Tribunas

Responsabilidad compartida

 

 

Jesús Ortiz


Bebé en el vientre materno.

 

 

 

 

 

En primavera la naturaleza despierta de su letargo invernal y ofrece la renovada fecundidad en el desarrollo de las especies animales y vegetales. En un jardín próximo a mi casa crecen unos castaños de indias que reviven en esta primavera, como la mayoría de las plantas, y lo hacen en pocos días: primero los brotes con las hojas nuevas, después la floración exuberante, y finalmente los frutos que irán creciendo hasta el otoño.

 

Dignidad personal

No deja de asombrar la generosidad y belleza de la naturaleza que estrena vida, cuando caen los primeros frutos pequeños con sus púas a cientos al pie de cada castaño. Sólo unos pocos llegarán a su plenitud natural permaneciendo en las ramas para asegurar la pervivencia de la especie: la fuerza está en el número de frutos con una selección natural. Cuenta la especie por encima del singular.

No es así en el caso del ser humano porque la fuerza principal no está en el número y selección sino en el valor de cada persona, portadora de unas capacidades y originalidad irrepetibles. Por eso no encaja bien la proliferación de tener hijos por encargo cuando la técnica y el contrato sustituyen a la donación que se da en el amor auténtico. Hay alteridad personal, libertad como principio y a la vez asunción de riesgo cuando la libertad responde de sus actos.

Lo recordaba María Calvo en Alfa y Omega ofreciendo una reflexión actual sobre la diferencia entre el deseo y el amor, a propósito de los hijos y la familia. Porque mientras el deseo es centrípeto, atrae hacia dentro y es autorreferencial, el amor en cambio es centrífugo pues impulsa hacia fuera, hasta el punto de generar una nueva vida humana personificada en cada hijo.

 

Asumir responsabilidades

Por otra parte, la clásica distinción entre autoridad y potestad puede arrojar también luz sobre la responsabilidad personal: mientras la primera brilla por sí misma por su altura ética y se ofrece sin imponerse, la potestad puede separarse de la autoridad e ir por libre imponiéndose a la fuerza. En realidad no tiene porqué ocurrir pero la experiencia señala que demasiadas veces el poder responde a la fuerza y no a la razón, como ocurre en el autoritarismo y no digamos en las dictaduras. Por desgracia vemos que algunos personajes no se hacen responsables de sus políticas siendo incapaces de conjugar el verbo dimitir.

Se ha dicho que vivimos en una sociedad quejosa que responde a un déficit de responsabilidad personal y colectiva, causada por la inflación de supuestos derechos que otorga el poder populista para atraerse a determinados grupos, y cuando algo falla o eran ofertas irrealizables salta la queja. El victimismo del que hablamos muchas veces procede de una concepción funcional y reductiva de la libertad. Por ejemplo, ante las próximas elecciones forzadas, que son incómodas para todos, el riesgo sería engrosar la bolsa de la abstención con mentalidad quejosa, perdiendo una ocasión importante de actuar con responsabilidad compartida.

Como ha escrito en ABC Jesús Avezuela: «No podemos seguir reivindicando derechos insaciablemente sin asumir responsabilidades individuales y colectivas que tienen que ir más allá del estricto cumplimiento de los deberes prescritos por el ordenamiento jurídico. La libertad es un acto voluntario, razonado y consciente que implica asumir la responsabilidad de las consecuencias que derivan de las decisiones tomadas. No podemos evitar ese compromiso de responsabilidad argumentando que eso sólo pertenece al imaginario de un voluntarismo buenista y que nuestros quehaceres no tienen impacto alguno. Nuestra posición y nuestras acciones en la sociedad como padres, estudiantes, gobernantes, individuos activos en redes sociales, consumidores, o en definitiva como miembros de un mundo radicalmente interconectado, tienen una influencia de dimensiones imprevisibles que debemos cuidar y ser conscientes de ellas».

Son reflexiones que están el fondo pre político de algunas leyes que están alterando la convivencia, como son las del supuesto derecho a la eutanasia o al aborto, y también aquellas que reducen la libertad en la educación o la objeción de conciencia y de ciencia, como saben muchos profesionales.

Así se pronunciaba Francisco Vázquez sobre el fallo del Tribunal Constitucional sobre el aborto: «Durante 14 años no se tomó una decisión y quienes llegaron ahora lo hicieron en 15 días. Deja en muy mal lugar a quienes ocuparon el tribunal antes. Da la sensación de que hubo cobardía y se evitó ir contra lo políticamente correcto. La sentencia va en contra de la doctrina del propio Constitucional. El fallo previo, de 1985, consideraba que había una colisión entre derechos: los de la madre y el nasciturus. Ahora se inventa una doctrina, que es el derecho a matar».

En suma, las instituciones y las leyes deben tratar a los ciudadanos como personas responsables que se preguntan sobre qué pueden ofrecer a la sociedad, a la vez que ejercen sus derechos, siendo lo contrario a la mentalidad gregaria irresponsable y al anonimato inmaduro.

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico