Tribunas

Obispos que hablan de sexo

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Obispos escandinavos.

 

 

 

 

 

Calma, que no son los obispos españoles los que hablan de sexo. Son los Escandinavos (Dinamarca, Suecia, Islandia, Noruega y Finlandia), que se han largado una Carta pastoral, en el V Domingo de Cuaresma, que ya quisiera yo por aquí.

Entre los firmantes están mis admirados cardenal Arborelius y monseñor Erik Varden.

Una Carta que ha corrido por las redes como la pólvora.

Y, ¿qué dicen del sexo estos obispos? ¿Por qué hablan del sexo ahora estos obispos? ¿De qué sexo hablan estos obispos? ¿Cómo hablan de sexo estos obispos?

Pues fíjense. Comienzan su texto relatando la alianza de Dios con los hombres según el Génesis. Inmediatamente se refieren al signo de esa alianza que Dios puso en el cielo, el arcoiris. Y a renglón seguido, añaden:

“El signo de esta alianza, el arcoiris, ha sido reivindicado en nuestro tiempo como el símbolo de un movimiento político y cultural. Reconocemos todo aquello que es noble en las aspiraciones de este movimiento. En la medida en que hablen de la dignidad de todo ser humano y su anhelo de ser visto por lo que es, compartimos esas aspiraciones. La Iglesia condena toda forma de discriminación injusta, incluyendo aquellas basadas en el género u orientación afectiva. Discrepamos, en cambio, cuando este movimiento propone una visión de la naturaleza humana separada de la integridad corporal de la persona, como si el género físico fuera accidental. Y protestamos cuando se fuerza esa visión sobre los niños presentándola como una verdad probada y no como una hipótesis temeraria, y cuando se la impone a los menores como una pesada carga de autodeterminación para la que no están preparados. Resulta llamativo que una sociedad tan atenta al cuerpo en los hechos lo trate con superficialidad al no considerarlo como un significante de identidad. Así, se presupone que la única identidad que cuenta es la que emana de la autopercepción subjetiva, la que surge a medida que nos vamos construyendo a nuestra imagen”.

Me he permitido reproducir ampliamente este texto para que vean el tono del escrito y el modo de la argumentación. Como dicen estos obispos, “la enseñanza de la Iglesia sobre el sexo crea perplejidad”.

Pero la clave no es rebajarla sino presentarla desde su núcleo, en un proceso en el que se asienten bien las premisas para que después se puedan sacar las conclusiones.

Es decir, “el fin de la enseñanza –dicen los obispos Escandinavos- de la Iglesia es habilitar el amor, no impedirlo. Al final de su prólogo el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 repite un texto del Catecismo Romano de 1566: «Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor» (CIC, 25; cf. 1 Cor 13.8)”.

Entiendo que ahora es difícil hablar del amor, dado que, como decía el título de aquella película, lo llaman amor cuando quieren decir sexo. O ya no se sabe, en un tiempo líquido en qué momento es amor y en qué sexo.

Nosotros queremos hablar de sexo y de amor, sin buenismos, sin complejos ni complacencias, sin tener que silenciar lo esencial para salvar lo accidental, sin complejos, porque la propuesta sea signo de contradicción. Con respeto y afecto, con caridad relacional, con voluntad real de entendimiento, que no es justificación, ni legitimación sobrevenida, con una mirada a los ojos que permita que el otro, o la otra, no perciba que se le juzga por el tribunal de los puros.

Hablar de sexo hoy es complicado ante la tensión entre banalización y la hiper-sexualización. Las nuevas generaciones entienden el sexo como una función biológica más, al uso. Como comer, como defecar, con perdón. Satisfacción de necesidades y deseos.

Hablar de sexo requiere “parresía”, que dicen los clásicos. Valentía, como la de los obispos Escandinavos…

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja