Tribunas

Cuaresma, camino de conversión

 

 

Ernesto Juliá


Cuaresma, miércoles de Ceniza.

 

 

 

 

 

“Misericordia, Señor, porque hemos pecado”.

Desde el pasado Miércoles de Ceniza, hemos comenzado la Cuaresma. Cuarenta días que preceden la Muerte y la Resurrección del Señor. Durante este tiempo, la Iglesia nos invita a todos los fieles a preparar la pureza de la mente y del corazón, para que alcancemos la vida eterna. Nos recomienda la limosna, la oración y la abstinencia y el ayuno, obras de penitencia, para ayudarnos en nuestros esfuerzos por amar más a Dios, y alejarnos del pecado.

Y nos invita a todos los cristianos a vivir una nueva conversión, y somos bien conscientes que el ser cristiano nos lleva a vivir muchas conversiones a lo largo de toda nuestra vida.

El vivir con Cristo, en Cristo y por Cristo; el vivir deseando dar gloria a Dios en todo lo que hacemos, y buscar el bien de los demás en todos los momentos del día, requiere una conversión continua del corazón que aleje de nosotros todo egoísmo, toda soberbia, toda lujuria, toda falta de caridad. Una conversión sostenida por una nueva Fe, una nueva Esperanza, una nueva Caridad.

¿Cómo vivir esas conversiones que Cristo de nosotros?

Cuando el Señor habla con algunos fariseos y escribas, y algunos padres quieren presentar sus hijos a Jesús, los discípulos se enfadan, e invitan a los padres a marcharse. El Señor les corrige, y les dice con toda claridad:

Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los Cielos”.

Con esas palabras, Jesucristo nos está diciendo que necesitamos la disposición de los niños para aprender todo lo que les enseñan sus padres, si de verdad quieren vivir con Cristo, en Cristo y por Cristo. El niño confía en lo que sus padres le recomiendan, le corrigen, le enseñan y, de su mano, va creciendo caminando de su mano por los buenos caminos que sus padres van abriendo ante sus ojos.

¿Qué conversión quiere Cristo de nosotros?, nos volvemos a preguntar.

Nos responde, entre otros muchos pasajes del Nuevo Testamente, en dos textos que es bueno para nuestra vida espiritual recordarlos con una cierta frecuencia.

El primero: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29).

El segundo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13, 34-35).

Dos enseñanzas claras de Jesús, que nos abren el camino a la conversión que el Papa Francisco nos recomienda en el Mensaje para este tiempo de Cuaresma. Una conversión que se resume en tres disposiciones que podemos vivir para, después, gozar con Cristo de la alegría de la Resurrección, del tiempo Pascual.

La primera nos la señala el Papa cuando nos invita a hacernos estas dos preguntas:

“¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort?”.

“¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad?”.

Para la segunda disposición, el Papa nos sugiere preguntarnos si “somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades”.

Y para dar un paso más en ese convertirnos al amor de Dios y al amor de los demás, nos recuerda:

“Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla?”.

En estas palabras podemos descubrir una invitación a vivir el Sacramento de la Penitencia, la Confesión, y preguntarnos: ¿Cuándo ha sido mi última Confesión? ¿He abierto mi alma con toda sencillez y claridad, al decirle mis pecados al confesor?

¿He hecho un buen propósito de enmendarme para abandonar los malos hábitos que haya podido dejar asentarse en mi alma y en mi cuerpo: hablar mal del prójimo, juzgarle; ver, leer o hacer actos impuros e indecentes; no vivir la Santa Misa; no preocuparme suficientemente de mi familia, de mis hermanos, de mis hijos; etc?

“Al dirigirnos al divino Maestro, al convertirnos a Él, al experimentar su misericordia gracias al sacramento de la Reconciliación, descubriremos una «mirada» que nos escruta en lo más hondo y puede reanimar a las multitudes y a cada uno de nosotros. Devuelve la confianza a cuantos no se cierran en el escepticismo, abriendo ante ellos la perspectiva de la salvación eterna. Por tanto, aunque parezca que domine el odio, el Señor no permite que falte nunca el testimonio luminoso de su amor. A María, «fuente viva de esperanza» (Dante Alighieri, Paraíso, XXXIII, 12), le encomiendo nuestro camino cuaresmal, para que nos lleve a su Hijo. A ella le encomiendo, en particular, las muchedumbres que aún hoy, probadas por la pobreza, invocan su ayuda, apoyo y comprensión. Con estos sentimientos, imparto a todos de corazón una especial Bendición Apostólica (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2006).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com