Tribunas

Ahora toca la historia

 

 

José Francisco Serrano Oceja


El Papa Francisco en su discurso final del Sínodo.

 

 

 

 

 

 

Después de que el Papa escribiera la carta sobre el papel de la literatura en la formación de los seminaristas, texto que no solo servía para los seminaristas, ahora acaba de hacer público un documento breve sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia.

Un documento en el que no aparecen los seminaristas en el encabezamiento, por lo tanto, se amplía de inicio el círculo de los destinatarios.

Por lo que se ve, el Papa no va a dejar ámbito de la vida de la Iglesia sobre el que decir una palabra. Entiendo que en clave de reforma y renovación aunque este proceso tenga el peligro de percibirse como una forma de adanismo.

La cuestión de fondo, que me parece prioritaria, es la del papel del estudio de la historia en la conformación de la identidad cristiana, es decir, en los procesos de formación de los cristianos.

Si algo necesitamos en este momento de profundos cambios antropológicos, culturales, sociales, incluso eclesiales, no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época, es el estudio de la historia de la Iglesia.

De hecho el número de publicaciones, también divulgativas, sobre esta materia, en los últimos tiempos, es un síntoma de una necesidad sentida que debe ser satisfecha.

Podríamos hablar también sobre el auge de la novela histórica, de los documentales históricos, de los podcast sobre la historia, de las revistas de historia que se venden en los quioscos…

También tengo que advertir, con algo de experiencia, que el estudio de la historia puede generar patologías. Por ejemplo la de un tradicionalismo fundamentalista por una especie de fijismo metodológico. Un fijismo que no asume lo que la ciencia histórica tiene de hermenéutica, no sólo de narrativa.

No voy a entrar en consideraciones de carácter historiográfico, ni de metodología histórica. Estudiar historia siempre encierra una pretensión, y una tensión, la de conocer la verdad en contexto, que no es sólo en perspectiva.

No voy a entrar ahora tampoco en el temazo de lo que la historia de la Iglesia tiene de teología y de historia. El estudio de la historia de la Iglesia no solo permite aclarar las relaciones entre idea, pensamiento, y acción; determinación, circunstancia y libertad; la dimensión humana y la divina; carisma e institución, es decir, lo referido al Espíritu Santo como actor en la historia.

Si alguien quiere alguna idea más sobre esto, por favor que relea la introducción de la historia de la Iglesia de J. Lortz. También que añada el prólogo y el primer capítulo de Gonzalo Redondo en su historia de la Iglesia en la España contemporánea.

Partiendo del hecho de que la historia de la Iglesia tiene que ser historia, por lo tanto, debe estar sometida al criterio de la ciencia histórica, de las fuentes, del texto del Papa me quedo con algunas ideas, como la siguiente: “Nadie puede saber verdaderamente quién es y qué pretende ser mañana sin nutrir el vínculo que lo une con las generaciones que lo preceden”.

De la carta del Papa destacaría la parte dedicada a algunas pequeñas observaciones concernientes al estudio de la historia de la Iglesia, la parte final.

En concreto la última de las recomendaciones que dice: “La historia de la Iglesia puede ayudar a recuperar toda la experiencia del martirio, conscientes de que no hay historia de la Iglesia sin martirio y que esta preciosa memoria nunca debe perderse. Incluso en la historia de sus sufrimientos «la Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios». (12) Precisamente donde la Iglesia no ha triunfado a los ojos del mundo es cuando ha alcanzado su mayor belleza”.

Tenemos la costumbre de entender que la historia de la Iglesia es la historia de los papas, de los obispos, de las instituciones, de los que tenían poder, al fin y al cabo, del poder de la Iglesia en la historia. Que también.

No, no solo. La historia de la Iglesia es la historia de sus santos y de sus mártires. También ahora.

 

 

José Francisco Serrano Oceja