Tribunas

Hambrientos de responsabilidad

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


Pinocho.

 

 

 

 

 

Me pasaron hace unos días un vídeo del psicólogo y divulgador Jordan Peterson, donde expone los resultados de un programa que ha puesto en marcha, llamado “De creación de futuro”. Aunque no me van este tipo de iniciativas ni de charlas, Peterson tiene experiencia con jóvenes, pues es profesor emérito en la Universidad de Toronto. Este dato me animó a apartar prejuicios y verlo.

Resulta interesante la comparativa que hace entre hombres y mujeres (también valiente, pues hoy es arriesgado afirmar que somos distintos) pero, sobre todo, llama la atención su hipótesis: la responsabilidad y el sentido de la vida están unidos.

Ciertamente, la responsabilidad es una carga, pero permite tolerarse a uno mismo. Además, su alternativa es el placer impulsivo y la cutrez, como se evidencia en la historia de Pinocho. Muchos chavales caen en la trampa que tienden los truhanes al niño de madera (y siguen ahí cuando son adultos): si no puedes sacar provecho, ¿para qué levantar un peso? No vale la pena. Una mentira patológica y opresiva (como son siempre las mentiras): si asumir una responsabilidad no da méritos, créditos, dinero, aprobados… renuncia a ella.

El problema es que, huyendo de la responsabilidad, la vida es inútil y no tiene sentido. Uno acaba en una isla como la del cuento de Carlo Collodi: repleta de atracciones, atiborrado de dulces, sin horarios ni tareas, pero confinado y lleno de autodesprecio y nihilismo. Con orejas de burro porque dejas de ser naturalmente humano.

Reconforta escuchar razones fundadas sobre la crisis anímica que nos atenaza, pues sólo se puede encarar con buenos diagnósticos. Y consuela que haya docentes que hablen así en las aulas universitarias, a donde muchos jóvenes llegan inmaduros, desvalidos. Sobre todo, llena de esperanza que Peterson afirme que sus alumnos respiran cuando les invita a tomar su vida en serio, a hacer algo útil, a dar su palabra y cumplirla. Aquí hay un dato revelador: quizás las nuevas generaciones no necesitan tanto que se les hable de sus derechos (los tienen archisabidos), como que se les anuncie que las personas somos animales de carga y necesitamos tirar de un peso, como los perros de las nieves precisan arrastrar un trineo. Los jóvenes están hambrientos de responsabilidad porque están hambrientos de sentido.

Al final, todo es más sencillo. No hacen falta recetas mágicas ni programas milagrosos de formación del carácter (la mayoría huele a manual de autoayuda). No hay que inventar la pólvora, sino reconocer algo natural. La necesidad de ser responsable viene de fábrica. A un niño le cuentas una historia de un príncipe que vivía en un castillo entre algodones mirando su ombligo real y se aburre; si, además, pasa olímpicamente de su reino y va cambiando de princesa, no entenderá nada. Ahora bien, háblale de un héroe que se lanza a vivir grandes aventuras y se enfrenta a dragones por un noble propósito, dispuesto a sufrir y dar su vida por una causa, por una persona… No tardarás en verle jugar, imaginando que es él.

Si la alegría y el dolor están en la casa de empeños, ¿quién se atreverá a llamarse hombre?, escribe en un poema E.E. Cummings. De niños, lo teníamos claro.