Diócesis
Un santuario colgado entre hayas: una joya escondida en Cataluña que solo se alcanza andando
Un templo románico medieval sitúa al caminante sobre un balcón natural entre hayedos centenarios; legendaria belleza y esfuerzo recompensado
07/09/25
Hay una ruta en Cataluña que conduce a un santuario suspendido sobre un mar de hayas. Llegar exige silencio, pasos, y atravesar un entorno que deja sin aliento. ¿Dónde se esconde este rincón?
- Custodiado por un capellán
- Entre hayas y piedra: el camino hacia lo sublime
- Un templo que parece suspenso en el aire
- Más allá del camino: ¿qué hace especial este lugar?
- Un viaje que exige y recompensa
Santuario entre hayas y riscos.
Wikimedia Commons.
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La marcha comienza en medio del Collsacabra, un paisaje que combina misterio, roca y verdor, y culmina en el santuario de Mare de Déu de Cabrera, un templo románico en un risco a 1.308 metros de altitud, accesible únicamente a pie. Este peregrinaje se convierte en experiencia casi iniciática, donde cada tramo desvela un entorno de leyenda.
Custodiado por un capellán
El Santuari de la Mare de Déu de Cabrera, situado en el Collsacabra (municipio de L'Esquirol, Osona), no está custodiado por una comunidad religiosa, al menos en el sentido de una comunidad monástica o congregacional permanente. La persona que lo custodia es un sacerdote (capellà) adscrito a la diócesis correspondiente, sin presencia de religiosos o religiosas permanentes mencionados en las fuentes:
Según el sitio del Obispado de Vic, el capellán custodio es el Mn. Paul Badibanga. Esto implica que el santuari está bajo la responsabilidad personal de un sacerdote diocesano, no de una comunidad religiosa específica.
Además, el santuario forma parte del arciprestazgo de Ter-Collsacabra dentro de la Diócesis de Vic, como se indica también en la información del obispado.
Entre hayas y piedra: el camino hacia lo sublime
El sendero parte de la antigua iglesia de Sant Julià de Cabrera, y pronto el suelo deja de ser amable: rocas, pasamanos y escaleras talladas en la piedra obligan al caminante a tomarse cada paso con calma. La senda, empinada y estrecha, va ganando altura al abrigo de los imponentes hayedos que la custodian.
A medida que se asciende, lo común se transforma: ante el viajero se extiende un vasto paisaje que abraza la Plana de Vic hacia un horizonte coronado por el Cadí, el Montseny, e incluso Montserrat en días de visibilidad plena. Pero el verdadero espectáculo aparece en invierno, cuando un “mar de nubes” envuelve los valles y solo emergen cimas, como islas sobre un océano blanco.
Santuario de Mare de Déu de Cabrera.
Wikimedia Commons.
Un templo que parece suspenso en el aire
En lo más alto del recorrido se alza el santuario: un refugio medieval que conecta con el cielo y la calma. Su ubicación—un risco aislado entre hayas—lo convierte en un balcón natural incomparable, destinado a quienes buscan algo más que una escapada: una experiencia intensa donde naturaleza, espiritualidad, historia y esfuerzo convergen en una visión inolvidable.
Más allá del camino: ¿qué hace especial este lugar?
Este santuario no solo destaca por su arquitectura, sino por su entorno. Los hayedos que lo protegen son reflejo del aislamiento del Collsacabra, que ofrece microclimas únicos y árboles milenarios. Lugares así cobran magia cuando el viajero escala hacia ellos—la experiencia lo define todo.
Aunque numerosos bosques de Cataluña tienen su encanto, pocos ofrecen un escenario tan impactante asociado a lo románico. Por ejemplo, en el Solsonès se recorren rutas circulares entre ermitas románicas entre bosques —como Sant Saturní de la Pedra y Santa Creu del Roser—, pero estas se hallan en llanuras boscosas, no colgadas sobre riscos ni en paisajes tan dominantes.
En la comarca de La Garrotxa también se descubren ermitas románicas escondidas —como Sant Miquel o Sant Martí del Corb—insertadas en bosques volcánicos, con ruidos de lava petrificada y senderos absorbidos por la naturaleza. No obstante, tampoco se hallan a esa altitud sobre riscos.
Un viaje que exige y recompensa
Esta ruta atrae a quienes buscan “algo más”: esfuerzo físico, conexión con la historia y panoramas que invitan al asombro. No es una escapada para todos, pero quienes la completan la llevan en la memoria como viaje viviente, y no solo como foto.
Una joya devenida en mito real —tan real como el silbido del viento entre las hayas y las piedras talladas por centenarios peregrinos—. Una escapada que exige andar, pensar, mirar y, sobre todo, respirar profundo al llegar.