Tribunas

La Misión de la Iglesia. (II)

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

“La Iglesia, ha de evangelizar, predicar y enseñar; a la vez, y para predicar a Cristo, ha de dar testimonio de la Verdad, con la vida santa y ejemplar de las familias cristianas, de los hombres cristianos, de lo eclesiásticos; de esta manera manifestará su presencia, con todas las obras de caridad y de misericordia que hace crecer en todos los rincones del mundo en los que predica y enseña, y, a la vez, estará a la escucha de ese clamor que san Agustín supo expresar con una frase inmortal: “Nos creaste para ti, Señor, y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti” (Confesiones I, 1).

 

Así terminamos el escrito anterior; y comenzamos hoy con el n. 17 de la Lumen Gentium, del Vaticano II.

 

“Como el Hijo fue enviado por el Padre, así también Él envió a los Apóstoles (cf. Jn 20,21) diciendo: «Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,19- 20). Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: «¡Ay de mí si no evangelizare!» (1 Co 9,16), y sigue incesantemente enviando evangelizadores, mientras no estén plenamente establecidas las Iglesias recién fundadas y ellas, a su vez, continúen la obra evangelizadora. El Espíritu Santo la impulsa a cooperar para que se cumpla el designio de Dios, quien constituyó a Cristo principio de salvación para todo el mundo. Predicando el Evangelio, la Iglesia atrae a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los prepara al bautismo, los libera de la servidumbre del error y los incorpora a Cristo para que por la caridad crezcan en Él hasta la plenitud. Con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre. La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte (…) Así, pues, la Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre todo honor y gloria”.

Pienso que no se puede decir más en menos palabras sobre la auténtica misión de la Iglesia: “y los incorpora a Cristo para que por la caridad crezcan en Él hasta la plenitud”. O sea, Jesús les manda a hacer prosélitos, sacar del error a judíos, a los gentiles, a los paganos, a los fieles de cualquier religión inventada por el hombre, etc. etc., y acercarlos a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido a buscarlos a la tierra para liberarlos del pecado, y salvarlos para la vida eterna.

Esta es la misión primera y fundamental de la Iglesia. Transmitir la Verdad, transmitir la realidad de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, y transmitirla en su integridad y sin adaptarla a ningún “espíritu” del mundo, ni a ninguna cultura. Les manda a injertar la Verdad en todos los espíritus y en todas las culturas, que pasarán y desaparecerán, pero la Verdad, la Palabra de Dios permanecerá siempre. Nunca será “tiempo pasado”.

Y a predicar la Fe y la Moral, que son las luces que necesitamos para que todas nuestras fuerzas caminen con Cristo. Fe y Moral, afirmaciones que iluminan nuestro entendimiento, y que no están para “inter-actuar” con los diversos saberes y culturas que se encuentren entre los hombres. No.  La luz de la Fe y de Moral iluminan los saberes y las culturas que se encuentran –como han vivido tantos misioneros a lo largo de los siglos y de todo el planeta-, las transforman y las convierten en ayuda para que los hombres y las mujeres puedan caminar con Cristo en la tierra arrepintiéndose y pidiendo perdón de sus pecados, y ansíen abrir las puertas de la Vida Eterna.

Evangelizando, predicando y enseñando así la Verdad, el Evangelio de Cristo; la Iglesia puede decir a no pocos eclesiásticos que quieren inventarse una “ética teológica acorde al espíritu del tiempo” quitando valor eterno a las enseñanzas de Cristo refrendadas en la Iglesia, las mismas palabras que san Pablo dirige a los Gálatas:

“Me sorprende que hayáis abandonado tan pronto al que os llamó por la gracia de Cristo para seguir otro evangelio; aunque no es que haya otro, sino que hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. Pero, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Como os lo acabamos de decir, ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema! ¿Busco ahora la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿O es que pretendo agradar a los hombres? Si todavía pretendiera agradar a los hombres, no sería siervo de Dios”

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com