El papel unificador del deporte en conflictos ideológicos

 

 

17/09/2025 | por Grupo Areópago


 

 

 

 

 

 

La reciente Vuelta Ciclista a España nos ha brindado etapas repletas de emoción, esfuerzo y superación. Sin embargo, también hemos experimentado momentos tensos debido a manifestaciones de tinte político que interfirieron en el curso normal de la competición. Estos acontecimientos nos invitan, más allá de la simple anécdota, a una reflexión más profunda: ¿cuál es el lugar del deporte en nuestra sociedad y qué perdemos cuando lo transformamos en un escenario de confrontación ideológica?

Un lenguaje que todos comprendemos. El deporte posee un valor único: es uno de los pocos espacios que aún nos quedan donde personas de diversas nacionalidades, culturas, lenguas e ideas pueden reunirse, emocionarse y competir juntas. No es necesario hablar el mismo idioma para entender un gol, una medalla, o el esfuerzo, casi agónico, de un ciclista entregándose en la montaña. Por esta razón, el Papa Francisco no se cansó de afirmar, a lo largo de todo su pontificado, que el deporte es un lugar de encuentro, de formación de valores y de fraternidad.

El deporte tiende puentes donde la política frecuentemente levanta barreras. Educa en el respeto, la solidaridad y en la habilidad de estar juntos incluso en la rivalidad. Nos enseña cómo ganar sin humillar y perder sin albergar rencores. Y esto no es solo teoría, lo hemos visto en cada etapa de esta edición de La Vuelta cuando los corredores cruzaban la línea de meta.

El Papa León XIV recordaba en el Jubileo del Mundo del Deporte: «El deporte refleja la belleza de Dios, porque nos enseña sacrificio, compañerismo, humildad y la capacidad de levantarnos tras caer». Cuando el deporte se politiza, todos salimos perdiendo. Es doloroso cuando el deporte se convierte en un instrumento de división. Las manifestaciones que interrumpen una competición no sólo perjudican la imagen del evento, sino que dañan el mismo espíritu del deporte, el cual está destinado a unir, no a separar.

No se trata de negar el derecho legítimo a la protesta o a la expresión pública, sino de recordar que hay espacios que merecen un respeto especial, pues en ellos se juega algo mayor: la convivencia, la sana competitividad y el reconocimiento del esfuerzo de deportistas y aficionados. Politizar el deporte nos priva de uno de los pocos lugares en los que aún podemos encontrarnos como sociedad, sin etiquetas ni banderas enfrentadas.

Lección de los ciclistas. En este contexto, los verdaderos protagonistas de La Vuelta han sido, una vez más, los ciclistas. Ellos han soportado interrupciones, retrasos y tensiones -algunos incluso han sufrido caídas que les han llevado a abandonar la competición- y, a pesar de ello, han demostrado profesionalidad, calma y respeto. Les hemos visto levantarse tras las caídas, cooperar con los rivales para que la carrera continúe y pedalear hasta la meta. Todos y cada de los miembros del pelotón de esta Vuelta Ciclista a España, han  puesto de manifiesto lo que mejor define al deporte: capacidad de superación, respeto al otro y espíritu de equipo.

Creo que la Iglesia debe acompañar al deporte y a los deportistas, defendiendo que su espacio no sea desfigurado por conflictos políticos, pero también reconociendo su capacidad insustituible de construir puentes, de promover fraternidad, de enseñar que somos más fuertes cuando jugamos juntos, cuando nos esforzamos juntos, cuando respetamos al otro aun con opiniones diferentes.

 

 

GRUPO AREÓPAGO