Tribunas

Europa en busca de espíritu. (III)

 

 

Ernesto Juliá


Banderas de la Unión Europea (Bruselas).

 

 

 

 

 

Defender la vida del embrión, persona concebida y no nacida, como hacemos los cristianos, defender la familia, padre y madre, hijos, nietos ¿es un crimen capital contra la vida?

Así terminamos el anterior artículo, y estas mismas palabras nos permiten plantearnos la respuesta a la situación en la que Europa se encuentra hoy día.

La influencia de los que han asentado el proyecto de la nueva Europa sobre el “humanismo ateo” –Voltaire, Marx, Feuerbach, Nietzsche, Freud, etc.- se está desvaneciendo, pero no acaba de morir definitivamente. Siguen mandando los parlamentos sin tener en cuenta ninguna ley natural anterior a la existencia del Estado, y sin querer reconocer otras leyes salvo las que apruebe la “mayoría”. Este camino no lleva más que al poder absoluto de un partido que deja a la nación al servicio de sus jefes y afiliados. Sobran los ejemplos.

Ratzinger, años antes de ser Benedicto XVI, se dio perfecta cuenta del vacío de valores en el que estaba cayendo Europa, y lo plasmó en estas palabras:

“Para sobrevivir, Europa necesita una nueva –ciertamente crítica y humilde- aceptación de sí misma. La multiculturalidad, que es alentada y favorecida continuamente y con pasión (…) no puede subsistir sin constantes en común, sin puntos de orientación a partir de los valores propios. Seguramente no puede subsistir sin respeto a lo que es sagrado. Forma parte de ella el ir con respeto al encuentro de los elementos sagrados del otro, pero esto lo podemos hacer sólo si lo sagrado, Dios, no es extraño a nosotros mismos. Ciertamente podemos y debemos aprender de lo que es sagrado para los demás, pero precisamente ante los demás y por los demás es nuestro deber alimentar en nosotros el respeto ante lo que es sagrado y mostrar el rostro de Dios que se nos ha manifestado, del Dios que tiene compasión de los pobres y de los débiles, de las viudas y de los huérfanos, del extranjero; del Dios que es tan humano que él mismo se hizo hombre, un hombre sufriente, que, sufriendo junto con nosotros, da dignidad y sentido al dolor” (Ratzinger. Europa, raíces, identidad y misión. ed. Ciudad Nueva, 2005, págs., 32-33).

Toynbee tenía razón al pensar que el destino de una sociedad depende siempre de minorías creativas. Y es hora que los cristianos creyentes sientan la responsabilidad de ser una de estas minorías creativas, que ayuden a Europa a redescubrir sus fundamentos espirituales cristianos, recobrar de nuevo lo mejor de su herencia y estar así al servicio de la humanidad entera. La alternativa es la autodestrucción de Europa. El ejemplo de Freud no deja de ser significativo de los frutos del “humanismo ateo”.

“Alejado de su religión judía, Sigmund Freud consideraba que la religión era un pensamiento infantil e ilusorio, y –en total sintonía con Feuerbach- una proyección que cumple importantes funciones en la psique humana: la fantasía de la seguridad y la protección, un mayor sentido de la vida y el control moral. Pensaba que las prácticas religiosas eran obsesiones neuróticas de la persona que no quería crecer”.

¿Cómo acabo Freud? “Falsificó sus descripciones de casos, era adicto a la cocaína, tenía una relación con la hermana de su esposa, fumaba 20 puros al día, contrajo cáncer de paladar, por lo cual sufrió 30 operaciones, y murió de una sobredosis de heroína que su médico de cabecera le había administrado ((así se lo pidió Freud)) cuando la vida se le hizo insoportable (…)  había formulado teorías psicológicas que jugaron un importante papel en el desmantelamiento de los valores cristianos del siglo XX y en la sexualización de la cultura” (Gabriele Kuby. La Revolución Sexual Global, ed. Didaskalios, 2017, pág. 69).

 

 

(continuará)

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com