Opinión

Transformación cuaresmal

 

 

Lluciá Pou Sabaté


Cuaresma, miércoles de Ceniza.

 

 

 

 

 

El tiempo de Cuaresma nos habla de purificación, en griego metanoia: arrepentimiento, cambio profundo desde el corazón: salir del egoísmo para pasar al altruismo. Jesús nos enseña que el amor es la esencia de la vida: como Buen Pastor, se da a sus ovejas y ofrece su vida por ellas.

Estamos de camino hacia la Pascua, el paso por la cruz a la gloria de la resurrección; y Jesús nos invita a seguir sus pasos, abrir los ojos a ese sacrificio que va de la mano de la felicidad. Nos ofrece algunas dedadas de miel, como la Transfiguración, para prepararnos para la cruz, no es fácil a veces pero sabemos que todo es para bien.

No es fácil entender que “la alegría tiene sus raíces en forma de cruz” (san Josemaría), con una comprensión que hacía cantar a unas monjas: “Corazón de Jesús, que me iluminas, hoy digo que mi Amor y mi Bien eres, hoy me has dado tu Cruz y tus espinas, hoy me has dicho que me quieres”.

Si se hace por amor, aunque sea algo costoso, ese sacrificio será alegre. Esa es la penitencia auténtica, la que decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría [felicidad], desperté y vi que la vida era servicio; y al servir comprobé que el servicio era alegría”.

Son esos detalles de caridad, de delicadeza con los que sufren, con los enfermos, esa escucha activa, el cambiar nuestros planes por atender a quien lo necesita, como decía Teresa de Jesús: “eso tiene el amor verdadero, olvidar nuestro contento mayor por contentar al que amamos”, y precisamente ahí está la mayor felicidad.