz sobre las conciencias sin proselitismo, cuando nos piden ayuda: «La misericordia es una cuerda tendida a la miseria para no ahorcarse», me ha dicho un día un preso.

 

Y usted, ¿cómo lo hace?

Siendo muy reducido el espacio de libertad en las personas encarceladas, es muy necesario recurrir a lo que queda de libertad en la conciencia de cada uno, para que se enmienden, reparando tanto como sea posible, favoreciendo las relaciones de confianza con todos los que trabajan al servicio de los detenidos. Es lo que los capellanes, que también son agentes de la administración penitenciaria de la que son titulares, intentan vivir en toda libertad con los detenidos que les tienen confianza. Paradójicamente, aun sin tener plena conciencia de la transgresión, a veces los detenidos tienen remordimientos inconfesables. Es necesario entonces no reprimir el deseo que tienen de reflexionar y conjurar el mal del que se saben culpables.

 

¿No es difícil para los detenidos vivir esta «inconsciencia» de la transgresión?

Cada vez es una confrontación formidable. Sí, el detenido posee algunas nociones vagas del bien y del mal, tal como se entienden naturalmente. Pero en el momento de su crimen, la violencia le invade de tal manera que no distingue el bien del mal. Puede suceder que el preso comprenda la gravedad de sus acciones, pero sin calcular plenamente el mal resultante. Sin embargo, nuestra presencia comporta momentos de bendición en los que casos «desesperados» se convierten en signos de esperanza. Recuerdo un detenido que tenía serios trastornos psiquiátricos y embadurnaba su celda con excrementos. Se le había puesto en aislamiento en una celda, donde su salud se degradó rápidamente. Yo fui el único a verle regularmente, con los enfermeros y los vigilantes. Fue un honor para mí, pues él, día tras día, evaluó su crimen, y me esperaba para orar juntos. En el centro de nuestras heridas admitidas, un nada nos puede hacer resurgir en una perspectiva buena.

 

¿La prisión juega su papel de muro ante la transgresión?

Un detenido necesita tiempo para una verdadera introspección de sí mismo para poder asumir su responsabilidad y arrepentirse. Por eso la cárcel no debe ser un paso sin conciencia, reducido a videojuegos para detenidos presos de su inmadurez. Un preso no puede crecer si no se cuestiona moralmente a sí mismo, porque no basta el juicio de los hombres. Es necesario que alguien asuma la responsabilidad de mirar al detenido a la cara, con respeto, y ¿por qué no? con un estima real, pues vale más de lo que ha hecho. Esta estima puede perfectamente no ser condescendiente, y tener presente la memoria de las víctimas. Todos nosotros estamos convencidos de que un hombre es diferente entre el momento en que ha cometido su crimen y es encarcelado, y lo es también cuando sale de la prisión.

 

¿No es paradójico que el capellán cristiano tenga tal aura en la cárcel, siendo que enseña a los detenidos a tomar conciencia de sus acciones?

En la cárcel se ve al hombre en la profundidad de su soledad, de su sufrimiento y de su crimen. Ahí es donde es esencial no confundirle con sus acciones.

Para nosotros, capellanes católicos, el pecado es la ruptura de la relación personal del creyente con Dios. No es lo mismo que la noción psicológica de culpabilidad o la noción penal de la falta. El proceso que espera al preso durante su pena es exigente, comenzando por la dificultad de aceptar la condena dictaminada por los tribunales humanos de justicia. Entonces, a veces, descubre que entre la sanción y el perdón existe un hilo conductor: Dios. En la cárcel, la fe se convierte también en una compañera de todos los días, una especie de esperanza.

 

El acompañamiento del capellán, ¿ayuda al detenido a dejar atrás la transgresión moral?

Para nosotros, la transgresión moral no es la primera consideración, incluso si es, claro está, la consecuencia del pecado. La primera consideración es reanudar la relación con el Señor, para que el condenado se persuada de que Aquél que nos ha sido enviado no le encierra en su gesto mortal, a condición de que mire su crimen de frente. Así, el detenido se prepara progresivamente a la idea de una confesión sacramental durante la cual se podrá decir la realidad del pecado, para liberarle, pues la penitencia no condena, sino que libera. Si la pena se sufre, la penitencia se elige, y la reinserción se hace también por medio del reencuentro con el Dios de los Evangelios.

Pero obtener el perdón de Dios es una cosa; todavía es necesario obtener el perdón de las víctimas, lo que puede parecer fuera de alcance. Yo rezo con el detenido por las víctimas de las que es responsable. Yo soy responsable de mi hermano.