Tribunas

Bienvenido Míster Nuncio

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Mons. Piero Pioppo, nuevo Nuncio Apostólico en España.

 

 

 

 

Apreciado monseñor Piero Pioppo, querido señor Nuncio.

Ante todo quisiera transmitirle mi más sincera enhorabuena por su nombramiento y mi más sentida bienvenida.

No sé si usted ha visto la clásica película del cine español, Bienvenido Míster Marshall. Todo el cine de Berlanga le será ilustrativo.

O quizá, si es aficionado a las series de TV, haya podido ver el primer capítulo del clásico de mi admirado Aaron Sorkin, Newsroom, ya sabe, los periodistas siempre pensando en lo nuestro.

En ese primer capítulo, el protagonista, Jeff  Daniels, pronuncia uno de los más persuasivos discursos de la retórica televisiva contemporánea. Respondía a la pregunta, nada inocente, de por qué Estados Unidos es el país más importante del mundo. Que no lo es…

Querido señor Nuncio, permítame que le diga que usted llega a la Nunciatura más importante del mundo, ya sabe, la figura de amplificación.

Llega a España, una nación sin la cual sería difícil entender el catolicismo a partir de lo que entendemos por modernidad. Sin tener que citar a mi paisano don Marcelino Menéndez y Pelayo, le recuerdo que llega a una tierra en la que la fe, y la presencia de la Iglesia, configuró el ADN de la identidad nacional, una tierra de santos, de teólogos, de artistas, de literatos, de pensadores, de misioneros, de mártires, de Reyes católicos que hicieron posible el descubrimiento de un nuevo mundo y que, todos ellos, han contribuido decisivamente a la configuración de la presencia del Evangelio en la historia.

Llega a una tierra de fundadores, de Domingo de Guzmán,  Ignacio de Loyola, de Teresa de Jesús, de Antonio María Claret, del P. Poveda, de Josemaría Escrivá de Balaguer y de Kiko Argüello, por citar algunos, cuyos hijos e hijas están ahora de moda. Por algo será. 

Pero esa historia está en tensión con el presente. La España en la que usted aterriza es la España en la que, según las tendencias demoscópicas, estamos a punto de que los agnósticos y ateos y fieles de otras religiones superen porcentualmente a los que se confiesan católicos practicantes y no practicantes.

Llega a una España en la que se han intensificado determinados procesos políticos que nos llevan a un permanentemente abierto período de configuración del ethos social, de continua transición, en dialéctica con la Transición que hizo posible uno de los períodos de mayor progreso de nuestra historia reciente. Con un gobierno socialista y comunista y nacionalista que configura su propuesta sobre la dialéctica de las identidades en conflicto.

Llega en un momento en el que emergen los extremos en detrimento del centro, que es como decir que los pactos de la socialdemocracia con el liberalismo que hizo posible la Europa de entreguerras están fracasando.

Ánimo pues en sus relaciones con La Moncloa.

Llega además a un Iglesia en la que, como pasa en la vida política y social, ya lo irá viendo, vive los proceso históricos con una celeridad y con una intensidad impropia del modelo dialógico de la cultura del encuentro.

Una Iglesia que ha interpretado el pontificado del Papa Francisco, more hispanicus, es decir, olvidando algunos aspectos y destacando e inflando otros, siempre a favor de parte.

Llega en un momento en el que contamos con un liderazgo, el de monseñor Argüello, como presidente de la Conferencia Episcopal, que nos está sorprendiendo positivamente, por cierto.

Llega en un tiempo apasionante, de un nuevo pontificado, el de León XIV, que seguro nos hará entender y recordar lo mejor del pontificado del Papa Francisco.

Llega al palacio de Pío XII, que por cierto, investigue cuándo se construyó y con qué dinero, en el que habitará el único Delegado Apostólico que tendrá León XIV.

Porque usted, querido monseñor Pioppo, tendrá la suerte de ser el único Nuncio del Papa en España y Andorra. Algo que no pudo decir su predecesor, nuestro admirado y recordado monseñor Auza que, seguro, ya nos echa de menos.

A don Bernardito le tocó gran parte del cambio generacional del episcopado. A usted le corresponde poner la guinda al trabajo de su predecesor, que no tuvo pocas interferencias.

Llega a una Iglesia aprisionada por la imagen que de ella damos los medios de comunicación. Por lo tanto, más allá de los demonios familiares, que aquí casi todos nos conocemos, usted tendrá que hacer el ejercicio de tocar el hueco de la lanza en el costado del cuerpo eclesial, atarse al palo de la verdad para no escuchar los cantos de sirena y medir y pesar en la balanza de la historia la realidad de cada uno.

Mire, los gallegos, yo no lo soy, pero bueno, al ser pasiego me acerco, suelen decir que “amiguiños sí, pelo a vaquiña polo que vale”.

Llega, señor Nuncio, en un momento precioso en el que florece la semilla de realidades de Iglesia, hijas de su tiempo, que hacen atractiva y confiable la fe en un desierto de indiferencia. Desde la cofradías y hermandades, pasando por la joven Hakuna, por citar alguna, las del primer anuncio, los nuevos curas, que no son los de Michel de Saint Pierre, ni los de Bernanos, con otras instituciones de Iglesia que  están presentes en el escenario público.

Llega además en un momento en el que la presencia evangelizadora se llama educación y comunicación, más que política y economía y en el que algunos obispos y superiores y superioras mayores dan la impresión de estar gestionando la decadencia.

Llega, como hace su querido León XIV, también para desactivar algunas minas que están sorprendentemente colocadas en lugares estratégicos. 

Llega, por tanto, en el mejor de los presentes o de los futuros. Por más que algunos le hayan montado una campaña de bienvenida, estoy seguro de que usted sabrá deshacer los estereotipos, a los que tanto estamos acostumbrados por aquí, con su buen hacer y su sabiduría diplomática.

Por aquí se ha dicho que usted es conservador. Déjeme que le diga que afirmar eso es no decir nada, por muchos que se quiera decir todo. Mire que desde que conozco a los Nuncios de España, desde monseñor Tagliaferri, no es ése el criterio que manejo si tengo hablar de sus predecesores. Es otro muy distinto. 

Me podría extender. No es necesario. Suficiente tiempo le he robado. Lo único que le puedo decir es que somos no pocos quienes damos gracias a Dios por su nombramiento, bueno, y al querido Papa León XIV, a quien una vez más expresamos nuestro filial afecto.

No olvide señor Nuncio que desde tiempos de Pío IX, a quien fuimos a liberar de su exilio de Gaeta, los españoles somos más papistas que el Papa, seamos de una sensibilidad o de otra o de varias a la vez. Y, como dijo el cardenal Tarancón, tenemos torticolis de tanto mirar a Roma.

Cuente con mis oraciones por el fruto de su ministerio pastoral, a la espera de poder saludarle en persona.

 

 

José Francisco Serrano Oceja