Tribunas

Obispos y gobierno, entre la autoridad y el poder

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Vaticano.

 

 

 

 

 

En un reciente post de “Il Regno”, el vaticanista Luigi Accattoli, un clásico de estas materias con una bibliografía variada de cuestiones candentes, escribió sobre las tormentas en la Iglesia. Es decir, sobre las tormentas alrededor y dentro de la barca de Pedro.

Aprovechaba para hacer una especie de autobiografía de los momentos polémicos en su vida de periodista en el Vaticano: el final del Pontificado de Pablo VI, los casos eclesiales y políticos italianos relacionados con el papado, los problemas de Juan Pablo II, los de Benedicto XVI…

Todo esto para lanzar un mensaje de calma en medio de esta etapa del pontificado del papa Francisco.

Al final del artículo planteaba una cuestión en la que alguna vez he pensado. Accattoli la formula así:

“También estoy convencido de que nunca antes ha habido tanta sobrevaloración del factor gobierno entre nosotros. Para ayudarnos a amar a la Iglesia deberíamos realizar una operación de reequilibrio: reducir la importancia del factor gobierno, prestar atención a los signos del amor de Dios en el mundo actual.

Siempre hubo una tormenta en la Iglesia y siempre la habrá. Y mañana tal vez la tormenta sea más grande que la de hoy. La salida del gobierno papal de Europa, que imagino duradera, me hace temer una acentuación de los conflictos. Pero junto con la tormenta siempre habrá también la poca levadura que fermenta toda la harina. Cuidado con la levadura, pues, más que con el granizo”.

Reformulo la cuestión sobre si se sobrevalora el factor gobierno desde el punto de vista clásico de las relaciones entre autoridad y poder.

Por cierto que me parece evidente que estamos demasiado centrados en los actos de gobierno en detrimento de la mirada sobre las semillas de lo bueno, del Reino, de la presencia del amor de Dios en la historia. Eso significa que si lo que se prioriza y da protagonismo es el gobierno, se desencadenan, tarde o temprano, dinámicas de gobierno, luchas de poder. El carrerismo, el clericalismo, tienen que ver con esto.

Tranquilos que no es el lugar de una disquisición teológico-canónica sobre la “potestas sacra”, la exousía evangélica, aunque sí tenga que ver con la traducción de la diakonía como forma actual de servicio.

Está claro que la autoridad se recibe de Cristo y es al mismo tiempo carismática y jurídica. Y la autoridad se conjuga con “la potestad”.

Ojo que la autoridad está relacionado con el magisterio y, por tanto, con el munus (ministerio, oficio, tarea) docendi, de enseñar. No puede ser solo expresión de munus regendi, de regir, gobernar.

Sólo se trata de plantear que quizá, de tejas para abajo, hay un ejercicio del poder en la Iglesia que se ha sobrepuesto al de la autoridad, entendida ésta también como un saber socialmente reconocido.

En la teoría clásica, el poder estaba ligado a la autoridad. Se plantea aquí la cuestión de cuál es la legitimidad del poder. Es indudable que, si hablamos de los obispos, la legitimidad es el acto del nombramiento como tal por el papa. Un nombramiento que se hace desde criterios de autoridad, como consecuencia de una autoridad asumida, reconocida, ejercida. No se hace como expresión de una, perdonen la redundancia, voluntarista voluntad de poder, entendido el poder  también como lo hace la sociología contemporánea, la capacidad de modificar el curso de las cosas e influir en los acontecimientos.

¿Qué formas de autoridad y de poder se ejercen en la Iglesia? ¿Estamos más acostumbrados al poder, al gobierno, que a la autoridad?

Vivimos en un mundo que tiene alergia a la autoridad y que se rebela contra el poder.

Entiendo que, hablando de la autoridad, la primera es la que deviene de Cristo, desde el punto de vista institucional, ministerio del orden, y desde el punto de vista personal carismático, de su encuentro con él, la santidad. ¿Nos importa si a alguien se le elige para una determinada función por su santidad? Una santidad necesaria que no quiere decir que sea suficiente.

Había otras fuentes y manifestaciones de la autoridad, por ejemplo, la que se acredita con la vida, la experiencia, el expertise, que dicen ahora. La que nace de la legitimación de la historia, que es tradición.

Otra, la que tiene que ver con el conocimiento.

Otra la que está relacionada con el ejercicio de las capacidades humanas, virtudes humanas, liderazgo, atracción, elocuencia, carisma, el carisma weberiano.

Pensemos en este momento, en la Iglesia, por ejemplo en el estrato de la decisión sobre qué obispos necesita la Iglesia, en su autoridad. ¿Legitimidad de origen solo? ¿Legitimidad de ejercicio?

Soy consciente que hasta ahora me he movido en el campo de las ideas. Quizá porque esté dejando de ser aristotélico, y algo tomista, para volverme platónico.

 

 

José Francisco Serrano Oceja