Tribunas

Benedicto XVI. Un hombre de Cristo

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Sobre Benedicto XVI se han escrito, y se seguirán escribiendo un buen número de artículos, ensayos, libros, etc. Y es lógico que sea así viendo como se ha ido desarrollando su vida, como ha ido cultivando su inteligencia, como se ha enfrentado con tantas situaciones difíciles en el gobierno de la Iglesia, como obispo, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hoy Dicasterio, y como Papa, hasta que sus fuerzas le llevaron a decidir, en la presencia de Dios, renunciar.

 Y todo, con humildad, cercanía humana y sobrenatural con quienes compartía trabajo, y entrega a la Voluntad de Dios con normalidad y sin hacer ruido.

El ejemplo que nos deja como hombre de Dios, hombre de Cristo, hombre cristiano, queda muy bien reflejado en el testimonio de un antiguo jefe de la guardia pontificia:

“Cada vez que le he escrito y lo he visto en el Monasterio (donde vivía en el Vaticano) le he dado las gracias por la gran lección de humildad y de abandono en la divina Providencia, que nos ha dado a todos nosotros. Se sentía un siervo inútil, y nunca un protagonista. Sus últimas palabras: “Jesús, te amo”, me han conmovido. Como en el Evangelio, cuando Jesús le pregunta a Pedro: “Pedro, ¿me amas? No podía acabar de otra manera el caminar de un hombre que ha dado toda su vida a la Iglesia, a Dios”.

Esa cercanía humana es un fiel reflejo de su unión con Jesucristo.

Empleó las últimas fuerzas que le quedaban en su obra en tres tomos sobre Jesús de Nazareth: “He intentado presentar al Jesús de los Evangelios como el Jesús real, como el “Jesús histórico” en sentido propio y verdadero. Estoy convencido, y confío en que el lector también pueda verlo, de que esta figura resulta más lógica y, desde el punto de vista histórico, también más comprensible que las reconstrucciones que hemos conocido en las últimas décadas. Pienso que precisamente este Jesús –el de los Evangelios- es una figura históricamente sensata y convincente”. (contraportada del tomo II).

Queda claro que no hay la mínima diferencia entre el “Jesús histórico” y el Jesús que nos transmiten los Evangelios. Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Y consciente de que esa unión con Jesucristo es un don de Dios Espíritu Santo, se arrodilla ante el Señor y le pide ese regalo, como hizo en la Navidad de 2009.

“En la Liturgia de la Noche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para que nosotros nos hagamos verdaderamente humanos. Escuchemos de nuevo a Orígenes: «En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)» (in Lc 22,3)”.

“Sí, por esto queremos pedir en esta Noche Santa. Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado”.

Desde mayo de 2011 hasta el 3 de octubre de 2012, Benedicto XVI dedicó las audiencias generales de los miércoles a desarrollar una maravillosa catequesis sobre la oración, camino para la unión del hombre con Dios, y para que el hombre pueda descubrir el verdadero amor de Dios Padre que lo ha creado, de Dios Hijo que lo ha redimido, y de Dios Espíritu Santo, que le ha enseñado a Amar.

“Por lo tanto, dejemos al Señor que nos ponga en el corazón este amor a su Palabra y nos done tenerlo siempre a Él y a su santa voluntad en el centro de nuestra vida. Pidamos que nuestra oración y toda nuestra vida sean iluminadas por la Palabra de Dios, lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino, como dice el Salmo 119 (cfr. v. 105), de modo que nuestro andar sea seguro, en la tierra de los hombres. Y María, que acogió y engendró la Palabra, sea nuestra guía y consuelo, estrella polar que indica la senda de la felicidad”.

“Entonces también nosotros podremos gozar en nuestra oración, como el orante del Salmo 16, de los dones inesperados del Señor y de la inmerecida heredad que nos tocó en suerte: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa… Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Salmo 16, 5-6)”. (1-XI-2011),

Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, un hombre de Cristo, un hombre cristiano.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com