Opinión
16/09/2025
Los misioneros: enamorados que enamoran
José María Alsina Casanova
Fray Pablo María de la Cruz Alonso Hidalgo.
Me llamó la atención esta expresión con la que el Papa Francisco definió a los misioneros que el mundo de hoy necesita en su Encíclica “Dilexit nos”: enamorados que enamoran.
A lo largo de la historia de la Iglesia todos los misioneros han sido “enamorados que enamoran”. Pensemos como botón de muestra en los dos patronos de las misiones: San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús. La historia de santidad en la misión en la Iglesia es la de hombres y mujeres que encendidos en el amor del Corazón de Cristo y deseos de hacer que este amor prenda hasta los confines de la tierra han sido instrumentos preciosos al servicio de la evangelización hasta los confines de la tierra. Hoy también sigue habiendo muchos de esos misioneros en todas las partes del mundo, gracias a Dios. A veces no tenemos que ir muy lejos para conocerlos.
Este fin de semana tuve el regalo de encontrarme con el testimonio de uno de esos misioneros de los que habla el Papa Francisco. La historia de Fray Pablo de la Cruz.
A media tarde del sábado, en el contexto del Encuentro de Jóvenes por el Reino de Cristo que tuvo lugar en la Casa de los PP. Paules de Salamanca, me fui con dos amigos sacerdotes a tomar un refresco. Nuestro grupo quedó enriquecido por el encuentro fortuito y providencial con César, joven novicio carmelita descalzo, que había pedido un permiso para saludar a los jóvenes amigos del encuentro y que se vino con nuestro trío sacerdotal a tomar la coca-cola.
Conocí a César hace unos cuántos años en uno de los encuentros de JRC en este mismo lugar. Me pareció que era una oportunidad de oro para que el joven novicio nos contara a los tres sacerdotes la historia de su gran amigo Fray Pablo de la Cruz, que mucho tenía que ver con su vocación y que había fallecido en la víspera del Carmen, el 15 de Julio de 2023.
Con el corazón en la mano César nos fue describiendo el “vía crucis” de Pablo, al que le detectaron un sarcoma de Erwing a los 16 años. César nos hablaba de su amigo, del sentido del humor que tenía, de su amor a la naturaleza… de su actitud de búsqueda en la vida… y del momento en el que la vivencia de su enfermedad tomó una orientación definitiva desde su apertura a Dios y su donación a los demás. De la tristeza y de la inquietud, Pablo pasó a la entrega de lo mejor de sí mismo, desde el momento que se abrazó a la Cruz, convirtiéndose en un misionero “enamorado que enamora” para su familia, amigos y tantos otros a los que por la fuerza de “atracción” iría llevando a Jesús.
Los tres sacerdotes nos sobrecogimos ante las palabras del novicio César que nos describió los últimos meses, días, horas de la vida de Pablo. El Señor le fue uniendo a Él hasta hacerle desear una consagración mayor en “la que debía estar presente particularmente la Virgen María”. Su deseo se realizó siendo admitido como postulante en el Carmelo Calzado de Salamanca y emitiendo, por privilegio papal, los votos solemnes “in articulo mortis” unos días antes de su fallecimiento.
César nos comentaba como Pablo lo preparó todo para aquel día de fiesta en el que de esta vida pasaría al Padre. El joven carmelita hizo de su enfermedad y su muerte una ofrenda por tres intenciones: por la unidad en la Iglesia de los movimientos de jóvenes, congregaciones, órdenes… por la conversión de los jóvenes a través de Cristo Eucaristía y para que los jóvenes pierdan el miedo a la muerte.
Fray Pablo dispuso que el día de su entierro junto al féretro hubiera una cruz, que se llenara de flores, flores que pondrían especialmente los jóvenes. Le gustaba la naturaleza y había comprendido su relación con la cruz. Antes de morir había ofrecido a los jóvenes esta clave para vivir el momento de la prueba: “si ofreces tu sufrimiento el Señor lo hará florecer”. El entierro de Pablo fue un testimonio de amor, alegría y esperanza que llenó el templo de los Carmelitas Calzados en Salamanca, quedando muchos jóvenes en la calle. Al acabar, tal como Pablo había dispuesto como todo detalle, se celebró una fiesta para unirse a la alegría de este joven que descansaba para siempre en el regazo de María.
El tiempo discurría mientras los tres sacerdotes escuchábamos emocionados el testimonio del novicio César sobre su amigo Fray Pablo. Teníamos que marcharnos porque seguía nuestro Encuentro de JRC. Al día siguiente era 14 de septiembre, la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz servidor tenía que dar una conferencia a los jóvenes sobre la Consagración al Corazón de Jesús. Mi sorpresa cuando por la mañana al coger la Encíclica “Dilexit nos” que tenía sobre la mesa encontré una estampa. La coloqué como punto de libro en el capítulo que el Papa Francisco habla de los “enamorados que enamoran”. Esa estampa, sin yo saber como había llegado allí, era la de Fray Pablo de la Cruz que me miraba con su sonrisa y que junto así tenía una Cruz que estaba llena de flores. Aquel día de la exaltación de la santa Cruz, antes de comenzar mi ponencia, sentí la cercanía de Pablo, y le pedí que me enseñara a abrazar la Cruz para que, con mi palabra y testimonio, pudiera ser como él un misionero “enamorado que enamora”.