Tribunas

 

La delicadeza del amor

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

En el matrimonio es necesario cultivar constantemente el amor. Es decir, sería una equivocación grandísima pensar que, porque hemos tenido un noviazgo muy bonito, ahora ya está todo hecho. Más bien lo mejor que puede ocurrir en el matrimonio es que haya dos personas empeñadas en quererse cada día un poco más. Ese empeño mantenido durante años es la mejor manifestación del auténtico amor y, por lo tanto, lo más parecido al cielo.

Nos dice Mariolina Ceriotti: “Existe, en primer lugar, una ternura ‘fácil’. Es aquel sentimiento dulce y natural que despierta en nosotros todo lo que nos parece muy valioso y al mismo tiempo vulnerable vivo y nuevo” (p. 15). Pero la experiencia dice que no siempre se ven las cosas con tanta claridad y que hay momentos en que puede costar un poco más el detalle de ternura, de delicadeza, de auténtico amor.

“Las personas que están pendientes de sí mismas -dice San Josemaría-, que actúan buscando ante todo la propia satisfacción, ponen en juego su salvación eterna, y ya ahora son inevitablemente infelices y desgraciadas” (p. 13). O sea, es bastante evidente que hace infeliz el egoísmo, y que hace felices a las personas, y por lo tanto a los casados, la entrega, la generosidad, el darse al otro.

“La ternura sirve como una puerta que da paso a todas las relaciones valiosas, y puede ayudarnos a intuir la distancia ‘justa’ que es necesario mantener en los gestos, en las palabras, en las miradas. Esa distancia ‘de respeto’ que permite que el otro se sienta amado, sin verse fagocitado o anulado por nuestro amor” (p. 16). Y, por lo tanto, la delicadeza del amor es camino de felicidad, de unión con el esposo, de unión con Dios.

Las cosas pueden ser a veces difíciles. Hay incomprensiones, hay modos de ver las cosas de modos distintos, motivo por el cual el diálogo es una actividad necesaria a través de toda la vida del matrimonio. Siempre hay que hablar, y entonces es más fácil entender por qué ella, por qué él, se comportan de esta manera. No hay que echarse en cara las cosas si no sacarlas en un momento de diálogo tranquilo para entender. Comprender a la otra parte es una cuestión de amor.

También san Josemaría escribe: “Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte” (p.14). Esa es la tarea del crecimiento en el amor.

Si no existe esa lucha, ese empeño, reaparece inagotable el egoísmo. Surgen las comparaciones, el “por qué yo”, que es como un síntoma claro de que hemos olvidado lo esencial. “Cuando prevalece el mal humor, se superpone como un velo desagradable entre nosotros y nuestra experiencia. Es como un ruido de fondo molesto que altera la percepción y nos vuelve irritables, hostiles y nos predispone al conflicto” nos dice Ceriotti (p. 18). Si se advierte ese clima, los primeros síntomas del enfado, es una cuestión de responsabilidad procurar calmar los ánimos.

O sea, la importancia de la ternura pase lo que pase.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte

 

 

 

 

 

 

 

 

Mariolina Ceriotti Migliarese,
El alfabeto de los afectos,
Rialp, 2022.