Tribunas

Los obispos y las nuevas oportunidades

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Luis Argüello y José Cobo, presidente y vicepresidente
de la Conferencia Episcopal Española.

 

 

 

 

 

El criterio periodístico exige empezar por lo más reciente. Lo oportuno es interpretar los resultados de las elecciones a los diversos organismos de la CEE. Voy a hacerlo de forma somera sólo con los datos que se han hecho públicos.

Los obispos han votado comunión y continuidad. Se han dejado impresionar poco por determinados sesgos cognitivos, encuadres mentales, variables relacionales, que no lo eran, incluso en las horas previas a la elección de presidente, veladas manipulaciones e inoportunas presiones como un vídeo que circulaba por TikTok… El ambiente, de pronto, se enrarecía. ¿Con qué motivo?

Había un consenso generalizado, de antiguo, sobre lo adecuado del perfil de monseñor Argüello para este momento de la Conferencia Episcopal, que es como decir de la Iglesia en España.

El consenso en un perfil como forma expresiva de comunión. Un consenso que, en las vísperas de las elecciones, era algo más que un consenso, era un acuerdo.

Por mor de la historia, se podría decir –no es exacto, pero casi- monseñor Argüello aterrizó en Madrid de Roma para meterse en la Conferencia Episcopal. ¿Traía, por tanto, el consenso convertido en acuerdo?

En la práctica así fue por amplia y rápida mayoría. Sin alternativa real y efectiva.

Después vino la elección de vicepresidente y, una vez más, los obispos no juegan a romper la lógica, ni sobreactúan, ni juguetean.

Si el cardenal Cobo es hoy el cardenal que ha recibido con más evidencia los favores del Papa, si es el arzobispo de Madrid, si es miembro del Dicasterio de los obispos, y del de Familia y laicos –que para mí es importante-, lo lógico es que forme tándem en un proceso de tiempo y no de espacio, categorías que nos ha enseñado el Papa.

Dijo el cardenal Cobo en la rueda de prensa que la clave es el servicio, que es un “facilitador”. Me apunto esta formulación.

Sale el cardenal Cobo cuando, además, se da la circunstancia de que la alternativa no es unánime, se desdobla, se dispersa el voto.

La aparición del tándem, Argüello y Cobo, ante los medios, ni que la hubieran ensayado antes, por cierto.

Comienza la elección de miembros del Ejecutivo, que es dónde se entiende por el número de votaciones para que salgan los candidatos, que se plantean las primeras divergencias de fondo, con modelos en los que, por un lado, se suponía iban a introducir nombres nuevos, rompedores, y por otro se apostaba por la continuidad.

Y lo que sale, porque en eso está la mayoría del episcopado, es la continuidad.

De hecho en el Ejecutivo se va, -se iba a ir por cuestión de edad-, el obispo de Málaga, monseñor Catalá, y entra el arzobispo de Valencia, monseñor Benavent, que deja vacante la presidencia de Doctrina de la fe, ocupada por monseñor Francisco Conesa, absolutamente certero. Como estaba previsto, como estaba anticipado. El resto de los nombres, la habitual segunda oportunidad, el segundo mandato, dando un respiro a don Ginés al colocarle el primero.

No hay en la presidencia de las Comisiones tampoco mucha novedad. La obligada por la edad que jubiló, o está a punto de jubilar, a algunos de los presidentes.

Monseñor Joseba Segura en Misiones por monseñor Pérez, ya dimisionario. El obispo de Bilbao, por cierto, acreditaba haber estado tiempo suficiente en misiones como para ser el más adecuado.

Monseñor Pulido por monseñor Vives, en Clero, que en breve hará mutis por el foro, aunque esté, como siempre, en plenas facultades, manteniendo después a monseñor Vidal en Seminarios. Ya llegará el tiempo.

En las Subcomisiones hay algunas notas curiosas. El obispo de Logroño, Abilio Martínez, en Acción Caritativa y Social y el de Mondoñedo García Cadiñanos en Migraciones, cuando podía haber sido al revés por eso de que el burgalés fue el hombre de Cáritas en Castilla y Léon no poco tiempo.

Y Valdivia, auxiliar de Sevilla, a Relaciones Interconfesionales. Sevilla hace bien las cosas. Oportuna designación.

Bueno, y el arzobispo de Santiago, monseñor Prieto, a Patrimonio, que se me ha quedado un poco corto esto. Hasta mi recordado monseñor Martínez Camino sigue en Universidades y Cultura, y en la primera votación.

Dicho lo cual tengo que confesar que mi intención inicial no era escribir sobre lo que llevamos de Plenaria.

Pensaba dedicar esta columna al discurso del cardenal Omella, que me pereció se escribía y pronunciaba con un cierto lamento de fondo.

Un discurso basado en el magisterio de san Juan Pablo II, glosa al documento sobre el ministerio de los obispos Pastores gregis. Me sorprendió que no hubiera algo más del papa Francisco y mira que el cardenal Omella no es sospechoso de eso.

Habrá tiempo de hacer balance sobre la presidencia del cardenal Omella.

Y a lo que vamos. Todavía no entiendo lo que pasó con el señor Nuncio. Me puedo imaginar que fueron graves los motivos por los que tuvo que ausentarse de España. Pero enviar al Consejero, de nacionalidad polaca, por lo tanto más san Juan Pablo II, para que leyera no un texto del señor Nuncio para la ocasión, como suele ser habitual, sino, muy bien y con mucho provecho espiritual por nuestra parte, uno sobre su trayectoria sacerdotal y vital, no me produce más que sorpresa y espero que no sospecha.

Mucho me temo que el señor Nuncio maneja a la perfección el lenguaje diplomático, que no es verbal, ni kinésico, es simbólico.

En resumen, de lo ocurrido hasta hoy, una nueva oportunidad, un renovado aliento a la Iglesia en España sobre todo en lo referido a su presencia pública, profética, a la Iglesia como actora de la regeneración ética de nuestra sociedad, capaz de crear espacios de encuentro a partir de la propuesta de verdad, en un momento de incertidumbre general y de desaliento.

 

 

José Francisco Serrano Oceja