De Libros

 

Respuestas educativas a la inflación emocional

 

La catedrática de filosofía Ana Marta González habla de la cultura emotivista en 'El deseo de saber'

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja | 28/11/22


 

 

 

 

 

Ante la “inflación emocional” que padecemos, nunca está demás pensar sobre la formación intelectual que ofrecemos y la cultura en la que estamos inmersos. Cultura mediática, cultura del espectáculo, cultura pecera, cultura de la apariencia, cultura basada en lo que siento, con la que nos confrontamos a diario, en particular en el trabajo educativo.

 

Educación, formación y cultura

La catedrática de filosofía de la Universidad de Navarra, investigadora del Instituto Cultura y Sociedad, Ana Marta González, nos ofrece en este libro tres textos suyos, a modo de capítulos, sobre educación, formación y cultura. Tres conferencias en origen que despiertan en el lector la necesidad de saber más, incluso de profundizar en el pensamiento de esta filósofa.

Sería este libro como un entremés de lo que ojalá algún día se convierta en un estudio más en profundidad sobre las cuestiones aquí planteadas.

La formación es entendida, en sentido amplio, como el proceso por el cual el hombre sale de su encerramiento típicamente animal, del ámbito de las meras afecciones individuales y se abre al mundo, a la realidad que siempre es más grande que, incluso, sus propios deseos.

 

La educación busca la sabiduría

La educación, por tanto, busca la sabiduría, ciencia de los primeros principios y causas, porque el hombre lo que desea es saber. Esa educación debiera mantenerse alejada todo lo posible de las claves pragmáticas y utilitarias que predominan en determinados métodos y procesos educativos, que han convertido a los centros formativos en escuelas de usar y tirar. Decía Aristóteles, con toda razón, que “buscar en todo la utilidad no es propio de personas magnánimas y libres”.

Por eso es necesario en cada momento de la historia pensar en el sentido de la educación, de los procesos formativos de la persona, sean reglados o no. Máxime cuando estamos inmersos en una cultura no excesivamente centrada en la búsqueda de la sabiduría, de la conformación del juicio sobre la realidad, que no es solo ni principalmente juicio moral sino de sentido.

 

Opinar con fundamento

No es culta la persona que opina de todo, sino la que opina con fundamento, dice nuestra autora. “Si la cultura fuera sinónimo de cantidad de conocimientos, el acceso a la red nos habría dispensado de la tarea de cultivarnos personalmente, pues ahí tenemos al alcance de la mano una cantidad ingente de información a la que acudir cuando se presenta cualquier duda o problema”, afirma Ana Marta González.

El “deber de cultural” del que hablaba Kant, el empeño cultural, trasciende con mucho a la cultura mediática, la de las opiniones y lugares comunes, producto del espectáculo, del impacto. Hay que dudar de la capacidad de las redes sociales, cajas de resonancia al fin y al cabo, de contribuir a la formación de las conciencias.

Máxime si tomamos conciencia de que estamos inmersos en una cultura emotivista, cuyas características principales y consecuencias delinea nuestra autora con acierto. Es esta parte del trabajo la que más puede abrir horizontes al lector y la que más va a darle que pensar.

 

Emotivistas eficientes

Cultura emocional que nos convierte en “emotivistas eficientes” y que reduce la experiencia a una experiencia de la percepción sensitiva y emocional, alejada de la experiencia del conocimiento.

Una cultura emocional que busca el riesgo y que tiene mucho que ver con el deseo de las personas de sentirse vivas, para no ser meros “especialistas sin espíritu, vividores sin corazón” como diría Max Weber.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ana Marta González,
El deseo de saber.
Rialp, 2022.