Tribunas

Mundanidad (y V)

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Esa acomodación; o, mejor dicho, ese querer caminar a lo largo del tiempo con un cierto espíritu del “mundo”; se manifiesta como ya hemos considerado en los modos en los que se quiere predicar y anunciar la Fe, y la Moral, no hablando mucho y claramente de Cristo Único Salvador del mundo, Único Redentor del pecado, y dejando de hablar también del mismo pecado y del mal que nos hace el pecado. Y la “mundanidad” se manifiesta también, y de un modo muy particular, en el modo en el que la Iglesia puede presentar la acción directa de la redención que nos ofrece Cristo a todas las personas: en la Liturgia.

“En efecto, la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye, en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia”. (Sacrosanctum Concilicium, n. 2).

Dentro todo el amplio campo de la celebración de los Sacramentos, me limitaré a la “mundanidad” en la celebración de la Eucaristía; en la vivencia del sacramento de la Reconciliación, la Penitencia; y en la celebración del sacramento del Matrimonio. Y vayan estas consideraciones, sabiendo muy bien que hay parroquias, iglesias en las que la celebración de estos Sacramentos se vive con una clara conciencia de Quien está presente.

La ruptura de matrimonios celebrados en la Iglesia lleva a pensar si esa “mundanidad” está presente al considerar que el matrimonio vive mientras “viva el amor”, como se ha metido en el espíritu de no pocos creyentes. ¿Son conscientes hoy todos los que se van casar, que el matrimonio es una “donación total” del hombre a la mujer, de la mujer al hombre, que se ha de vivir con toda libertad; con la conciencia de que es para toda la vida; y de que ha de estar abierto a la vida? ¿Y de que es, además, no solo un camino de crecimiento de realización personal, como dicen algunos, sino un estado de vida en Cristo y de santidad?

¿No estará también infiltrado ese espíritu de mundanidad cuando se permiten esas “absoluciones colectivas”, previstas por la Iglesia para casos muy extraordinarios de peligro de muerte, con la recomendación de acudir a la confesión personal cuando el peligro haya desaparecido? “Absoluciones colectivas”, en la que apenas está presente el sacerdote que “da” esa absolución, y que los penitentes no se confiesan con nadie. E incluso se les invita a pedir perdón directamente al Señor, sin preocuparse de más; olvidando lo que Cristo dijo a los apóstoles al enviarlos a convertir el mundo, anunciándole a Él y a sus Palabras: “a quienes le perdonéis los pecados, le serán perdonados”. Y para perdonar, en el nombre “del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, el sacerdote necesita saber los pecados y el arrepentimiento del pecador.

Esas “absoluciones colectivas” son un camino directo que lleva a la pérdida de la conciencia del pecado, a la pérdida de la conciencia del amor de Dios, y de la relación personal filial y de amor, que todos los hijos de Dios en la Iglesia hemos de procurar vivir.  Y no digamos de la pérdida de la “conciencia de pecado” que lleva consigo la casi desaparición de la predicación sobre las postrimerías: Muerte, Juicio, Infierno, Gloria.

Basta tener buenos ojos para darse cuenta del grado de mundanidad, de banalidad, con que muchas personas reciben la Eucaristía. ¿Se nos ha pasado alguna vez por la cabeza pensar en cuantas personas que se ponen en la cola para Comulgar son conscientes de que van a recibir el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo?

Y a efectos de erradicar la “mundanidad” en la misma celebración de la Santa Misa, pienso que vale la pena recordar la recomendación del Concilio Vaticano II a propósito de los ritos en los que se puede celebrar, ritos asentados en una larga tradición de santidad y de veneración al Misterio Eucarístico:

“Por último, el sacrosanto Concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios. Desea, además, que, si fuere necesario, sean íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy” (Sacrosanctum Concilium, n. 4).

Y termino dejando sencillamente constancia de dos ejemplos bien claros de “mundanidad”, más allá del afán de poder y de dinero que se puede encontrar en el quehacer de algún eclesiástico. El primero, las propuestas y sugerencias del sínodo de Alemania, de las que ya hemos dejado constancia; y el segundo, los artículos laudatorios publicados en los documentos vaticanos de preparación del Sínodo con claras alabanzas a sacerdotes que anhelan bendecir las “uniones homosexuales”.

¿Es esto “construir” la Iglesia? ¿Es esto “progresar” y “profundizar” en el conocimiento del Amor de Cristo, “Camino, Verdad y Vida”?

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com