Tribunas

La alegría de Pentecostés

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Las noticias que recibimos a lo largo de los días, y los hechos con que nos encontramos en nuestro quehacer diario, invitan a menudo a nuestro espíritu a encerrarse en sí mismo, y sentir la pesadumbre de una cierta tristeza.

Algo semejante les debió pasar a los Apóstoles y discípulos más cercanos a Jesús en los momentos de su pasión y de su muerte. ¿Les había abandonado para siempre el Señor?  ¿Habrían echado a perder sus vidas siguiendo las palabras de un “falso” profeta?

La Resurrección del Señor les devolvió una confianza y serenidad que abrieron nuevos horizontes a su mirada y nuevas perspectivas a su vida.

La mañana de Pentecostés cambió ya radicalmente su vida. “Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse”.

Sus dudas desaparecen; su fe tambaleante se fortifica y comienzan a hablar bien conscientes de que están anunciando a todos los que le oyen, que Cristo es Dios, es el Camino, la Verdad y la Vida. Se dan cuenta de que Cristo está con ellos, porque cada uno de sus oyentes les escuchan en su propia lengua, reconocen sus pecados, y les piden que les bauticen, y sus pecados quedan perdonados. “Y aquel día se les unieron unas 3.000 almas”.

Todo rastro de tristeza desapareció de sus almas, y estrenaron una nueva vida que pusieron a disposición de la labor que Cristo les encargó antes subir al Cielo. “Id y predicad a todas las gentes”.

Su espíritu se libera de todos los miedos, de todos los complejos, y hablan con toda libertad sin pretender acomodar la Verdad a ningún espíritu del tiempo. A los pocos días comienzan a llevarlos a las prisiones, y empieza una cierta persecución. Ellos van de un lugar a otro sembrando la Verdad por todos los caminos de la tierra. Esteban será pronto martirizado, y el que mueve su martirio, Pablo, acabará “sufriendo por el Señor” después de convertir pueblos, naciones, imperios.

Y todos, estaban contentos de sufrir por el Señor, por Cristo: Camino, Verdad y Vida.

En medio de las noticias sobre el descenso de los bautismos de niños en familias nominalmente cristianas; del descenso de los matrimonios celebrados en la Iglesia, el Sacramento del Matrimonio. En medio de comportamientos fuera de los Mandamientos y de la Moral; en medio de abandonos sacerdotales, etc., en la Iglesia hay muchas almas generosas, muchas familias llenas de Fe, de Esperanza, de Caridad, decididos a dar un testimonio firme de su Fe, con la palabra y el ejemplo. Y también con el sufrimiento, si llega el caso, porque saben que el Señor les acompaña en esta vida, y les abre las puertas del Cielo, en la vida eterna.

La Iglesia está perennemente en espera de Pentecostés. La muerte de tantos católicos mártires de la Fe y la oración de tantas almas que aman a Cristo, son una luz de esperanza que sostiene la lucha de la defensa de la vida de los que ya viven en el seno materno; que mantiene en pie el afán apostólico de quienes transmiten su Fe en Cristo, Dios y Hombre verdadero; que da fuerzas a los que anuncian una sexualidad abierta a la vida, y no bendicen una práctica homosexual contraria a la naturaleza; que da constancia y perseverancia a los que transmiten la alegría de vivir en familia cristiana en unión de corazón y de alma del marido y la mujer, con hijos, nietos, biznietos, en el gozo de amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás, como Cristo nos ama, que vienen a ser el fundamento de una sociedad nueva que devuelva a Europa y a todo el mundo la alegría de vivir en la Luz y en la Verdad de Cristo.

¿Devolverá el Señor esa alegría, esa esperanza, esa fe, a tantos bautizados que se encuentran hoy en el seno de la Iglesia sin la más mínima cercanía a los Sacramentos; que llevan años y años sin pedir perdón de sus pecados en el sacramento de la Reconciliación o que ya la han abandonado de alguna manera; que ceden al espíritu del mundo en la pretensión de inventarse una “iglesia falsamente acogedora” que no invita al arrepentimiento, que no recuerda la realidad del pecado, que se olvida que Cristo murió para redimirnos del pecado, y del infierno en la vida eterna?

Las conversiones no dejan de surgir aquí y allá, adultos que renacen a la vida del espíritu después de años de vivir alejados de los Sacramentos. Y así será siempre.

Es la alegría y la esperanza, con visos de eternidad, de Pentecostés.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com