Tribunas

Año Santo: un año para vivir la Fe. III

 

 

Ernesto Juliá


Catecismo de la Iglesia Católica.

 

 

 

 

 

El cardenal Müller concluye el apartado sobre el Orden Sacramental con dos referencias explícitas: una a la Confesión, y otra a la labor de los sacerdotes en la Iglesia.

“La confesión de los pecados en la Confesión por lo menos una vez al año pertenece a los Mandamientos de la Iglesia (2042). Cuando los creyentes ya no confiesan sus pecados ni reciben la absolución, entonces la redención cae en el vacío, ya que ante todo Jesucristo se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados” (...) “La práctica actual de la confesión deja claro que la conciencia de los fieles no está suficientemente formada. La misericordia de Dios nos es dada para cumplir sus mandamientos a fin de convertirnos en uno con su santa voluntad y no para evitar la llamada al arrepentimiento” (1458).

De los sacerdotes, señala:

El sacerdote continúa la obra de redención en la tierra” (1589). La ordenación sacerdotal “le da un poder sagrado” (1592), que es insustituible, porque a través de él Jesucristo se hace sacramentalmente presente en su acción salvífica”.

Y después de recordar que los sacerdotes eligen voluntariamente el celibato como “signo de vida”, señala el n. 1577 del Catecismo de la Iglesia Católica, que dice así:

“Sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación. (CIC, can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres para formar el colegio de los doce apóstoles (cfr. Mc 3, 14-19; Lc 6, 12-16), y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores que les sucederían en su tarea. (...) La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación (cfr Juan Pablo II, MD 26-27; CDF decl. “Inter insigniores: AAS 69 (1977) 98-116).

 

4. La ley moral.

Y como el párrafo es breve, me limito a recogerlo íntegro, con una necesaria aclaración final:

“La fe y la vida están inseparablemente unidas, porque la fe sin obras está muerta (1815). La ley moral es obra de la sabiduría divina y conduce al hombre a la bienaventuranza prometida (1950). En consecuencia, “el conocimiento de la ley moral divina y natural es necesario para hacer el bien y alcanzar su fin” (1955). Su observancia es necesaria para la salvación de todos los hombres de buena voluntad. Porque los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido serán separados de Dios para siempre (1033). Esto lleva a consecuencias prácticas en la vida de los cristianos, entre las cuales deben mencionarse las que hoy se oscurecen con frecuencia: (cf. 2270-2283; 2350-2381). La ley moral no es una carga, sino parte de esa verdad liberadora (cf. Jn 8, 32) por la que el cristiano recorre el camino de la salvación, que no debe ser relativizada”.

El texto del evangelio de san Juan es contundente: “Decía Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

Y los últimos números del Catecismo de la Iglesia Católica hacen referencia explícita a unas Verdades Morales que, por desgracia, más de un cardenal, obispo, sacerdote, laico, desean cambiar para acomodarlas al “espíritu del siglo”.

Los números 2270-2283 tratan de los pecados gravísimos que son: el aborto, la eutanasia, y el suicidio. Y los siguientes 2350-2381 recogen los pecados contra la Castidad: masturbación, pornografía, fornicación –unión carnal entre hombre y mujer fuera del matrimonio-, prostitución, violación, homosexualidad, infidelidad conyugal.

Mención especial merecen los nn. 2362 y 2363 de Catecismo. Después de afirmar que “los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud”; recuerda en el n. 2363: “Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida.(...) Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y de la fecundidad”.

 

 

(continuará).

 

 

(Los números entre paréntesis corresponden al Catecismo de la Iglesia Católica).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com