Tribunas

Se puede reaccionar (I)

 

 

Jesús Ortiz


Ecografía de un bebé en el vientre materno.

 

 

 

 

 

Poner nombre a las cosas es privativo del ser humano en un proceso complejo que requiere una comunicación fuerte en los sentidos y una inteligencia creativa. Intus legere sostienen algunos filólogos como origen de la palabra inte-ligencia: poner nombres a las cosas es conocerlas por dentro, es decir, descubrir su naturaleza con sus cualidades y accidentes. Por ejemplo, gracias a las ideas o conceptos podemos experimentar que conocido un delfín ya están conocidos todos los delfines con distinción entre su naturaleza y los accidentes: tan delfín es un macho como una hembra, uno de tres años como otro de veinte años.

 

El juego de las palabras

Aquel humorista, Forges, representaba a su personaje Blasillo con las manos en el bolsillo y diciendo a su compañero con mucha seguridad: “Pues yo, al pan le llamo flus, y al vino frodo”. Paradoja ridícula, porque así no se puede entender con nadie.

Jugar con las palabras no es resolver crucigramas, un buen pasatiempo instructivo, sino un ejercicio peligroso al que algunos se dedican desde hace tiempo. Si llamo “mariposa” a una “silla” estoy alterando la realidad desde mi mente, me confundo y no puedo dialogar con los demás; por eso el manejo del lenguaje es clave para la madurez personal y para convivir en sociedad.

Algunos ejemplos negativos son: interrupción voluntaria del embarazo; elegir una muerte digna; género en lugar de sexo; derechos de los animales; dieciséis formas de matrimonio; progenitor A y progenitor B; familia monoparental; trabajo fijo discontinuo; inmunidad de rebaño; homofobia, etcétera. Y viene a la mente la denuncia de Orwel en su obra supercitada «1984» pues bajo la protección del Gran Hermano la verdad es la mentira; la libertad es la esclavitud; el amor es el sexo; la guerra es la paz, y tantas otras manipulaciones absurdas.

Sobre la interrupción voluntaria del embarazo, ha escrito el profesor Ignacio Sánchez Cámara con lógica irrefutable: «Hablando con propiedad el aborto consiste en matar al feto en el seno de su madre, más bien de la mujer. Abortar no es interrumpir un proceso natural o, si lo es, consiste en matar al no nacido. No decimos que el asesinato sea la interrupción de un proceso vital ajeno, ni el robo la interrupción de la propiedad ajena ni la violación la interrupción temporal de la libertad sexual de una mujer. El aborto consiste en dar muerte a un ser humano antes de nacer, es decir, en matar.»

Y seguimos pues avanza la ley sobre el maltrato animal que parece un sistema de distopía más que una ley para convivir en sociedad. Cómo se puede legislar que matar una rata en el garaje se castigue con una multa y algo más ¿están desquiciados o qué están buscando?

El sentido común se rebela contra estos intentos de una ideología absurda que traspasa los límites de lo imaginable. Se puede descubrir la pretensión de fondo de una batería de leyes: borrar la frontera entre la realidad y el absurdo, entre el bien común y la locura de una minoría, o entre el derecho y la arbitrariedad, entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal. He aquí la cuestión: porque tratan de borrar la realidad del mal en sus manifestaciones estableciendo un relativismo pleno, en el orden del conocimiento, de las leyes, y de la ética. Y en el fondo se quiere establecer una antropología individualista cerrada al espíritu.

 

(Continuará)

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico