Tribunas

Cultura woke: con la cizaña, cortas el trigo

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


Trigo y cizaña.

 

 

 

 

 

Con la cultura woke, si desechas prejuicios, reconoces un deseo de eliminar injusticias y desequilibrios que se han dado a lo largo de la historia. El problema es que su evolución ha desbarrado (pasa con todas las ideologías) y que sus defensores no han reparado en la torpeza de su propuesta, que recuerda a la parábola del trigo y la cizaña.

Aunque la campaña electoral la ha apartado a un segundo plano, durante los últimos días ha saltado la polémica de la Cleopatra negra made in Netflix (la reina era de ascendencia griega y de tez blanca, alegan los egiptólogos). Semanas antes, asistimos al atentado fallido contra la literatura de Roald Dahl debido a su lenguaje no inclusivo, como previamente se han perpetrado ataques contra clásicos norteamericanos como La cabaña del Tío Tom o Matar a un ruiseñor por considerarse racistas.

Hay muchos casos, cada vez más, y algunos muy mediáticos, como el que protagonizó JK Rowling en las redes. Frente a un artículo en el que se leía el término “gente que menstrúa” en lugar de mujeres (para no discriminar a las que se sienten féminas, pero no lo son) la escritora lanzó este tuit: “Estoy segura de que había una palabra para esas personas. Que alguien me ayude. ¿Wumben? ¿Wimpud? ¿Woodmud?”. Muchos pidieron su cabeza (por supuesto, el sentido del humor está reñido con lo woke).

Hay también batallas que apenas tienen eco en los medios de comunicación. Una es la que se libra contra David Hume, considerado hasta ahora en el mundo anglosajón como una eminencia; de hecho, los estudiantes de Oxford y Cambridge lo han leído hasta la fecha. Pues bien, entre sus textos hay alguno donde valora el racismo y, evidentemente, eso está mal. Como está mal que en el siglo IV a.C. Aristóteles reconociera la misoginia y la sociedad esclavista.

Pero, entonces, ¿qué hacemos? ¿cortar por lo sano? ¿quemamos sus escritos? Si Hume tenía inclinaciones racistas, se denuncian, pero no por eso vas a dejar de leer el Tratado sobre la naturaleza humana. Otro caso: Chesterton y su consideración de la mujer. Aunque tildarlo de machista es no conocerlo, si hay textos que inducen a la duda, ¿desmerecen la luz que arroja El hombre eterno? Subrayemos esos párrafos, pongámoslos entre los paréntesis de su época y beneficiémonos de lo demás. Arrasar con todo es poco inteligente. Con la cizaña, cortas el trigo.

En esta poda hay otra cuestión, y es qué hacer con los errores, con las imperfecciones, con el pecado. ¿Se pueden erradicar? No, no es posible. Lo que sí es viable, y además necesario, es reconocer el mal, nominarlo. Y aprender de las caídas. Pero, para eso, hay que ponerse delante de las mismas, no eliminarlas. Borrarlas es un acto presuntuoso. Y así es la cultura woke. También resulta totalitaria, pues, si bien hay presupuestos compartidos desde el sentido común (cualquier persona en su sano juicio reconoce que el machismo, el racismo y la explotación humana son inadmisibles), abanderan otros que no lo están. Un ejemplo es su empeño en imponer la ideología de género.

Una decisión que recuerda al mito de Procusto, aquel tirano que hacía tumbar a cada invitado en un lecho y, como no aceptaba que nadie fuese más alto que él, cortaba lo que sobresalía de sus extremidades. Aunque la metáfora suele referirse a quienes no toleran que salga a relucir la propia mediocridad, bien puede aplicarse a quienes pretenden acomodar la realidad a sus intereses o su visión de las cosas.

Precisamente porque es arrogante y totalitaria, la cultura woke quiere cambiar la historia. El peligro es que podemos acabar eliminándonos a nosotros mismos, pues somos nuestro pasado. Entonces, ¿no es lícito abjurar del pasado? Sí, pero teniéndolo presente. ¿Sería razonable esconder los horrores del nazismo o demoler los campos de concentración comunistas pensando que así no han existido? Los niños pequeños cierran los ojos para evitar ver lo que no les gusta o les aterra, pero no desaparece. Quizás sea esta la cuestión de fondo: un infantilismo patológico.