Tribunas

En la Fiesta de la Santísima Trinidad

 

 

Ernesto Juliá


Santísima Trinidad.

 

 

 

 

 

“El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe". "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos" (Catecismo de la Iglesia Católica, 234).

La Fe en la Santísima Trinidad ha ido creciendo en nuestras almas desde los primeros años de nuestra vida.  Cuando nuestros padres nos han enseñado a persignarnos, y han movido nuestro brazo para hacer la señal de la Cruz, llevándolo de la frente al pecho y de un hombro al otro, y repitiendo, para que las aprendiéramos de memoria las palabras: En el nombre del Padre, y del Hijo del Espíritu Santo; estaban sembrando en nosotros la semilla de la Fe, en Dios Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Poco a poco, esas palabras se nos han quedado grabadas a fuego en el corazón y en la cabeza, y las hemos repetido muchas veces a lo largo de toda nuestra vida. Y con esas palabras, la oración del Gloria. “Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria a Dios Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.

Nuestra razón no alcanza a penetrar la realidad más profunda de Dios Uno y Trino. Estas palabras de Benedicto XVI nos pueden ayudar a crecer en nuestra fe, y a vislumbrar el Amor de Dios:

“Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es Amor: el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor” (La puerta de la Fe, 1).

Comenzamos la Santa Misa haciendo sobre nosotros la señal de la cruz, y diciendo: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.  Y nos podemos preguntar: ¿Cuándo hago la señal de la cruz, renuevo mi fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?

Al vivir la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, hemos de ser conscientes de que: “Toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar. Por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora. Aprendamos a tratar a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino: tres Personas divinas en la unidad de su substancia, de su amor, de su acción eficazmente salvadora” (Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa, n. 86).

En la segunda lectura de la Misa del Domingo de la Santísima Trinidad nos recomienda san Pablo: “Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros” (2 Cor 13, 11.13).

Al darnos la bendición final de la Misa, el sacerdote dice: “La bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y permanezca siempre. Amen”.

¿Nos damos cuenta de que el Amor de Dios Padre nos crea a “su imagen y semejanza”; de que el Amor de Dios Hijo nos redime de nuestros pecados y nos alcanza la Gracia de “ser hijos de Dios en Él”; de que el Amor de Dios Espíritu Santo nos santifica, dándonos la Gracia para vivir conforme a la Fe y a la Moral, que Cristo nos dio y la Iglesia nos enseña?

La Virgen Santísima, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios espíritu Santo, vive con nosotros la Santa Misa, y nos ayuda a ofrecer a Dios Padre el sacrificio redentor de Jesucristo, Dios Hijo, y abre nuestro corazón para vivir este ofrecimiento con el amor de Dios Espíritu Santo.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com