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¿Son nuestras imágenes de Dios ídolos?

 

Una internauta escribe que teme perderse en falsas imágenes de Dios, lo que la pondría en peligro de adorar ídolos. Se pregunta cómo escapar de esto.

 

 

 

18 ene 2022, 21:00 | Sophie de Villeneuve, La Croix


 

 

 

 

 

 

El padre Bernard Minvielle, teólogo y autor de Pourquoi la méditation ne suffit pas, da algunos consejos.

 

 

Un Dios bueno, misericordioso, todopoderoso... ¿Las imágenes que tenemos de Dios pueden convertirse en ídolos? ¿Debemos temerlo?

Es un miedo beneficioso, un miedo feliz, darse cuenta de que todos estamos amenazados por la idolatría. Se podría creer ingenuamente que es una tentación de los pueblos del pasado que tenían ídolos de bronce, piedra, etc., pero no es así. Para nuestra época, podemos pensar en los valores divinizados del éxito social, el dinero y otros ídolos de hoy. Y creer que los cristianos estaríamos a salvo de esta amenaza, que es muy real. Corremos el peligro de hacer ídolos, no materiales, sino mentales, de hacer una imagen de Dios a nuestra imagen, como cualquier ídolo. Un Dios que nos conviene, pero que solo es una creación del hombre. Dios está siempre más allá de las representaciones que podemos tener de Él.

 

¿Puede Teresa de Ávila, de la que habla mucho en su libro, ayudarnos a aclarar nuestras imágenes de Dios?

El primer consejo que daría Teresa sería mirar a Cristo. No tenemos que hacer imágenes de Dios, sino acoger a quien se ha convertido para nosotros en el icono, la imagen por excelencia, de Dios. No un icono hecho por manos humanas, sino el icono que Dios quiso dar al hombre: el Verbo de Dios que asumió el rostro del hombre, tomó su lugar en la historia humana, vino a nuestro encuentro. Teresa estaba fascinada por Cristo. Aconsejó a sus hermanas que encontraran compañía en la oración. ¿Y qué mejor compañía que la de Cristo Jesús? Es él, cuando lo confrontamos con la imagen que tenemos de Dios, quien puede purificarla.

 

Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Leer y releer los Evangelios?

En efecto, debemos volver a la Escritura como a una mina inagotable. Todos los santos, y no solo los del Carmelo, han tomado este camino real para aceptar ser purificados de los ídolos en que pueden convertirse nuestras representaciones. Ambrosio de Milán decía: "Hablamos con Dios cuando rezamos" (pero también podemos hablar con nuestro ídolo, o entablar un monólogo), "y le escuchamos cuando leemos los oráculos divinos". Cuando leemos la Escritura, acogemos la palabra del otro, entramos en la alteridad. Dejamos que Dios se presente tal y como es: transcendente, más allá de toda representación.

 

Pero muchos dirán que nunca han oído a Dios...

En la Biblia, Dios nunca deja de hablarnos. Nos habla a través de su Hijo, que es la única palabra de Dios, el Verbo de Dios. Cristo es la Palabra, por lo que dijo durante su vida terrenal, por su ser, por sus gestos, por sus actitudes... Todo en Él habla. La Escritura no es un texto cerrado; nunca terminamos de escucharla.

 

¿Es posible releer los mismos textos durante años y encontrar siempre algo en ellos?

Sí, y un día descubrir que un texto concreto nos habla. Puedes leer un texto decenas de veces y un día leerlo como si fuera la primera vez.

 

¿Cómo sabemos hoy si nuestras imágenes de Dios son buenas o no?

Podemos instrumentalizar a Dios dándole una imagen a nuestra medida, la de un padre bueno y complaciente, por ejemplo, que puede satisfacer nuestra necesidad de ser consolado, tranquilizado a bajo precio. Nuestra necesidad de protegernos de cualquier llamada a la conversión, diciéndonos a nosotros mismos que él está satisfecho con lo que vivimos... Para aclarar todo esto, tenemos la Escritura, pero también tenemos a la Iglesia, que nos ayuda constantemente a reafinar nuestro instrumento interior y nos da el "la" cuando empezamos a desafinar. Un ejemplo: las llamadas del papa Francisco pueden ser desestabilizadoras y provocar críticas. En realidad, ¿no nos está invitando a devolver un sonido evangélico a nuestras vidas que, poco a poco, han hecho un Dios que se acomoda a nuestro egoísmo, a nuestro individualismo, etc.? Vivir en la Iglesia nos ofrece un criterio externo que nos permite salir de nuestra subjetividad. Dios nos ha hablado en Cristo y siempre tenemos la mediación, el servicio que ejerce por nosotros la Iglesia, que a veces nos molesta. Hay que tener cuidado de no criticar demasiado rápido, sino acoger lo que se nos dice como una buena oportunidad para recalibrar nuestro GPS interior. Incluso una lectura personal de la Escritura, cuando es creíble, es una lectura eclesial.