Opinión

El buen corazón para un mundo mejor

 

 

Lluciá Pou Sabaté


Imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

 

 

 

 

 

¿Hay unos valores perennes en la naturaleza humana, algo así como una programación de ciertas características para un correcto funcionamiento? Es lo que se vino a llamar “ley natural” y que podemos decir más sencillamente “buen corazón”. Las lecturas cuaresmales nos recuerdan que eso no es algo fortuito sino un don de Dios: Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptosˮ (Ezeq 36,26-27). Esa moción interior nos indica lo que está bien, lo que nos perfecciona como personas, el camino del amor, justicia, misericordia.

Ese “instinto de superación espiritual” no es automático, pues como dice una leyenda india, tenemos dentro dos lobos, uno blanco (pureza) y otro negro (maldad), y crece el que alimentemos. Requiere un trabajo de purificación, de ejercicio (ascesis): "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente" (Rom, 12,2). Esa conversión no es a fuerza de brazos, sino con el Espíritu de la verdad, procurando dejarle hacer en nosotros, abrirle espacio interior de nuestro corazón para distinguir “cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom, 12,2).

Se habla mucho de construir un mundo mejor, pero eso no será haciendo leyes sino que la justicia y la paz vendrán con la educación del corazón: la raíz del mal y del bien está siempre en el interior de cada ser humano. Y el mundo mejorará con un cambio del corazón (metanoia). Los valores evangélicos (civilización del amor) contrastan con las tendencias dominantes de mundanidad y se requiere una renovación «hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su creador» (Col 3, 10). El camino no es el orgullo (jugar a ser dioses), sino la humildad: filiación divina, obediencia a esa chispa divina en nuestro interior.