Tribunas

 

Cuidado de la naturaleza

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Se habla y se escribe mucho sobre el cuidado de la naturaleza. Hay una preocupación por el daño que se hace a los elementos naturales por ciertas prácticas un tanto abusivas dirigidas a veces al enriquecimiento de algunos. Aunque muchas veces el desgaste o el daño que se produce en lo natural por las emisiones de fábricas y centrales nucleares, etc., es en beneficio del mantenimiento de las personas. Estamos, con frecuencia, ante un difícil equilibrio.

En la Biblia encontramos expresiones como “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella” (Salmo 24), o “Mía es toda la tierra” (Ex 19, 5). O también “Tuyos son los cielos, tuya también la tierra; el mundo y todo lo que en él hay, tú lo fundaste” (Salmo 89). Pero en ningún momento se advierte en la Sagrada Escritura sobre algún límite en torno al aprovechamiento de la naturaleza. Lo sobreentendemos, porque si no cuidamos la naturaleza se acaban los medios para nuestra subsistencia. Lo que sí dijo Dios es “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1, 28).

Casi se puede decir, hoy en día, que hemos llenado la tierra, aún cuando haya lugares que todavía admitan más habitantes. Por lo tanto somos muchos en la tierra a los que hay que alimentar y ayudar para que vivan dignamente. Por lo tanto tenemos ese equilibrio difícil entre llenar la tierra y mantenerla.

La Iglesia siempre se ha preocupado de la naturaleza. “Esta relación mutua entre alma y Creación, entre religión y cuidado del mundo, es universal -dice Pedro Urbano-, no entiende de fronteras ni de épocas, va directa al corazón de las personas, y por eso mismo ayuda tanto al sosiego del espíritu” [1]. Y desde siglos atrás nos encontramos con el amor por la creación manifestado en las enseñanzas de los santos. Como en el “Cántico de las creaturas” de San Francisco de Asís:

“Loado seas, mi Señor, con todas tus creaturas,
especialmente el hermano sol,
el cual es el día y por el cual nos alumbras”.

 

La Sagrada Escritura nos conduce a encontrar a Dios en la Creación, con todas sus consecuencias. “Reflejan por eso un sentido muy vivo de la fuerza contemplativa que se desprende de la Creación, a la vez que comparan la ciencia natural con la ciencia que nace de la palabra de Dios, es decir, con la teología. Porque, como explican estos autores, el don de Dios se percibe por la fe a través de muchas vías, en lo creado y en lo sanado, en la vida natural y en la espiritual” [2].

Quizá lo que no es tan habitual entre muchos ecologistas es advertir que la creación está al servicio del hombre. Entonces ¿cómo es posible que se admita como lo más “natural” el aborto? Cuidamos la naturaleza y destruimos lo más importante de esa naturaleza que es el hombre. ¿Cómo es posible defender lo natural y permitir el cambio de sexo de una persona? ¿Hay algo más antinatural? Perversidades que no se admitirían nunca con los animales se aprueban en nuestras legislaciones con las personas. Hay que decir bien alto que son ataques directos a lo más natural, que es el hombre.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte

 

 

 

 

 

 

[1]
Pedro Urbano,
Admirable creación,
Rialp 2022, p. 21.

 

 

[2]
p. 72