Tribunas

Lenguaje problemático en los Juegos Olímpicos

 

Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.


Comité Olímpico Internacional.

 

 

 

 

 

El Comité Olímpico Internacional (COI) ha publicado unas directrices a los periodistas para un “correcto uso” del lenguaje durante la cobertura de los Juegos Olímpicos de París. En un documento titulado ‘Pautas de representación’, pide a los medios de comunicación que no utilicen términos como “nacido hombre” o “varones biológicos” para describir a los atletas transgénero, ya que tales etiquetas son “deshumanizantes” y constituyen un “lenguaje problemático”. “La categoría de sexo de una persona no se asigna basándose únicamente en la genética” y “siempre es preferible enfatizar el género real de una persona en lugar del género potencial”, aduce el COI.

Sobre la ideología de género se ha escrito mucho y quizás no queda nada nuevo por decir. No obstante, recogiendo la propuesta del COI, no está de más recordar cómo se las gasta con el lenguaje.

Ideología no significa únicamente defender con ahínco o beligerancia ciertas ideas que uno tiene como podría tener otras. Es un término que enfatiza el hecho de dar vueltas sobre las ideas despreciando la realidad, en este caso, de la sexualidad humana. Y es que incluso los estados biológicamente intersexuales, además de ser muy excepcionales, no impiden que haya un sexo y que se manifieste, pues ser hombre o ser mujer es más que tener ciertos genes. Es un dato insoslayable.

Ahora bien, para desestimar la realidad cabe retorcer el lenguaje, pues una de sus funciones principales, tal y como nos enseñaban en la escuela, es referencial, esto es, dar cuenta de la realidad. De hecho, cuando se obvia dicha atribución las discusiones se vuelven estúpidas o, al menos, surrealistas, tal y como está ocurriendo entre los ideólogos de género.

El COI quiere evitar el término “nacido hombre”. Entiendo que el objetivo es defender que una mujer trans es tan mujer como otra que nació varón, pero esto implica observar que, en algún momento, no lo ha sido. Además, pretenden sostener que no hay diferencia entre aquella que vino al mundo siendo mujer y un hombre que ha sufrido una transformación hormonal. Ahora bien, otros alegan que sí que hay diferencia entre una “nacida mujer” y una persona que se ha sometido a un cambio de sexo. También están los que pasan de definir dicha “categoría” porque lo que prima es la autopercepción, la identidad sentida. Entonces, ¿a qué término acudir? Cualquier expresión resultará discriminatoria. Lo trans se convierte en algo de lo que no se puede hablar. Ha pasado al terreno de lo inefable.

Los que han dado la espalda a la realidad no se pueden poner de acuerdo y esto lo evidencia el lenguaje. Por ello, resulta chocante que el COI trate de advertir del riesgo de hacer un uso problemático cuando, desde sus presupuestos, no puede emplearse con rigor esta maravillosa facultad que tenemos los seres humanos para expresarnos. Si el modo como tradicionalmente se han metido las ideologías en la sociedad y en la conciencia es manipulando las palabras para que no signifiquen nada o signifiquen otra cosa, se ha llegado al punto (de no retorno) de no poder siquiera recurrir a ellas.

Ahora bien, esta polémica encierra otro punto interesante. Cuando todos miramos a la realidad existe algo objetivo con lo que contrastar lo que pensamos y que acaba corroborando que podemos llegar a algo común. Al contrario, si se cierran los ojos, cada uno va montando sus ideas en base a criterios subjetivos y aparecen las diferencias, tantas veces irreconciliables. Es lo que ha pasado con algunos políticos, por poner otro ejemplo. El PSOE defiende el colectivo LGTBI, pero algunos del partido opinan que, en el momento en que se quieren dar los mismos derechos a un señor que dice que es una señora que a una que lo es puede darse un atentado contra los derechos de las mujeres y un retroceso en la lucha feminista.

Con todo, esta falta de concordancia supone cierto alivio, pues los ideólogos no hacen más que tender una trampa a la misma ideología que defienden. Así, aunque la mayoría social acepta la ideología de género porque parece obligatorio comulgar con ella, cuando uno trata de hacer su propio recorrido acaba llegando a conclusiones que rechaza. Las Olimpiadas son una muestra: hay deportistas mujeres que se niegan a competir con varones que dicen que lo son. Tampoco creo que les resulte cómodo compartir vestuario. El tema es cuando estas incoherencias se tornen transversales a cualquier ámbito cotidiano y la guerra quede servida, pues un reino dividido contra sí mismo no puede subsistir.

Es decir, en algún momento la sociedad se cansará de esta ficción. Entonces, quizás, quienes se atrevan a llamar a las cosas por su nombre nos devolverán el lenguaje y la cordura. Porque el problema no es ontológico, sino lingüístico, con razón el siglo XX ha sido el de la filosofía del lenguaje. Y aunque "de nominibus non est disputandum", necesitamos que al hombre se le llame hombre; a la mujer, mujer; a la sedición, sedición...

La verdad humana se impone sobre la demagogia, los disfraces y las conveniencias. ¿Recuperaremos el sentido común? Sin duda, porque esto es insostenible. Al menos por un tiempo... antes de que llegue una nueva ideología.