Crónica de Roma

 

La conversión de un imán salafista al catolicismo

 

Su testimonio permite, al mismo tiempo, comprender por qué jóvenes europeos abrazan el Islam radical

 

 

 

19/09/25


 

 

 

Acaba de aparecer en francés la biografía que narra la conversión de  Soulayman, conocido predicador salafista, al catolicismo. Un testimonio que permite, al mismo tiempo, comprender por qué jóvenes europeos abrazan el Islam radical.

 

 

 

  1. El descubrimiento del Islam
  2. El salafismo, un islam “sin adulterar”
  3. La primera duda
  4. La muerte del padre
  5. Cuestionamiento de la ley islámica
  6. La conversión al catolicismo
  7. El precio de la conversión
  8. Testimonio y advertencia

 

 

 


Fotograma de una entrevista concedida a Europa 1
por Bruno Guillot, conocido como Soulayman
en su época de predicador salafista.

 

 

 

¿Qué puede llevar a un imán a abandonar el islam salafista para abrazar la fe católica? Esta es la pregunta que están planteando en estos días numerosos medios de información en Francia y Bélgica.

El interrogante surge espontáneamente ante la publicación del nuevo libro “Adiós Soulayman: Itinerario de un imán salafista

El volumen cuenta la historia de Bruno Guillot, ciudadano franco-belga de 38 años, que, apenas adolescente, abrazó el islam, asumiendo el nombre Soulayman. Llegaría a ser un brillante erudito del Corán, convirtiendo a centenares de cristianos europeos al Islam. Pero todo cambiaría el día en que su corazón comenzó a albergar la duda…

 

El descubrimiento del Islam

Su infancia estuvo marcada por la ausencia física y emocional de su padre, fisicoculturista profesional, y por la “descristianización” de su entorno familiar. A pesar de crecer en una familia patriota, que sentía amor por Francia, por su historia y por el equipo de fútbol de Marsella, carecía de elementos esenciales como el afecto paterno o la práctica religiosa. Entró en la adolescencia con un vacío espiritual inmenso que sólo el fútbol parecía llenar.

A los 15 años logró su sueño. Debía firmar un contrato con uno de los cinco mejores equipos de Bélgica en ese momento. Sin embargo, su padre no se presentó a la firma. El contrato quedó en papel mojado y el sueño se desvaneció. El resentimiento de Bruno hacia su familia se hizo aún más amargo.

Este dolor lo llevó a aislarse y a buscar consuelo en otras personas. Fue entonces cuando conoció a una familia marroquí, que le ofreció una calidez y un sentido de pertenencia que no había encontrado en su propio hogar. En contraste con la falta de vida espiritual típica de su casa, la familia musulmana vivía una fe de manera visible y acogedora, particularmente durante el Ramadán.

Los hermanos mayores de la familia marroquí le mostraban vídeos de apologetas musulmanes, que atacaban a la Biblia y presentaban el islam como la “verdadera fe”. Sin raíces ni madurez para investigar a fondo, Bruno se sintió atraído por esta narrativa que descalificaba su fe católica nominal.

La conversión al islam se presentó como algo “muy simple de acceso”, cuenta el futuro predicador. A diferencia del catolicismo, que requiere a quien pide el bautismo un período de preparación de uno o dos años (el catecumenado), o del mismo judaísmo, la conversión al islam puede certificarse con dos frases. Bruno relata que, en una visita a la Gran Mezquita de Charleroi, en Bélgica, en febrero de 2002, el imán le pidió que reconociera la unicidad de Dios y la profecía de Mahoma. Él asintió de inmediato. Este proceso duró apenas 30 segundos. Bruno se convirtió oficialmente en seguidor del islam.

 

El salafismo, un islam “sin adulterar”

Al dar ese paso, se sintió valorado, desempeñando un lugar de honor dentro de la comunidad. Experimentó una transformación de su persona e intereses que le impulsó a buscar un islam “sin adulterar”, algo que pudo encontrar en el salafismo, que él describe como el “islam de los orígenes”.

El salafismo, es un movimiento suní e islamista, que surgió en la península arábiga durante la primera mitad del siglo XIX para hacer una lectura literalista y ortodoxa de los textos fundadores del islam, el Corán y la Sunna. Sus promotores, consideran que su interpretación es la única interpretación legítima.

Sus primeros contactos con el salafismo tuvieron lugar a través de internet, en foros de discusión. Rápidamente quedó “enganchado” por otros conversos que lo introdujeron en el ambiente salafista de Bruselas, caracterizado por las manifestaciones ostensibles de la fe (barbas largas, túnica, uso del siwak para blanquear los dientes). Esta “autenticidad” y el deseo de imitar al profeta Mahoma le atrajeron profundamente. Bruno, que por temperamento hacía todo “a fondo”, se lanzó de lleno al salafismo.

A los 18 años, siguiendo las indicaciones de sus guías espirituales, se casó y tuvo una hija. Para profundizar en sus conocimientos, decidió hacer su migración (la famosa “Hégira”) a tierras del Islam. Tras una estancia en Egipto fue aceptado en la Universidad Islámica de Medina en Arabia Saudita, considerada la universidad más prestigiosa para las ciencias islámicas, y un bastión del salafismo. Al ser de origen europeo occidental tenía precedencia sobre otros estudiantes.

Durante más de cinco años, estudió en esa universidad, logrando un destacado dominio del árabe y convirtiéndose en un “Hafiz”, como se llama a quien ha aprendido de memoria todo el Corán, hasta la última coma. Estudió con eruditos eminentes como Suleimán Ar-Rouhaili, quien era su vecino.

Durante sus estudios en Medina, su “asco” por los cristianos y Occidente se multiplicó. Consideraba su Francia natal como “la prostituta de Europa” por “aceptar todo” y perder sus valores cristianos.

Su capacidad oratoria hizo de él un predicador formidable. Fue enviado a predicar a Marruecos. De allí fue expulsado por los servicios secretos debido a sus actividades salafistas.

Se dio entonces la misión de extender el islam radical en Europa. Regresó a Bélgica para combatir el cristianismo “espiritualmente” a través de debates interreligiosos.

Como buen salafista, promovió una aplicación estricta a la ley islámica, así como una visión “muy proselitista”, que implica desprecio a los incrédulos. Esto le llevó a desarrollar un profundo odio hacia Occidente, al que veía como un enemigo. Según recuerda, concebía a los cristianos como “los peores de la creación”, pues así eran designados en los discursos virulentos que escuchaba regularmente en las mezquitas de Arabia Saudita.

Bruno explica que la línea que separa al salafismo “quietista”, que no recurre a la violencia (que él practicaba) y el yihadista es “muy, muy fina”. Su “quietismo” se debía únicamente a que consideraba que no se daban las “condiciones para la yihad ofensiva”. La aceptación de la yihad violenta se hubiera convertido en un recurso legítimo en caso de que las circunstancias hubieran sido diferentes.

 

La primera duda

El camino de Bruno de abandono del islam fue gradual y lleno de conflictos internos, que comenzaron a gestarse mucho antes de su ruptura definitiva en 2017.

La primera grieta se abrió en 2013, cuando emprendió el Hajj, la peregrinación sagrada a La Meca, que constituye uno de los cinco pilares del Islam. Lo que debía ser el momento culminante de su vida como musulmán se convirtió en una “escena apocalíptica”. Se sintió profundamente decepcionado por la falta de educación y la suciedad de muchos peregrinos, que orinaban en los lugares más impensables.

Más dramático fue el incidente durante la lapidación de las estelas en Mina, donde estuvo a punto de morir en una estampida en la que vio cuerpos destrozados y niños llorando. En ese año, murieron 139 peregrinos, y varios centenares quedaron gravemente heridos.

Esa experiencia le dejó “traumatizado” y le hizo dudar de la espiritualidad de los ritos, que le parecieron más bien “paganos” al ver a la multitud girar alrededor de la Kaaba. Aunque inicialmente reprimió estas dudas por miedo, ya que el dudar del islam está “completamente prohibido” y es un acto de apostasía, estas experiencias dejaron una profunda huella en su alma.

 

La muerte del padre

A pesar de haber desarrollado un odio visceral por su familia, sucedió algo totalmente inesperado. Antes de morir de cáncer cerebral, su padre quiso verle. A pesar de que nunca le había manifestado afecto, en esta ocasión le dijo “te quiero”, “siempre te he querido”.

Aquellas palabras le “reconectaron” con sus emociones y le hicieron darse cuenta de que se había convertido en una persona que no quería ser. Antes de morir, su padre había recibido el don de la fe en Jesucristo, que le permitió transmitir profunda serenidad a pesar del inevitable desenlace de la muerte. Las certezas que había vivido en Medina ahora se desmoronaban.

 

Cuestionamiento de la ley islámica

Una tercera duda le embargó cuando dos hombres le pidieron la mano de su hija cuando esta tenía 7 y 9 años. Uno era un ciudadano saudí y el otro un italiano converso al Islam. Los pretendientes y los líderes religiosos se lo propusieron como una práctica legal dentro de la ley islámica. Quedó horrorizado. Aquella experiencia se convertiría en un punto de ruptura emocional muy fuerte.

Aunque “aceptaba” teóricamente las prácticas de la ley islámica como parte de la sumisión al islam, las decapitaciones por pedofilia o las amputaciones de manos a ladrones en La Meca le resultaban chocantes. Algo en él se rebelaba.

Al llegar a Bélgica decidió repasar el Corán y el libro sobre la segunda venida de Cristo en el islam, que él mismo había escrito para “destruir” al cristianismo. Irónicamente, este estudio se convirtió en la fuente de sus mayores dudas.

Se dio cuenta de que la negación de la crucifixión de Jesús en el Corán entraba en conflicto con la historia y la creencia constante de los primeros cristianos.

Comenzó a cuestionar la visión salafista de Dios como el “Majestuoso”, contrastándola con la humildad y el amor que percibía en el concepto cristiano de Dios.

Poco a poco, sus oraciones musulmanas perdían sentido. Sintió una auténtica “pesadez espiritual” al leer el Corán. En un momento, recitó espontáneamete el Padre Nuestro, en lugar de una sura coránica durante la oración.

 

La conversión al catolicismo

Después de meses de lágrimas y ruegos a Alá, pidiéndole incluso la muerte si se convertía al cristianismo, Bruno experimentó un momento decisivo.

Caminando por una calle de Charleroi, se sintió impulsado a rezar “en el nombre de Jesús”. Superó todas las reticencias. En ese momento, sintió una “calidez, un poder”, una lucidez que “sofocaba el mal” dentro de sí mismo. Se sintió liberado. Sus rodillas cayeron al suelo, y un versículo bíblico resonó en su mente: “que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble” (Filipenses 2, 10).

La “locura de la cruz”, que antes le parecía inconcebible, ahora se revelaba como un acto de humildad y amor total de Dios. Experimentó la salvación como un don de Dios, no como algo que podía ganar por sus propias obras o méritos.

Se sintió “profundamente en paz”, reconectado con su personalidad profunda que creía haber perdido. La frase que le dirigió su padre antes de morir, “Jesús es paz, Jesús es amor”, cobró un nuevo significado.

 

El precio de la conversión

Su conversión tuvo consecuencias significativas: perdió a su esposa, a los amigos, el dinero y su estatus como imán. Sin embargo, ganó “todo”, incluyendo una profunda paz, su verdadero yo y el amor incondicional de Dios. Hoy ha logrado la custodia exclusiva de sus dos hijos (la chica tiene 18 años y el chico 16) y ambos “están en el Señor”, indica, dando a entender que son cristianos.

Actualmente, Bruno dedica parte de su tiempo a ayudar a otras personas que han apostatado del islam y a familias “devastadas por la radicalización de sus hijos”. Su objetivo consiste en mostrar cómo es posible “salir del islam radical y convertirse en alguien que ama a su prójimo más que a sí mismo”. Siente verdadero respeto ante la bondad de vida de muchos musulmanes.

 

Testimonio y advertencia

El libro “Adieu Souleiman” se convierte en un testimonio desde el interior del islam radical. Su propósito no es estigmatizar a los musulmanes o la comunidad musulmana (reconoce que hay “individuos excepcionales y extraordinarios” en ella), sino dar a conocer su experiencia personal para mostrar los peligros de la radicalización y evitar el “culto a la muerte”, promoviendo en cambio el “culto a la vida”.

Dedica el libro a la gloria del Señor y a su padre, cuya reconexión fue fundamental en su camino.