Tribunas

La civilización del espectáculo

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


Civilización del espectáculo.

 

 

 

 

 

Con razón de la 57ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, la Conferencia Episcopal Española ha emitido un comunicado en el que celebra el posible final de la telebasura en España. Sería lo deseable, por las razones que esgrimen, pero dudo que este producto televisivo se extinga. Primero, porque da dinero y el dinero manda. Segundo, porque vivimos en la civilización del espectáculo, como describe lúcidamente Mario Vargas Llosa es su ensayo homónimo.

El literato peruano plantea por qué la cultura dentro de la que nos movemos se ha ido banalizando hasta convertirse, en muchos casos, en un pálido remedo de lo que nuestros padres y abuelos entendían por esa palabra.

Explica también cómo el deterioro que han ido sufriendo las artes y las letras -que han pasado a ser un poco más que formas secundarias de ocio, animadas por el lucro- se ha contagiado a la política, al periodismo, a las instituciones… La conclusión es que la cultura, entendida como una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad, está a punto de desaparecer. De lo que se trata ahora es de divertir, evadir, entretener.

Su argumentación podría apoyarse en ejemplos recientes. Así, la última campaña electoral ha confirmado la tendencia a sobreactuar en los gestos y en las formas, a lo que se han sumado algunas tramas que hacen sospechar si se guionizan para ganar audiencia/votantes.

Por eso, el peligro de la política actual no es sólo haber aparcado la ética (que ha llevado, entre otras consecuencias, a contar con candidatos que no condenan a la banda terrorista ETA) sino haber sido desnaturalizada, pues ahora actúa como mecanismo de distracción.

Otro ejemplo es que compartan páginas de un diario y espacios en la parrilla radiotelevisiva debates dedicados a la subida de peso de una marquesa y al análisis de la guerra en Ucrania. Pensar que esta colonización rosa del periodismo resulta inocua es estar en la parra.

Si ofrecer información veleidosa, insustancial, se va instituyendo como un servicio al interés común, hay un peligro real de deslizarnos hacia una sociedad donde, en lugar de ciudadanos, haya espectadores. En la que se irrealice el presente en lugar de mostrarlo para poder entenderlo.

Dicho esto, no conviene pensar en un estado de desastre irreversible pues, publicando sus logros, se da al Demonio más ventaja de la que merece, como señala John Senior en La restauración de la cultura cristiana. En su libro recuerda que la cultura es un estilo de vida, una manera de ser, una sensibilidad que da sentido y orientación a los conocimientos. Una propensión del espíritu.

Explica también que, luego de la familia, la principal transmisora de la cultura a lo largo de las generaciones ha sido la Iglesia y que la cultura cristiana (olvidada por muchos católicos) es el medio natural de la verdad. Sus páginas son inspiradoras y recuerdan que la tradición y la autoridad de los clásicos (a los que recurre con la soltura y la sencillez del que se asombra) no están agotados; al contrario, están ahí para beber de ellos.

En fin. El tema es complejo, pero urge abordarlo… La cuestión es, evitando caer en la tentación de idealizar un pasado (al que, además, no resulta posible volver) plantear qué puede y debe hacerse. No resignarse a vivir bajo focos que deslumbran, pero ciegan.