Tribunas

Redescubrir la Biblia

 

Jesús Ortiz


La Biblia considerada más pequeña del mundo.

 

 

 

 

 

El Papa Francisco ha exhortado varias veces a tener y llevar el Evangelio como acompañante habitual de cada día, ya que tenemos medios técnicos suficientes para consultar, leer y meditar la Palabra de Dios. ¿Qué libro te llevarías a una isla solitaria?, preguntaron al escritor y respondió que sin duda alguna la Biblia.

Crece el interés de los cristianos por conocer mejor la Biblia, libro de la Palabra de Dios en sentido más profundo de lo que suele pensarse. La elaboración de la Escritura ha tenido un largo proceso en la tradición del pueblo judío y después en la Iglesia de Jesucristo. Hablamos del libro más difundido en la historia y traducido a más lenguas. En las solemnidades litúrgicas se inciensa el Evangeliario antes de proclamar la Palabra de Dios y se cierra con el diálogo «Palabra de Dios. /R. Gloria a ti Señor Jesús».

 

El alimento de la Palabra

En una reciente obra el teólogo converso Scott Hahn ofrece interesantes ideas sobre la Escritura y el sentido que tiene para los católicos [1]. Tiene tanta importancia porque lleva al encuentro real con Dios en la comunión de su Iglesia. Hoy día tenemos medios para entrar en las Escritura, para comprenderla como palabra de vida y como orientación para caminar con esperanza en nuestro mundo. Aunque se puede decir en plural “Escrituras” el empleo en singular, “la Escritura”, destaca mejor la unidad del proyecto divino de Salvación en la historia.

Por otra parte,  cabe el peligro de aislar la Escritura de la Tradición viva de la Iglesia y de su oferta de salvación y esperanza para todos. No se debería cosificar la Palabra de Dios reduciéndola al pasado o analizándola sólo como un buen libro humano. Fue un grave error con malas consecuencias la difusión que hizo Lutero con el llamado “libre examen”, es decir, la Biblia leída según la interpretación de cada uno desligada de la Tradición y de la Eucaristía. Por el contrario, el católico recibe la mesa de la Palabra en la mesa de la Eucaristía y así alimenta sus obras de caridad en medio del mundo.

No es infrecuente tener una idea simplificada de la Biblia como si fueran libros autónomos que pueden ser estudiados en sus orígenes y culturas. Y sí, algunos estudiosos han llevado a cabo ensayos críticos a lo largo de los años que son propios de la literatura, con análisis de la gramática, la sintaxis, la semántica, etcétera, pero no llegan a comprender su verdadero sentido. Porque hay mucho más.

En sentido estricto, la Escritura es la Alianza viva de Dios con los hombres en la historia, el Pacto con sacrificio y compromiso realizado por Jesucristo de modo definitivo en su misterio Pascual.

 

El sacramento del libro

Los antiguos no tenían libros pero sí palabra y memoria. El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento es la Palabra de Dios en la historia, en perfecta unidad que se explica con la clásica afirmación de que “el Nuevo late ya en el Antiguo, y éste se hace patente en el Nuevo” según los Santos Padres. En efecto, Dios habla por medio de los profetas e interviene en la historia desarrollando la Historia sagrada o Alianza. Y se entiende por Alianza al conjunto de actos, leyes e instituciones que comprometen solemnemente a una persona o un grupo: es un Pacto que se ratifica con un sacrificio, siempre fue así entre los judíos y en otros pueblos.

Los cristianos primeros tradujeron el término griego diatheke con sentido sacrificial aunque reuniendo tres significados: testamentum o última voluntad, foedus o alianza, y pactum o tratado. Todo esto se incluye en el término y realidad de la Alianza. La primera Iglesia reconoce así la Alianza Nueva en el sacrificio de Jesucristo en la Cruz anticipado en el Cenáculo. Es decir, que nunca consideraron la muerte de Jesucristo una ejecución más, sino que la vieron como la ofrenda de Jesús al Padre con sacrificio voluntario implicando ofrenda, sangre y alianza. De este modo el cristianismo recoge el primer sentido de diatheke y lo lleva a su plenitud definitiva.

 

Palabra y Cuerpo de Cristo

Decimos que en la Escritura habla Dios con lenguaje humano e inspira a los autores que quieren transmitir la palabra de Dios, y sobre todo quién es Jesucristo. Son muchas palabras que remiten en última instancia a la Palabra viva, a Jesucristo, Verbo encarnado.

Como es sabido, la Sagrada Escritura tiene sentido literal, histórico, espiritual, y es preciso reconocerlo para no errar, al entender el contexto en que algo se afirma o describe. Lo mismo que Jesús es plenamente humano salvo en el pecado, así la Escritura es plenamente humana menos en el error. La Iglesia ha venerado siempre la Escritura como el Cuerpo de Cristo y lo distribuye en la Misa que es siempre la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Fue en el altar de la liturgia donde Agustín entendió la predicación de Ambrosio y el sentido de la Escritura.

San Pablo presenta el relato de la institución de la Eucaristía por Jesucristo en cenáculo como algo que ha recibido y es el texto más largo sobre Jesucristo en sus epístolas: «porque yo recibí del Señor lo que también os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en conmemoración mía. Y de la misma manera, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía”: porque cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1 Co 11,22-26).

La realidad histórica de la iniciativa divina de Alianza se convierte en la clave interpretativa de todas las acciones y elecciones de Dios para salvar a los hombres de todos los tiempos. El Dios de la Escritura es el Padre que se agacha para coger a sus hijos y levantarlos. El amor vital de la Trinidad Familia es la fuente originaria de la economía.

 

Palabra de la Alianza viva y eficaz

La Plegaria Eucarística de la Misa destaca el sentido de la Alianza de Dios con los hombres en Jesucristo, un judío entre sus hermanos los hombres. Sí la Iglesia tiene la Sagrada Escritura, el Libro en sentido pleno, humano y sobrenatural, palabra viva que es Jesucristo, con la misión custodiar la Alianza alimentando a los hijos en la Mesa de la Palabra ofrecida en la Mesa de la Eucaristía en perfecta unidad de acción salvadora obrada por Jesucristo: «Haced esto en conmemoración mía», que abarca el pasado, el presente y el futuro.

Y por ello la liturgia es mucho más que un rito simbólico: la prolongación de la acción salvífica de Jesucristo y la Trinidad en favor de los hombres, no aislados sino formando la comunidad de los discípulos. En cada sacramento actúa la Palabra siempre eficaz por el juramento de Jesucristo, cuando las palabras iluminan los signos sacramentales, y los gestos hacen visible la acción del Espíritu Santo en las almas. La Misa es el cauce principal de la Palabra y el Pan que renueva la Alianza, y por ello es entrega actual y encuentro con Jesús y su Cuerpo Místico.

Iglesia ha venerado siempre la Escritura como el Cuerpo de Cristo destacando que en la misma mesa se distribuye la Palabra, que prepara y une al Sacramento,  y la Eucaristía. Fue en el altar de la liturgia donde Agustín entendió la predicación de Ambrosio y el sentido de la Escritura.

En suma, la Escritura Sagrada es más que un conjunto de libros: es la Alianza Nueva que se renueva cada día en la Eucaristía, de modo que el cristiano vive de la mesa de la Palabra en la mesa de la Eucaristía, que no pueden disociarse. Además cuando lee y medita la Escritura en silencio en cualquier ámbito lo hace en la comunión de la Iglesia, en la Tradición cristiana, y en el altar del mundo.

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico

 

 

 


 

 

 

 

 

 

[1] Scott Hahn, El alimento de la Palabra, Rialp, 2024 2ª ed. 141 págs.
La obra de Hahn ofrece unas explicaciones que superan los errores y simplificaciones comunes para exponer el valor de la Alianza de Dios con los hombres.